Hace unos días estaba recostada mirando historias en Instagram, viendo a algunos de paseo, en restaurantes, fiestas, cuando ¡pum!… vi historias de unos amigos, sí, de esos cercanos, en un asado. Todos muy felices, todos con una cervecita en la mano, comiendo rico, bueno… ustedes saben, un asado.
Abrí los ojos como platos sorprendida porque me ningunearon. Mientras veía las historias de los asistentes me preguntaba cuál era el motivo para que ni siquiera me hubieran dicho que pensaban reunirse.
Empezó un recorrido en mi cabeza de ideas como “entonces no somos tan amigos”, “de mí que se olviden”, hasta pensé en responder una de las historias con algún comentario irónico o muy sentido, pero mi “yo adulto” tomó el control y empecé a respirar, a restarle importancia y a ver un poco de lejos el tema.
Cuando nació mi hijo, perdí la noción del tiempo. Si él se despertaba, yo también, si él dormía, yo al menos lo intentaba, y así pasaban las horas, mientras que aprendió a diferenciar el día de la noche (aunque a veces parece que no ha terminado de entenderlo) y sus horas de sueño se volvieron más largas. Pero en esos primeros meses solo había tiempo para atenderlo y estar a la orden de lo que necesitara, en un régimen 24/7.
Esto, como es obvio y todos entienden, hace que uno no tenga tiempo para nada más, y aunque esta ocupación extrema no acaba, sí se atenúa con los meses. Entonces mi primera salida fue, creo, a los dos meses para arreglar mi pelo de postparto (mamás, Ustedes saben de qué hablo), otras veces salí a comprar algunas cosas, otras a almorzar, últimamente a la oficina y, con mucho esfuerzo, hemos logrado salir a un par de citas con mi pareja.
Pensando en esto, volví al tema del asado y me pregunté: ¿podía ir realmente?, ¿estaba lista para un asado en pandemia?, ¿hasta qué hora me habría quedado?, si se me hubiera pegado la aguja, ¿quién me habría cuidado el guayabo? (esta última, teniendo en cuenta a un niño que madruga bien recargado de energía), y la respuesta es que, ante la cantidad de ocupaciones laborales, en las que el tiempo de calidad con la familia se vuelve tan escaso, seguramente habría pasado un rato corto o, en últimas, no habría ido.
Entonces, esa sorpresa tan desagradable que sentí cuando vi la “ninguneada” se transformó en comprensión y entendí que no era una afrenta, sino tal vez un acto empático. Sé, por muchas cosas que hemos vivido, que la amistad va más allá de un evento en particular al que uno no asista. Pero la incomodidad no se iba, porque en todo caso, me hubiera gustado que me preguntaran si quería y podía ir.
A veces a los nuevos padres nos sacan de ciertos planes sin siquiera preguntarnos. Nos sacan de eventos con amigos que, incluso, nos hacen falta y a los que podríamos ir, pero ni nos enteramos. Saber que nuestros amigos y familiares nos tienen en cuenta, que podemos hablar de todo y de nada, reírnos y existir en otro tipo de escenarios, es una forma de apoyarnos como individuos y nos recuerda que podemos contar con los que estaban antes de la maternidad y la paternidad.
Inviten así digamos que no, quién quita que necesitemos y queramos decir que sí, no sean charros.