La corbata poderosa

Esta semana en Twitter alguien levantó ampolla (bueno, eso pasa todos los días) refiriéndose a la forma de vestir de las nuevas generaciones, sobre todo en su relación con los espacios formales que habitan, específicamente, la escuela; ese evento me inspiró a volver a hablar sobre algo que ocupa mi mente desde hace muchos años, y aunque tenía dudas, hoy alguien más volvió al tema, refiriéndose esta vez a la necesidad de que los médicos atiendan usando traje y corbata para dar un sentido profesional a su práctica. Porque todos sabemos y mi abuela lo decía: el hábito hace al monje.

Cuando era un joven estudiante de secundaria vivía en conflicto con la obligatoriedad de usar uniforme en el colegio, corte formal, zapatos lustrados, camisa por dentro, correa y ausencia de accesorios; en las series de mi generación veía cómo en otros lugares los estudiantes iban a clase vestidos como querían y envidiaba ese estilo de vida. En la universidad logré liberarme de ese problema hasta donde lo permitían las “buenas costumbres”, pero un día me cansé y me uniformé también porque descubrí que era una práctica costo-eficiente, (en aquella época reflexioné también sobre el valor del uniforme en los colegios como una práctica segura, pero ese no es hoy mi tema), la presión social siempre estuvo enfocada en la necesidad de parecer un ingeniero industrial, e igual que en el colegio, los consejos se enfocaban en las prendas adecuadas, el largo del cabello, el afeitado, el perfume y los accesorios que me daban un perfil profesional “contratable”. Mucho tiempo reflexioné que en mi área, lo importante no era ser o conocer, si no… parecer.

Nunca sucumbí a la presión, primero, porque no tenía los recursos, segundo, porque en el calor de Barranquilla el traje y la corbata no hacen juego (para mi) y sobre todo, porque siempre consideré que no había un factor diferenciador entre la pinta de un ingeniero, en el imaginario que pretendía imponerme la sociedad, y la forma de vestir de un vendedor de aspiradoras puerta a puerta de aquellos de los años 70-80. Y no, no era una cuestión de ego o de creer que una profesión era superior a otra, es que simplemente en mi cabeza seguía rondando la idea de que no era el traje, si no la práctica, las habilidades y el conocimiento los que hacían la diferencia al final, cuando todos se veían igual.

Y un día descubrí el sesgo de la belleza…

Resulta que en la vida real, cuando terminamos de estudiar y pasamos al mundo laboral, por encima de la experiencia y el conocimiento, son factores como el género, la estatura, la masa corporal, el color de los ojos o el cabello y en fin, la belleza, los aspectos diferenciadores que terminan siendo determinantes del éxito profesional (como sea que definamos el éxito), esto se conoce como el sesgo de belleza y ha sido estudiado desde las ciencias económicas, administrativas, la sociología, la psicología y la filosofía con una conclusión concurrente: a la gente bonita le va mejor en su vida profesional (sin contar otros aspectos).

¿Qué queda entonces para aquellos que no fueron beneficiados por la lotería genética?

Si la naturaleza no te premió con rasgos atractivos, de esos que hacen babear a cualquier empleador de esos que elige con los ojos, te puedes disfrazar… perfume, vestuario y accesorios son elementos clave para demostrar al público que tienes lo que se necesita para desempeñar una labor y venderte como una persona seria, responsable y profesional. Libros, videos, blogs, coaches y páginas especializadas recomiendan estos elementos bajo el supuesto de que tu apariencia externa es una manifestación de valores como el cuidado al detalle, la responsabilidad y el cumplimiento, y entonces, si quieres hacerle el quite al sesgo de la belleza y no logras ser, puedes parecer.

Pero… ¿por qué prestarle tanta atención a elementos superfluos por encima de lo importante? tal vez sea una cuestión de supervivencia, pareciera ser que en el imaginario, los médicos con corbata son mejores médicos y pueden operar a los pacientes con los ojos cerrados, todos lo saben. Los ingenieros con traje de tres piezas tienen un rendimiento superior en el manejo del Excel y el análisis de datos para la toma de decisiones. Los gerentes con cabello corto tienen la mente suficientemente despejada para evitar distracciones en momentos de crisis y los zapatos cerrados de cuero, todos sabemos, incrementan el retorno de las inversiones en un 15%.

Pero sobre todo, lo que si explica la ciencia, es que la gente que se fija en la apariencia, creyendo que es más importante que el conocimiento, siempre es susceptible de dejarse engañar por alguien que parezca lo que sea que su mente imagine que es un profesional de cualquier campo, y eso es una debilidad en el sistema que podemos, si queremos, explotar. Solo es necesario vestirse como ellos quieren, aunque no sea ustedes lo deseen. Eso sí, ahora, no se confundan, no toda aquella persona que usa una corbata está aparentando o vendiéndose, es una cuestión de gustos y lo que aquí discutimos es que el hábito no hace al monje, y como decía también mi abuela: aunque la mona se vista de seda, mona se queda.

Vístanse como quieran, que la vida es muy corta para andar aparentando o sufriendo por parecer aquello que no somos.

Fundador por accidente de los Juanetes. Solamente alguien que desea a ratos compartir las ideas que se agolpan en su cabeza.

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