Ya es habitual encontrar en el titular de la cartera de Defensa a un hombre inexperto en el sector, autoritario, patriotero y banalizador. Lo inexperto no es exclusivo del actual gobierno; el anterior terminó con un empresario (presidente de la Asociación Nacional de Industriales) y el de ahora comenzó con otro líder gremial (Federación Nacional de Comerciantes), mientras actualmente detenta el cargo de Ministro un funcionario cuyo mérito en el ramo según el mismo Presidente de la República fue nacer, crecer y ser educado en el seno de una familia y ambiente castrense, que no acredita siquiera el Curso Integral de Defensa Nacional (CIDENAL). Lo autoritario y patriotero se hacen evidentes principalmente al enfrentar el control político, mismo al que varios titulares se han resistido consecutivamente, cobijados en la indignación ante la supuesta afrenta a la institucionalidad tenida como atacada. Así fue como el entonces Ministro Botero enfrentó el debate de moción de censura, que precipitó su renuncia por la posibilidad de la aplicación efectiva del precedimiento congresional para dejarlo fuera del cargo, escudado en el ‘honor’ militar y policial.
El Ministro de Defensa Nacional es un responsable político, máxime cuando se trata de un civil y no de un oficial de la Fuerza Pública (como antaño), su palabra cuenta. Esta debería brindar seguridad a todos los ciudadanos en un sentido muy estricto por las responsabilidades de su cargo.


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Banalización, como de los líos de faldas para explicar el asesinato de líderes sociales o la falta de rigurosidad en el análisis sobre los efectos de la aspersión aérea con glifosato, estigmatización (recibida por los movimientos y protestas sociales con señalamientos y acusaciones que se quedan en eso, sin pruebas) y revictimización, como la de los menores llamados ‘máquinas de guerra’ reclutados por grupos armados, no pueden ser los actos de habla que realicen esos funcionarios en tanto enunciados performativos que configuran la realidad.

Ese espacio de comunicación se complementa con una censura muy selectiva. Por un lado cuando la prensa o la justicia indagan se entorpece su labor: hay que recordar el reportaje que tuvo que evadirse hasta la prensa extranjera para mostrar la posibilidad de que se retomara una política de evaluación del desempeño operacional similar a la que llevó a los ‘falsos positivos’, el etiquetamiento de líderes de opinión en labores de Inteligencia como opositores, como también la falta de un llamado de atención categórico cuando toda una Magistrada de la Corte Suprema de Justica vio comprometidas sus indagaciones por falta de colaboración (Centro de Ciberinteligencia en Facatativa, año 2019), precisamente por indicios de ‘chuzadas’ a periodistas y opositores. Por otro lado, un mutismo cuando el Comandante del Ejército acusa defenderse de ‘víboras’ coincidiendo con un pronunciamiento de una actuación de la Justicia Especial para la Paz que involucra seriamente a esa misma fuerza; e igualmente mutismo cuando el pleno de la oficialidad retirada con todas sus asociaciones ataca directamente aquella institución judicial. Como se dijo antes, ese ministerio debe brindar garantías a todos los que participan del Estado, a la población civil y los contrapesos que le pueden servir a la misma como el control parlamentario, judicial, disciplinario o de opinión que puede guardar las formas democráticas y preservar el Estado Social de Derecho en tan sensibles temas que comprometen la vida y libertades básicas del ciudadano.

Esa es la verdadera seguridad democrática, no la eliminación de un enemigo a costa de todo ni como excusa para atropellos, por decirlo en palabras muy suaves. De manera que cualquier postura política, programática, debe reconsiderar las posturas en el sector de seguridad y defensa que no construyen unión nacional; unión dentro del respeto a la diferencia, unión entre ciudadanos urbanos visibles y ciudadanos rurales por reconocer, unión entre grupos ampliamente representados y grupos que se presentan ampliamente en la protesta social, con autoridad pero sin autoritarismo, con instituciones por encima de los compromisos personales pero sin pasar por encima de las personas. Y es un cambio que va más allá del marketing tipo ‘los héroes en Colombia sí existen’, pero que comienza con formas narrativas, lenguajes políticos, vocabularios y metáforas que producen mutaciones culturales y políticas de mucha significación, como lo enseñó la maestra María Teresa Uribe en su obra. Es el reto para defensa de lo democrático.

Flacuchento con determinación. No estoy aquí para tener a nadie contento/a. Te tuteo.

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