No lucho contra el mundo, lucho contra una fuerza mucho mayor: contra mi fatiga del mundo.
E. M. Cioran.
Esta historia tiene leves modificaciones para que a partir de ella no se señale con el dedo a ninguno de sus partícipes, exceptuado Claudia y Peñalosa; nombres y cargos han sido omitidos
Los desalojos durante la pandemia son la más clara muestra del abismo que se abre ante nuestros pies en este inicio de siglo XX. Poco o nada aportan las reflexiones sobre lo que la Alcaldesa de turno podría hacer si en verdad tuviera en su agenda mejorar las condiciones de vida en la ciudad, la realidad de la democracia burguesa es ocultar que quienes gobiernan los espacios urbanos y sus destinos son los grandes capitalistas, esos que ni siquiera viven en la ciudad que poseen, esos ubicuos, virtuales, ilocalizables, digitalizados, internacionales, fantasmagóricos.
La fatiga de ver las eternas discusiones sobre el POT y sus índices deben tener al buen Cioran con una sonrisa/mueca de hastío y gloria… donde quiera que esté.
En un texto anterior mencionaba que toda discusión es totalmente idealista si no tomamos en cuenta que el principal motor de construcción de ciudad es el capitalismo, hoy añado: un gobierno que pensara en aprovechar las plusvalías que genera el desarrollo de la ciudad bajo el esquema del mercado para promover un verdadero cambio social en la estructura espacial de la ciudad tendría en su aprovechamiento el mejor instrumento para cambiar el horizonte de pobreza, miseria y abandono al que se encuentran destinados millones de habitantes de nuestras ciudades.
CIUDAD CYBORG.
Los instrumentos de planeación urbana expresan a través de normas, índices y coeficientes la forma que tendrá la ciudad del futuro. Su diálogo con la densidad deseada en términos del número de unidades de vivienda construidas busca equilibrar las demandas del mercado, la necesidad de espacio público y la forma urbana, pues dejada a la ‘mano’ invisible del mercado lo que tendríamos serían ‘cañones’ urbanos como los que hemos visto en Kowloon.
Sin embargo, ese instrumento puede utilizarse –como cualquier herramienta- para construir lo contrario, más en un país donde la tensión que produjo una guerra interna sostenida durante casi un siglo –y doscientos años de tensión en torno a diversas nociones de la vida política continental- marcó un agudo contraste entre una perspectiva que busca hacer transparente el territorio para el enriquecimiento de unos pocos y la calificación de todo intento por construir un destino colectivo como una amenaza para la sociedad.
Tengo que confesar que no siento que el futuro urbano sea de esperanza, lo que veo construir con cada norma, cada índice, cada POT es un terreno para la construcción de una ciudad cristalizada, mineral, ciudad cyborg donde lo orgánico es considerado enemigo del desarrollo. Las pruebas están por doquier: tumbar el árbol que creció de manera natural, que encontró su lugar en el mundo como destino de la semilla, para remplazarlo por el árbol sistematizado, con la especie que cultiva la familia del alcalde, con el diseño de distribución cada seis metros que demanda el funcionario, eliminando las agrupaciones naturales, los bosques urbanos, la reserva y con ellos los ecosistemas que se alimentan en ese complejo ciclo que denominamos ‘la vida’.
La ciudad cristalizada, mineralizada, que remplaza la espontánea, la que construyen las personas, la que resulta de la vida ‘orgánica’ al interior de un conjunto social con vida, construida por relaciones entre personas y no por relaciones entre cosas está por fuera de esas normas. Y ahí es donde está el futuro humano, en mi opinión, en un planeta funcionalizado donde se programan los cultivos de los diez o doce alimentos suficientes para que encontremos la energía para sobrevivir. Pensemos acá en la prohibición a tener semillas, a cultivar algunos tipos de arroz, de maíz ancestral, de quinua, pero también en los precios de la carne, en los procesos de acaparamiento, en cómo la pandemia ha significado un aumento en los costos de vida que se suma a los arriendos impagables, al transporte impagable, a la educación inalcanzable, al futuro como obreros de grandes maquinarias productivas robotizadas, piezas de una cadena alimenticio productiva que parece inspirada en el sueño terrible consolidado en la Metropoli de Fritz Lang. La transformación de Brigitte Helm en el organismo robotizado, el pentagrama tras ella ¿no son una clara premonición de lo que nos espera en las ciudades? ¿no es el pentagrama, con sus puntas como cristales de energía industrial, la señal de una vida mineralizada?
TWITTERLAND.
Como mencionaba en el texto anterior, los debates de twitter son fantasías animadas para adultos de ayer y hoy [sic] en el contexto de complejidad de la ciudad contemporánea. ¿Es realmente posible controlar mediante normativa el impulso cristalizador del mercado?
Cuando pienso en la fantasía de una ciudad construida tomando como modelo los barrios pequeñoburgueses del norte urbano, aparte de una sonrisa sardónica, no puedo evitar pensar cómo el planeamiento del espacio construido ha estado en manos de los mismos: los blanquites en problemas, estudiados fuera o estudiantes de quienes vienen de fuera, repitiendo modelos para la explotación económica de la tierra y no para la construcción de comunidades, que se quedaron en los anquilosados modelos de explotación económica de una ciudad con edificios de mediana altura y parques cada n cuadras que desconoce totalmente la realidad de la ciudad construida en el sur urbano en la que los vínculos entre personas son el vínculo más importante para pensar el futuro, donde la cercanía con la familia, el derecho al patio y la luz ha sido construido con el esfuerzo de arañarle materiales a las montañas, recursos a los sistemas, donde las varillas que los arquitectos llamamos ‘esperanzas’ señalan precisamente un voto a un futuro donde las condiciones permitan aumentar el número de pisos y encontrarse nuevamente en la casa que inspiró a Disney para su última película, una que no tiene cabida en los barrios de pequeño burgués construidos en torno a las privacidades y las segregaciones.
ARQUILAND.
Ver el detrás de escena de Brigitte Helm vestida como robot, deshidratada, con el ventilador mecánico para su traje, me lleva a pensar, desde la metáfora, cuál debería ser el rol del Gobierno en un momento como el que viven nuestros hermanos en los barrios pobres, en los barrios proletarios, en los barrios de banderas rojas, de los excluidos, de los inempleables, de los territorios impensados, para luego proponer qué hacer con la norma.
Si el futuro es cristalizar la ciudad, el presente debería ser el de llevar vida a los lugares donde la vida se ha vuelto una pesado cristal puesto sobre los cuerpos de aquellos que el sistema quiere dejar en el olvido.
Ojalá la construcción de comunidades políticas que nos dejó la pandemia pueda darle ese futuro a nuestras ciudades, la vida surgiendo de la olla comunitaria, del cambuche de resistencia, del himno y el canto a la vida. Ojalá llegue esa ciudad que aglutine a los desencantados, a los excluidos, a los olvidados, a los que asumimos la lucha desde la fatiga con el mundo.