Solo, camino por las calles de mi niñez, calles que me recuerdan algunos momentos de mi juventud, momentos que son sólo piezas al azar de un lejano pasado. Recuerdos, anhelos… dos enfermedades que sufro con el alma, molestias que hacen más liviana esta carga de infinita tristeza.

Camino solo, en contravía, examinando los rostros que veo en cada paso. Es temprano.

El afán domina las almas y yo, en cámara lenta, intento definir aquello que se esconde tras sus máscaras. Vienen y van. Accidentalmente me detengo ante un rostro sin vida; así debe de verse mi mirada, profunda… melancólica.

Una mujer, bella como sólo sus ojos, rodeada con un halo de tristeza, se detiene ante mí. Intentamos abrirnos camino, avanzar; tropezamos, su rostro se dirige hacia mí, sonreímos y el mundo vuelve a teñirse de colores; no es ya solamente el gris de la selva: es el rojo de sus labios, el verde de alguien que espera al otro lado de la calle, el amarillo del sol que se refleja en el reloj de un hombre desesperado a dos metros de mí, el verde de los árboles.

Una mirada bastó para que el mundo se detuviera. Miro a mi alrededor: ya no está, alguien en su afán tropieza conmigo, pierdo el equilibrio; es cuando escucho un murmullo y, entre dientes, sólo para mí, ofrezco disculpas.

La veo a lo lejos y decido seguirla; igual, no tengo un rumbo definido; es difícil no perderla: un cuerpo, dos, avanzo, me detengo, continúo, otro tropiezo, un nuevo murmullo, pero ahora no tengo tiempo para contestar; su sonrisa ató un pequeño lazo en mi cabeza y siento cómo me hala su silueta en medio de un océano que avanza autómata en muchas direcciones y – sin rumbo – hacia ningún lugar.

Unos tres o cuatro cuerpos me separan de caminar a su lado, la calle se acaba y cruza casi corriendo antes del cambio de luces, uno, dos, tres segundos, llego tarde; una pared de metal que cambia de formas a alta velocidad ciega mi visión, la pierdo de vista; sé reconocer cuando una cruzada es imposible. Perdí la silueta que venía sólo unos pasos adelante, doy la vuelta… Y Tropiezo con su sonrisa.

En otro cuerpo… pero con el mismo encanto

Fundador por accidente de los Juanetes. Solamente alguien que desea a ratos compartir las ideas que se agolpan en su cabeza.

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