Dicen que el tiempo todo lo cura. Que, con su paso, las cosas dejan de doler, pierden importancia y uno termina restando valor a lo que un día hizo tanto daño.
Ojalá tanta belleza en la inactividad fuera cierta. Cada tanto, con la cotidianidad, se evidencia que hay cosas que requieren más que tiempo para cicatrizar. No alcanzamos a imaginar cómo el dolor condiciona nuestros actos y decisiones, mientras esquivamos la posibilidad de volver a sentirlo.
Una publicación en X dice: “Conocer a alguien es como empezar a ver una serie en la quinta temporada y tener que ir preguntando cosas de las temporadas anteriores todo el tiempo, para poder entender por qué el personaje hace las cosas que hace”[1]. ¡Cuánta razón!
Ocurre, entonces, que cada tanto, y muchas veces sin la intención de dañar, con actos cotidianos se rozan heridas abiertas, pisamos y nos pisan fracturas sin sanar, entonces, un acto que podría ser normal para otro, resulta doloroso y hasta agobiante, sin que sepamos el motivo, porque el tiempo hizo difuso el momento en que fuimos lastimados, pero no el dolor que recibimos.
Como cualquier herida, la emocional también necesita atención, dedicación y la desinfección que tanto duele, pero que es necesaria para poder sanar. De otro modo, quien revivió el dolor recibiría el trato de responsable de la herida, cuando es alguien que, posiblemente, no tuvo la intención de causarla o de revivirla.
Esto en la pantalla se ve fácil y bonito. Claro, usualmente sabemos qué vals no nos pueden tocar porque somos sensibles (al mejor estilo de Julio Jaramillo, https://www.youtube.com/watch?v=Poyq6Fsra_A) y preferimos no hablar de las cosas que nos afectan, porque es más fácil ignorarlas y actuar como si no existieran, pero nada de esto soluciona el problema.
Es una tarea propia revisarse, cuidarse y hacer lo posible por curarse. Hay que atender lo que nos duele, por más que sepamos que habrá lágrimas. El dolor hay que sentirlo, para que pase.
Al herido, ya le duele, y hablar de la herida expone la vulnerabilidad y asusta. La verdadera fortuna es poder encontrar oídos comprensivos y prestos a cuidar la fragilidad confiada, que acompañen con empatía ese camino de verdadera sanación. Una verdadera muestra de amor, porque se cuida lo que se ama.