Universidad: más allá de la matrícula cero

Esta semana ha estado movidilla y eso que venimos in crescendo. Esto ya no es un país sino expectativa, una esperanza. Pero como no hice la tarea la semana pasada, lo que hicieron juiciosamente nuestro ingeniero hablando de la sostenibilidad en el próximo gobierno o mi amiga Ana sobre lo incómodo que será el mismo, ahora revisaré la perspectiva de la educación superior.

Para empezar, creo que durante la campaña no fue un tema importante de discusión y se volvió un lugar común donde todos hablaban de Matrícula Cero y transformar al ICETEX. A decir verdad, el programa que mostraba una visión o, mejor, una intuición más amplia sobre los problemas de la educación superior fue el de Petro y, sorprendentemente, la de Rodolfo Hernández no fue la propuesta menos completa (comparada con las de Fajardo y alias Fico). Ya pasó la campaña y en la próxima si seguimos por acá les analizo programa por programa. Ahora estamos con Petro de presidente electo.

Decía que no fue un tema importante porque venimos de una década de lucha universitaria. Desde la MANE (2010-2011) hasta el Paro Nacional de 2019 con la crisis de financiación de las universidades estatales en medio, la educación superior ha estado presente en la agenda nacional constantemente, en momentos con una perspectiva claramente transformadora como una reforma a la famosa ley 30 y en otros con una postura de mero ajuste presupuestal como lo acordado en 2019. En 2020 realmente ni se peleó por la matrícula cero, una política realista del gobierno de Duque y que va asegurada solamente hasta el semestre 2022-2. Y eso fue lo que prometieron continuar todos, ahí no hubo discusión.

Tal vez aquello fue porque se daba por hecho, luego del Paro Nacional de 2021, que tocaba satisfacer esa demanda social por la educación entre la población joven, que para mí es una demanda de resistencia. Es de resistencia porque durante y luego de una pandemia con el desempleo juvenil histórico más alto para los universitarios es un alivio, aunque decir universitarios es mucha gente para tratarse de los de las universidades públicas (incluyendo la militar, por cierto). Resistencia sí, transformación no, ni tampoco Petro habló de eso. Esa es la verdadera incógnita.

Ahora, el tema del título se puso de moda estos días entre la fauna tuitera. No sé muy bien por qué. Quizás por el anuncio o llamamiento a la convocatoria que se ha visto en redes de la U. Distrital (Bogotá) porque se perderán cupos de becas. La pelea es básicamente entre quienes creen que la gente no quiere estudiar o aprovechar la oportunidad y entre quienes entendemos que estudiar es una decisión complicada para muchas personas, y con recorrido incierto (vulnerable)

En determinado momento somos estudiantes, pero no dejamos de jugar dentro de otros roles en familias, comunidades y los que nos imponen las situaciones más o menos fortuitas en ese proceso de maduración (forzada a veces). Entonces es normal que, si no contamos con el privilegio de que nuestra única preocupación ocupacional sea la educativa, tengamos dilemas o hasta trilemas sobre otros caminos paralelos, divergentes o cruzados: ayudar en la casa, salir de un hogar insano (tóxico), asumir maternidad o paternidad (siendo lo primero más limitante comúnmente), suplir necesidades básicas insatisfechas, etc. A uno de pelado se le puede complicar mucho la vida cuando no va a la universidad en coche.

Esos condicionantes pesan para decidir estudiar y siguen pesando cuando se emprende el camino. Todos los que somos de u pública sabemos que es muy raro que la gente vaya toda juntica por el mismo camino, al mismo ritmo y sin sobresaltos. La deserción es una realidad. Lo más duro en la educación pública es que con el proceso de hiperselectividad por el que pasamos se supone que los admitidos son los mejores: pero no se deserta solamente por asuntos académicos, los aspectos socioeconómicos y bienestar pesan, y normalmente los segundos suelen ser consecuencia de los primeros (una depresión por agotamiento al tener que doblar jornada para estudiar y garantizar ingresos del hogar, por ejemplo). En la U pasamos muy bueno, pero también sufrimos, repito, por muchas situaciones extracadémicas (hasta por amenazas a la participación política o la víspera de una crisis de financiación).

Todo eso es algo que la mayoría de los no becados no entenderá porque probablemente no lo vivirá —y con becados me refiero tanto en universidades privadas como a universidades públicas donde se suele contar con un amplio subsidio (no se paga matrícula o el pago no corresponde al costo real)—. Bien por aquellos que puedan estudiar tranquilos por ese lado. Por nuestra parte, como otros privilegiados valoramos mucho el apoyo de nuestras universidades en temas de bienestar universitario, para muchos además del derecho a la educación la universidad nos representó el acceso a otros derechos como salud, recreación, vivienda o una comida completa y balanceada al día; consultorios universitarios, instalaciones e implementación deportiva, residencias universitarias y comedores estudiantiles. Como un mini-Estado de bienestar para una fracción priorizada dentro del grupo privilegiado que accede a la educación superior pública.

