Haber introducido el suspiro en la economía del intelecto.
E. M. Cioran.
Tras varias semanas pensando en el tema del plagio y de sacar diversas notas sobre la manera en que un sistema orientado a relacionar sueldos con autorías lleva a las personas a su límite ético –si es que lo tenían o si más bien son criminales institucionalizados que muestran su ser descaradamente-, hoy quisiera concluir escribiendo sobre algunas particularidades del sistema que me parece que inciden sobre la decisión que tomaron mis co-investigadores de manipular al borde de la ilegalidad la autoría de un texto para acceder con ello a algunas plusvalías que tiene ser un autor publicado en el sistema de ciencia, tecnología, investigación y creación que ha asumido nuestro país. La siguiente semana cerraré esta trilogía de cinco con un comentario sobre el sistema Colciencias en sí mismo, aunque los invito a leer este libro, en el que tengo un capítulo dedicado al tema: https://zenodo.org/record/1464321#.YQAuauhKiUk
Quizás sea una tendencia personal el juzgar lo que pasa en el mundo desde la idea de Marx de que en el capitalismo las relaciones entre personas se vuelven cada vez más relaciones entre cosas, mercantiles, pero he buscado en el interés económico la explicación para esa actitud -inexplicable (!)- que lleva a un docente a participar en un proceso de falsa autoría para engrosar su ‘hoja de vida académica’ o que llevó a mis co-investigadores a forzar su ‘negociado’ en el que la inclusión como autor de alguien que no hizo nada en una investigación se pague con nombrar a su cómplice en un cargo en otra universidad –que díganme si no es algo cercano al delito-. Sea esa cosa u otra, dar ese valor a la autoría nos encamina a participar de una economía de la producción académica que premia a los investigadores si son autores y no si investigan, y tal es el problema fundamental al que se enfrenta valorar a las instituciones de educación superior en términos de investigación, algo que el sistema trata de controlar calibrando sus instrumentos en torno a la apropiación social del conocimiento… infructuosamente.
LA ECONOMÍA DEL INTELECTO.
En otros países la oferta académica permite al estudiante escoger entre un abanico de universidades en el que los rankings tienen cada vez más un papel fundamental dado el acceso contemporáneo a la información, allí el estudiante escoge estudiar en una universidad ‘rankeada’. La situación –en otras latitudes, insisto- permite al estudiante valorar la oferta de cada Universidad en relación a su plan de vida, por lo que la opción de optar por el college o por la university no es similar a la de nuestro contexto, en el que las posibilidades económicas restringen al estudiante. Allí ver la investigación como un elemento fundamental para la innovación forma parte de soñarse emprendedor, acá, como todo lo que copiamos, optamos por imitar la forma sin entender el fondo, y metimos a las universidades en la descontrolada carrera de los rankings sin pensarnos desde nuestra particularidad.
En esas latitudes la investigación se trata como un elemento fundamental para la universidad desde la relación entre producto, calidad y mercado con consecuencias en el futuro de los egresados y su posibilidad de emprender. Acá si bien el esquema parece ser el mismo, la educación es un producto para el consumo de élites, y lo seguirá siendo hasta que no logremos la universalidad de la educación pública gratuita, algo que le debe doler hasta la médula a la dupla capitalismo – fascismo, dos caras de la misma moneda.
¿Qué tienen en cuenta los rankings? Bueno, entre otras cosas he visto algunos que cuentan el número de egresados que han ganado Premios Nobel y/o Premios Field, el número de docentes con los mismos galardones (lo que explica el futuro de Santos en la ‘Academia’ y que a cada rato se pasen las conferencias de Premios Nobel por ‘cursos cortos’ en algunas universidades); otros miden por encuestas entre empleadores y exalumnos; otros incluyen estas categorías y añaden el número de docentes investigadores.
El más usado en Colombia (Sapiens) mide factores que me parecen fundamentales para entender todo el fenómeno en torno a la investigación: primero, el número de revistas en el Índice Bibliográfico Nacional, cabe indicar que son revistas de investigación, no de divulgación o de otros temas; segundo, maestrías o doctorados que, para poder ofertarse, dependen de acreditaciones de calidad para las universidades (e incluyen indicadores de investigación); tercero, grupos de investigación clasificados por Colciencias. Acá puede verse la relevancia que tiene la investigación para el mercadeo de las universidades en nuestro país.
TWITTERLAND.
A manera de chisme les diré que en el primer semestre de 2021 tres de las cuatro universidades con mejores puntajes en Sapiens fueron públicas (Nacional sede Bogotá, de Antioquia, del Valle; la privada es la Javeriana de Bogotá), algo que siempre genera gresca en twitterland.
Ya he comentado en otro lugar las injusticias de los sueldos para docentes – los pobresores, como bien nos tituló el CM de Los Juanetes hace poco en twitter- acá puedo ahora articular los beneficios de acceder a investigación, porque la garra… digo, la ‘mano invisible’ del mercado apunta a que es uno de los mayores valores agregados al momento de pensar qué estudiar –así no lo hayan pensado mucho para nuestro contexto- y por ello fuerza a la universidad a abrirse a la investigación. Y sí, forzar es el verbo para ello, pues en nuestro medio tiene poco que ver con el esquema de innovación que mencioné y mucho con el sistema de castas y de acceso al empleo que nos legó la modernidad colonial.
La precariedad de la vida académica permeada por haber hecho de la educación un elemento sometido a los mercados –algo que viene desde el inicio mismo de la Universidad como institución- hace que la pelea por la figuración se haya vuelto un escenario en el que todos quieren ‘mostrar los dientes’. En una columna anterior mencionaba que los sueldos de los docentes están amarrados a su capacidad de investigar – publicar, hoy quise terminar con el papel de las universidades en ello, espero que les haya quedado claro que es un simple fenómeno de mercado, no una política mediante la cual la investigación transforme el estado de las cosas y que quede abierta la pregunta sobre quién se lucra de ello, algo que muchas garájitas (como las nombraba Carlos Niño a las ‘universidades de garaje’ desde la situación privilegiada del campus de la Nacional) ocultan pasando las ganancias del sistema a través de fundaciones sin ánimo de lucro a personas o comunidades esquivando las regulaciones y las buenas intenciones de las leyes, y sí: acá la religión y las comunidades religiosas a las que las élites conservadoras delegaron la educación aún se lucran de ello-.
Es una economía del intelecto que, como la reinante en este mundializado mercado propiedad de un puñado de capitalistas, nos hunde cada día más en la precariedad para llenar los bolsillos de unos centros de poder de los que estamos cada vez más lejanos así los trayectos turísticos en el mundo sean cada vez más cortos.
Si alguna autoría me interesara en ese esquema sería la que plantea Cioran en la cita con la que inicié este artículo: haber introducido el suspiro en la economía del intelecto, un suspiro que señale mi hartazgo con este sistema de mierda.