La búsqueda de estrategias para el incremento de la productividad y la competitividad no es propia de nuestra era y es bien conocida desde antes inclusive de que Charles Chaplin hiciera famosa, en su película “Tiempos Modernos”, la idea de una máquina que alimentara al obrero de manera automática mientras hacía su trabajo. Hoy en día, la optimización de procesos de trabajo costo-efectivos es la meta que persiguen como un nuevo hito los modelos de gestión industrial. Los métodos de estudio de trabajo que han evolucionado desde el trabajo pionero de Taylor hace más de 100 años, han trascendido desde la búsqueda de conocimiento que permita ubicar a la persona correcta en la actividad correcta hasta la invasión de la esfera individual decidiendo inclusive cuando es la hora correcta para ir al baño.
La explotación laboral no es algo nuevo en la dinámica capitalista aunque parece ser que hoy es un nuevo hito de gestión productiva: las ecuaciones de optimización antes usadas para trazar rutas logísticas y los estudios de tiempos usados para el cálculo de la productividad, son ahora herramientas para exprimir al máximo un recurso antes de desechar. Ayer leía historias tan absurdas, pero tan reales de organizaciones exigiendo certificados médicos y exámenes especializados a empleados que por alguna razón tomaban una merienda antes de tiempo o iban al baño más que el promedio de sus colegas.
Desde hace algún tiempo, y con más fuerza ahora que ha empezado la carrera espacial de los millonarios, han explotado en Amazon la existencia de prácticas menos felices, de las que promociona, en la gestión de la organización, con empleados que se han visto obligados inclusive a hacer sus necesidades fisiológicas en bolsas y botellas, escondidos en sus turnos, caso que me recuerda a los conductores de Transmilenio en Bogotá que improvisaron un baño sobre la pared de una estación, empleados con pañales en la industria avícola norteamericana, o el caso de Colombia, en el tristemente célebre escándalo de Buró, que se hizo famoso por una pizza.
Son cada vez más frecuentes las grabaciones y escándalos de políticos bonachones gritando improperios a sus colaboradores. Más cerca de mí, tengo también las anécdotas de turnos cronometrados para ir al baño contadas por mis estudiantes en sus peripecias como agentes de servicio en call centers en Barranquilla o empresas en ranquin “best place to work” donde todos saben y nadie menciona que son una sucursal del purgatorio en la tierra. El silencio es aliado y cualquier queja se tramita como una amenaza al sistema.
A la par del modelo productivo, algunas de las tantas características del modelo económico, social y político que controla nuestras vidas parecen ser la urgencia de la resignación y la necesidad de agradecimiento como ejes de la construcción de un imaginario en el cual, bajo cualquier otra circunstancia estaríamos peor. En este modelo, tanto usted como yo, en lugar de enfocarnos en lo que está mal con el ánimo de buscar alternativas de cambio para mejorar el presente, debemos en cambio ser conscientes de que allá afuera hay otras personas en peores condiciones, dejar de quejarnos por tanto y por todo y agradecer que al menos estamos vivos.
Estas dos dinámicas, la de optimización y la de resignación se juntan en un ideario de gestión que nos hace pensar que cualquier crítica al modelo es un ataque mientras el ser humano es un recurso descartable en el engranaje productivo abriendo paso a dinámicas de explotación irracional de aquello que las empresas en público llaman “talento humano” y en privado califican con otros adjetivos que para mí son irrepetibles.
Si la película de Chaplin se filmara en nuestra época, la máquina no alimentaría al obrero, a lo sumo le inyectaría suero y vitaminas para que no caiga agotado (y el costo se descontaría de su sueldo). La lógica de gestión pensada como la búsqueda irracional de la optimización de los costos se está llevando por delante a las personas y no va a parar hasta terminar con el sistema productivo en pleno. Y cuando esto suceda, a todos nos va a afectar. Por esto es mejor no callar, aunque allá afuera existan muchas personas esperando la oportunidad de nuestro puesto y nuestro sueldo.