Entonces, aumentar la oferta de cupos, como lo muestra el citado caso de la Distrital, no es una garantía de acceso a la educación y ampliar la oferta territorialmente construyendo sedes en localidades donde no haya ninguna tampoco significa por sí mismo un goce efectivo. Sin embargo, es tentador pensar que sí. Políticos tan distintos como Fajardo y Luis Pérez le apostaban en sus propuestas a la vía ‘fácil’ de aumentar los cupos universitarios mediante la virtualidad. Y, como lo expuse en mi columna en el Observatorio de Universidad Colombiana (recomiendo leerla), advirtiendo sobre la ligereza sobre los usos de la mediación con TIC como solución casi mágica, el reto es más grande al cobijar a una mayor población.

En ese reto un cupo nuevo no vale lo mismo que un cupo actual. Los cupos nuevos corresponderán a un perfil de estudiante que ha estado excluido por condiciones académicas, económicas, territoriales y por otras condiciones de vida. Serán cohortes menesterosas de mucho más apoyo para mejorar sus condiciones, por eso valen más cupo a cupo. Eso pensando en su incorporación de la mejor manera posible, porque de resto o no se ocuparían los cupos o la deserción sería brutal, más alta que nunca. De ahí que ubicar lotes y construir sedes sea apenas un paso que ponga los cimentos de una ampliación efectiva del derecho a la educación, para que sí sea un derecho y no el privilegio de algunos que pueden pagar o ganar un cupo en las duras competencias de los exámenes de admisión (Juegos del Hambre).

Es una dosis de realismo fuerte la que necesitamos para asumir todas las implicaciones de la bien intencionada política de cobijar masivamente con educación superior a la población, especialmente los y las jóvenes. ¿De dónde no sale la idea que cuando egresan del bachillero los adolescentes ya no necesitan un PAE?

¿Cómo se adaptarán las exigencias académicas a la llegada de una nueva población? Pongo como ejemplo el caso de regionalización de la Universidad de Antioquia cuando empezó. En mi adorada U. de A. se presenta un examen de admisión propio de la universidad con dos partes (comprensión de lectura y razonamiento lógico) que se promedian para el puntaje y los cupos se ocupan en orden decreciente hasta agotarse. Así, hay una carrera (medicina) para la que se presentan en promedio unas cuatro mil personas por poco más de cien cupos y el punto de corte queda cerca los 90/100, por la competencia tan brutal. Pues resultó que en las primeras admisiones regionales para sedes y seccionales, no se ocuparon todos los cupos porque muchos aspirantes no alcanzaron el mínimo habilitante de 50/100: el examen los atropelló, no eran técnicamente competentes.

De todo eso que implica adaptar la universidad a una masificación hay que hablar. También de la calidad docente.

Creo que volviendo a repasar los programas en general tenían mucho más claro el tema de la calidad educativa en la educación preuniversitaria, incluido el de Petro con la formación de los docentes. Imaginen que necesitamos mejorar la formación docente en básica y media allí ya con una mayoría de licenciados, ¿cómo será en el ámbito universitario donde quienes se han preparado específicamente para enseñar son una minoría? Parafraseando a Diomedes, ¿de qué sirve ser doctor si no te entiende el pueblo, si no tienes una fundamentación y práctica desde una pedagogía consciente? Eso va contra nuestra tradición de eminencias que saben lo más de un tema, pero que pueden ser un desastre enseñando y prima su calidad de expertos sobre las necesidades de aprendizaje de los estudiantes —antes que agradezcan el privilegio de acceder a tan obscura sapiencia—.

Serían mucho más temas los que se pueden revisar, y se debe hacer, para lograr una universidad incluyente y para las mayorías que no han pertenecido a ella hasta ahora. Las mismas universidades tienen que cambiar hacia dentro, desde el gobierno universitario. En estos días, por cierto, lanzaré una propuesta muy concreta al respecto para el próximo gobierno, espero que me ayuden a difundirla

Colofón

No estoy de acuerdo con la simplificación de construir sedes universitarias en los lotes de las corralejas. Son necesidades distintas. Los seres humanos necesitamos ocio, diversión, pasar bueno, y eso hace parte por supuesto de vivir sabroso. Lo que se necesita identificar y ofrecer son alternativas sanas que integren también intergeneracionalmente. Hay que ir a preguntarle a la gente para saber qué puede ser lo adecuado a su contexto, no imponer gustos tampoco.

Nota: actualicé el sitio donde recopilo mis columnas en otros medios. Enlace

Flacuchento con determinación. No estoy aquí para tener a nadie contento/a. Te tuteo.

También puedes leer

One thought on “Universidad: más allá de la matrícula cero

Comments are closed.