Yo confieso, ante el todopoderoso partido de Gobierno y ante ustedes hermanos, que he pecado mucho por pensamiento, palabra, obra y NO omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a María Isabel y sus columnas en defensa de la doctrina Uribista Nacional, a los ángeles, a los Santos por haber leído e investigado su proceso de paz y a ustedes hermanos que intercedan por mi ante el ministerio de educación. Amén.
La semana pasada, en medio de la emoción por haber salido en la primera edición de @Losjuanetes1 , compartí la columna con mis amigos del doctorado (ellos siguieron, yo me llené de mocos y aplacé, vino la pandemia etc., espero ingresar a la UN o a la Universidad de Alberta, lo que pase primero) y una de mis compañeras (y amigas de ese proceso) compartió, acto seguido, una columna de María Isabel Rueda que se llama “La Profesora de Historia” y surgió una discusión, argumentada por demás, sobre la profesora de ciencias sociales Sandra Ximena Caicedo quien elaboró las preguntas para un taller escolar sobre ‘falsos positivos’ y llenó de indignación a la tribuna uribista -llena de periodistas, políticos y ciudadanos-, con preguntas sobre el papel del expresidente, exsenador y expresidiario en ese terrible episodio del conflicto armado colombiano.
Leí con atención la columna de María Isabel Rueda –sin ser fanático de ella– en la que invitaba a la liberación de los prejuicios, a no tenerlos o a no heredar odios históricos. Sin embargo, aunque no es bueno enseñar desde el prejuicio o la subjetividad de cada cual, obviar la historia va en contravía de la generación de pensamiento crítico en los estudiantes. Porque no de deja de resultar al menos limitante en cuanto a este, que cuando se haga alusión a un crimen de lesa humanidad se ataque, se vitupere y censure a quien quiera hacer evidente el asesinato de civiles por parte del Estado.
Eso suscitó una discusión que nos llevó a pensar sobre el sentido de libertad (incluida la de cátedra), la pedagogía de la reexistencia, y el pensamiento crítico. Básicamente, porque si estos son importantes, también es necesario agregar en la discusión el cómo se debe incluir a la ética no solo desde el análisis y la crítica, sino desde el acto político y académico que tiene en sí preparar clase.
Frente a los planteamientos de María Isabel, quisiera decir al lector (¡a ti, querido lector que sonríe!) algunos puntos de reflexión que me parecen importantes. La invitación de la generadora de opinión es válida; sin embargo, cuestionar los hechos o proponer obviar la historia solo porque a mí no me convienen no me gustan, o afectan a mi líder político y la credibilidad de mi partido, no son suficientes. Según Rueda:
… eso es diferente a catequizar. Que no los ponga a emitir las condenas que ella tiene preconcebidas, como si fueran las de los estudiantes, sobre hechos de los que todavía ni la justicia ni la historia ofrecen certezas.
Ocultar los hechos no va en contra de la verdad, hay pruebas y en este caso no solo la lista de los 6.042 asesinatos de Estado a los que refiere la JEP. Están también los 1.403 de la Procuraduría, los 2.248 de la Fiscalía y la coordinación Colombia-Europa-Estados Unidos calculó que entre 2002 y 2010 ocurrieron 3.512. Los hechos están, existen y solo negarlos no los va a hacer desaparecer. El dolor de las víctimas es real, igual que el miedo con el que creció una generación completa a causa de los crímenes de Estado.
Negar las cifras no las va a hacer desaparecer y minimizar la importancia de sus números denota una falta absoluta de empatía con las víctimas, además de una ética utilitarista en la cual el factor felicidad es poder ir a la finca –que no tiene la mayoría– en carro. Si solo nos vamos a fijar en el factor que da bienestar o felicidad a las personas, los únicos beneficiados serán los militantes de esa corriente política y por no causar molestias a esas personas, tenemos que dejar de lado las diferentes fuentes de información y quedarnos con la cifra más pequeña que a conveniencia utilizan quienes justifican la muerte y el asesinato de jóvenes por parte del Estado, con la premisa de no perpetuar odios.
Porque en ese sentido no estaría bien enseñar lo ocurrido en la invasión de los pueblos europeos como imperios en diferentes partes del globo, la Primera Guerra Mundial, el holocausto y lo que se está haciendo al pueblo palestino con el beneplácito de las potencias de Occidente.
Es necesario conocer la historia y no solamente una versión única y a conveniencia. La construcción de historia es parte de la cultura y de la forma en la que los pueblos recuperan su memoria incluso desde la oralidad. Ese reconocimiento del valor cultural (citando a mi amigo el Costeño) es importante, no solo porque la verdad histórica es un valor cultural y esa historia es subjetiva, sino porque cuando nos ocultan la historia algo horrendo pasó.
El no reconocer la historia no solo nos condena a repetirla, sino que, además, le resta valor cultural y hace que caigamos en resentimientos que perpetúan el odio y la desesperanza. Si no podemos deconstruir los crímenes de Estado a través de un taller escolar, ¿qué sigue?, ¿qué seamos adoctrinados para que votemos por un gobierno que “bajará los impuestos y subirá los salarios”?
El adoctrinamiento para esa cada vez más grande minoría solo es bueno cuando lo hacen en el nombre del señor su dios (de nuevo, si a sumercé lo hizo dios, la posición y recomendación sobre la columna se mantiene desde la anterior) citando de nuevo al Costeño “el reconocimiento de la verdad histórica es un valor cultural y cuando lo opacas ahí sí crea resentimientos, la educación no es lineal, es sistemática” y la columna de opinión de María Isabel es lineal, no es compleja y está hecha no desde el conocimiento sino desde el sesgo político.
Mi invitación, querido lector –ojalá docente–, es a que siga siendo adoctrinador de esos que confrontamos diferentes fuentes y que generamos pensamiento crítico en los estudiantes, no desde la ética de Bentham (feliz por ir a la finca en carro o la seguridad democrática) sino desde la posición kantiana: el fin no es la felicidad, el fin es respetar a las personas como fines en sí mismas. Las madres de Soacha y demás víctimas del Estado colombiano no son números y los profesores no somos adoctrinadores, somos generadores de pensamiento crítico, mostramos a partir de diferentes fuentes la verdad, así esa verdad resulte incómoda.
Por tanto, yo, adoctrinador sigo confesando.
PD. Gracias a Marco, Yolanda y Luz Mary que me dieron tema y material para esta semana, además de un profundo tiempo de reflexión.