Otra tragedia anunciada

Leí crónica de una muerte anunciada por primera vez en los años 90, tomé el libro prestado de la biblioteca del colegio y luego dediqué toda una tarde a sentir la tensión de la historia de Santiago Nassar, condenado a sufrir una tragedia cuyo desenlace estaba escrito desde antes de empezar. Ya empezando la primera década del siglo 21 se estrenó en teatro una adaptación, escrita por Fabio Rubiano, donde la historia se desarrolla en una plaza de toros, siendo una metáfora del destino que avanza inexorablemente sin ninguna posibilidad de pensar otro final. Esta obra no la pude ver, pero una persona muy cercana en aquel tiempo se tomó la tarea de describirla para mi con lujo de detalles. La metáfora usada por Rubiano se quedó en mi cabeza como una maravillosa interpretación del destino y nuestro papel en los acontecimientos.

Ahora cada mañana, con una frecuencia alarmante, las noticias traen el recuerdo de aquella historia a mi mente; vivimos el horror de ver repetirse nuevas tragedia que pueden ser evitadas, aunque esta vez sus protagonistas son para nosotros, a pocos metros o cientos de kilómetros de distancia, seres humanos anónimos que despertaron una mañana unidos a un sino del que nadie, aun pudiendo, los protegió. Lluvias, sequías, crecientes, deslizamientos, plagas… eventos cotidianos a los que nos hemos acostumbrado en las noticias cada año, se hacen ahora más intensos y destructivos; el cambio climático se mueve a nuestro alrededor como los gemelos Vicario, anunciando anticipadamente lo que va a suceder y sus efectos. Y nosotros, como el público en la plaza o el pueblo, nos resignamos a un simple papel de espectadores mientras nos conformamos con convencernos de que nada podemos hacer contra el destino. 

Ahora el escenario es el mundo, pero nada cambia.

Es posible que para salvar el peso en nuestra conciencia decidamos que al final todo fue culpa de Santiago, él se lo buscó, así como aquellos que construyeron en la ladera, en la orilla del río o en donde sea que los haya llevado la pobreza; ellos, empujados al abismo por la presión de un sistema en cuya estructura no caben los otros más que como un recurso descartable y reemplazable son ciertamente víctimas de su propia existencia. Mientras tanto, el interés y las acciones para enfrentar estos eventos solo se activan bajo los reflectores como un espacio de divulgación para la acción, la presión y la participación política que viene a alzar la voz con promesas de futuros fantásticos e inalcanzables, o con rostros de preocupación e interés por los demás solamente después de las tragedias. Parecemos destinados a la idea de que la prevención no es rentable mientras el futuro exige y demanda del estado, del gobierno y de la sociedad, decisiones, acción e inversión en prevención, adaptación y mitigación. mientras muchas voces niegan aquello que es evidente, en nombre de intereses e intenciones ocultas a la vista de todos.

Debemos superar la época de las promesas de reconstrucción en 100 días y el llamado a reemplazar a los gobiernos mediante campañas de ayuda, necesarias (mucho) ante la urgencia, pero insuficientes para resolver las condiciones estructurales que han dejado años de desidia de todos los espectadores que asistimos a la faena. Todo esto se podía prevenir, pero al hacerlo, no hay posibilidad de salir en las noticias o lavar la conciencia. Debemos entender y actuar convencidos de la existencia de los demás, dejar de tratarlos como personas e historias que conmueven nuestros sentidos, pero que están tan lejos de nuestra realidad, que no alcanzamos a dimensionar que su tragedia es nuestra tragedia, que su dolor debe ser nuestro dolor. la crisis climática, social, económica, ambiental que se avecina (y que es parte de nuestro presente) debe dejar de sentirse como un montón de cosas malas que le pasan a otros que están lejos. Y aún si fuera así, debemos dejar de actuar como simples espectadores que juegan su papel a la espera de que el destino actúe: nuestra voz, nuestros votos y nuestras decisiones son claves para cambiar el futuro.

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Debemos entender que ante nuestra pasividad y el avance sigiloso de los hermanos Vicario (que bien puede ser una metáfora del destino) al amanecer, cada historia y cada tragedia se repetirán, cada vez con más frecuencia hasta alcanzarnos inevitablemente al final, mientras luchamos con nuestro último esfuerzo por ponernos a salvo, porque en esta historia, también nosotros somos Santiago Nassar tarde o temprano.

Fundador por accidente de los Juanetes. Solamente alguien que desea a ratos compartir las ideas que se agolpan en su cabeza.

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