Lecciones pandémicas y ambientales

Entre febrero y marzo de 2020 empezamos a cerrar las ciudades, convencidos que era un breve momento nos recluimos en nuestros hogares a la espera de que la pesadilla de un ser diminuto nos pusiera en jaque, a pesar de nuestra tecnología, nuestra inteligencia y nuestra capacidad de superar cualquier adversidad. Iniciamos el cierre con miedo y con esperanza, el futuro no era esa espiral de incertidumbre que es hoy y las noticias que aparecían cada día nos hacían pensar que más allá de un virus, asistíamos a un momento histórico en que nuestras acciones ayudaban a salvar el planeta.

Por un momento de la historia elegimos creer que la naturaleza recuperaba su espacio y nos divertía con un espectáculo de vida que danzaba ante nuestros ojos como una muestra de la tierra que nos daba una segunda oportunidad: delfines que volvían a la bahía que había recuperado la claridad de sus aguas, pumas en Chile, jabalíes en Roma, zorros en Bogotá, zarigüeyas, osos, serpientes. El espectáculo de la vida salvaje entrando triunfante a las ciudades se complementaba con cielos azules libres de smog y después de mucho tiempo, sensores en verde que anticipaban que la calidad del aire mejoraba por fin en las grandes capitales. Un momento de la historia que quedará grabado y documentado en las redes sociales para la posteridad.

Las medidas de aislamiento y acciones tomadas para frenar el avance del virus tuvieron un importante impacto sobre factores ambientales: algunos estudios midieron una disminución de contaminantes en el aire y polución en cifras cercanas alrededor del 30% debido principalmente a las restricciones de movilidad y el cierre de algunas industrias; otros reportes dan cuenta de un incremento en el uso de la bicicleta como medio alternativo de transporte y en este contexto, se han mejorado también indicadores relacionados con el impacto de estas condiciones sobre la salud de las personas. Países como China empezaron a tomar medidas frente a la comercialización y consumo de especies exóticas y de alguna manera el cierre de fronteras causó impactos positivos sobre el tráfico y el contrabando de especies.

El efecto de estos eventos traía consigo también la esperanza de una nueva dinámica de consumo, con personas conscientes y reflexivas alrededor de sus necesidades, permitiendo superar dinámicas irracionales de consumo suntuoso con grandes (y negativos) impactos ambientales y favoreciendo una transición mucho más rápida de lo esperada hacia un modelo de consumo responsable y comprometido con el ambiente y la calidad de vida de todos los seres humanos.

Pero la alegría y las expectativas duraron muy poco.

Después de un largo debate sobre la conveniencia o no de los tapabocas, y cuando su uso se impuso como la medida principal de protección y prevención, se empezaron a ver los primeros efectos ambientales: calles, ríos, quebradas y playas, así como espacios verdes poseídos por una nueva fuente de contaminación que además de poner en riesgo al ambiente, son una fuente de peligro para la salud humana. Los índices de deforestación se han disparado en la región amazónica y el recorte de incentivos al cuidado de la naturaleza en zonas de ecoturismo han acelerado la explotación irracional de los recursos como estrategia de supervivencia ante la crisis económica y social que enfrentan nuestros territorios. A nivel de consumo, los días sin IVA en Colombia, las festividades de fin de año y semana santa, demostraron que nuestra pirámide de necesidades se basa en la necesidad apremiante de consumir bienes de lujo y acumular millas y experiencia a 36 cuotas.

Si alguna enseñanza podemos sacar de esta contingencia es que debemos ser prudentes con la esperanza de salvar el planeta. El tiempo y la ventana de oportunidad que tenemos para hacerlo se hacen cada vez más breves y como especie hemos demostrado que podemos poner nuestra irracionalidad por encima incluso de nuestra propia seguridad, quizá con la esperanza de que alguien más va a resolver el problema. Necesitamos un cambio sistémico y estructural, pero también un cambio de proporciones individuales que contagie cada vez a más personas en su deber por tomar acciones y responder por sus pequeños efectos sobre el planeta.

Acciones individuales que se convierten en iniciativas sociales que presionen el cambio institucional. No hay una receta efectiva, sin embargo, la pandemia nos demostró que es posible, pero también nos dejó claro que no va a ser fácil.

La lucha continúa.

Fundador por accidente de los Juanetes. Solamente alguien que desea a ratos compartir las ideas que se agolpan en su cabeza.

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