No queremos ser pobres

Como estudiante, fueron muchísimas las ocasiones en que escuché repetir en el aula la historia y la crítica de que el presupuesto, los programas y los proyectos de desarrollo y erradicación de la pobreza en África habían dado como resultado una mejora en los ingresos y las condiciones de vida, de los consultores extranjeros que los habían ejecutado; esta historia, por demás apócrifa, o cierta con matices que no conozco y que nunca intenté comprobar, me hace pensar en cómo la pobreza se ha convertido en un concepto abstracto que colma auditorios académicos y mundanos en una discusión cíclica mientras llena los bolsillos de aquellos que ofrecen sin pudor soluciones milagrosas basadas en el poder del pensamiento positivo y los lugares comunes.

El coaching pobretológico se ha especializado en convencernos, más allá de toda duda, de que la pobreza es un estado de ánimo, una tara mental que nos ancla a un presente sin futuro mientras no rompamos las cadenas que nos amarran a un estado superior del espíritu y la conciencia, todo esto, ambientado con frases célebres e historias escogidas para convencernos de que el poder y la llama de la riqueza habitan en nosotros, solo hace falta cambiar de actitud.

Pero la realidad es otra; más de 20 millones de pobres viven en Colombia. Sus ingresos no superan el equivalente a 5.5 dólares diarios y representan un poco más del 40% de los habitantes de un país en el que salir de este si no se lleva el trabajo y el esfuerzo de 11 generaciones en promedio, es prácticamente imposible); mientras viven al amparo de un sistema que toca a su puerta en época de elecciones aprovechando el hambre inmediato con la promesa de un futuro que seguirá siendo el mismo cuando los nietos de sus nietos dejen este mundo atrás, mientras nuestros juicios de valor los juzgan por ser la causa de su propio estado y el origen de los problemas que aquejan cada día nuestra realidad: sobrepoblación, inseguridad, criminalidad, degradación ambiental, el aumento de conflictos y la migración. Los pobres, en nuestro imaginario, son el origen y la causa de todos los males, como en aquellas épocas de la niñez, en que los hermanos mayores le echaban a uno la culpa de todo.

Siendo honestos, quienes salimos de esta espiral antes de tiempo contamos con suerte. La suerte del influjo del azar y una serie de condiciones estructurales que sirvieron de soporte a nuestro sueño; condiciones que no están dadas para todos y en las cuales no tenemos más mérito que haber estado en el lugar correcto en el momento perfecto.

Es quizá por ello que nuestras propias historias personales terminan por reproducir la narrativa que venden influencers del discurso y mercaderes de la mentalidad positiva. Reconocer que la suerte y no la propia voluntad jugaron un papel clave en nuestro destino suenan como un pecado cubierto de falta de amor propio, pero hemos de ser honestos; si bien salíamos de casa con hambre en las mañanas y tuvimos energía suficiente para sobrevivir al caer de la noche un día más, fueron condiciones externas las que jugaron a nuestro favor, yo debo mi presente a la buena voluntad de muchas personas que alimentaron mi cuerpo y mi mente, un privilegio que por cada persona como yo, se le negó a otras 99.

Erradicar la pobreza desde sus causas es un objetivo clave que debe guiarnos en la búsqueda de la sostenibilidad, y ello no será posible solamente con la mediación de discursos positivos que nos hagan olvidar el presente pensando en un futuro que quizá no llegará. Las jornadas, los discursos, los cuentos, las historias y los testimonios que pululan a nuestro alrededor, solo funcionan para crear una narrativa que oculta lo importante en favor del pensamiento onírico, y que solo ha servido, como contaban mis profesores en referencia al África, para llenar los bolsillos y enriquecer a unos pocos maestros de la palabra, que aprendieron a operar máquinas de humo impulsadas por nuestro deseo de construir un futuro mejor.

Debemos entender y reconocer las causas de la pobreza y hacernos conscientes de su impacto, debemos entender que existen condiciones estructurales como el desempleo, vinculado a la estructura productiva y las decisiones económicas del territorio, la existencia de ideas y comportamientos excluyentes e intolerantes que conducen a la discriminación de otros, la vulnerabilidad de haber nacido en el lugar equivocado en la época incorrecta, el conflicto armado, la crisis climática, la falta de políticas estatales y la corrupción que históricamente han impactado en el desarrollo de condiciones óptimas para la inclusión educativa y social y que además han llevado a territorios a sufrir de abandono ante la proliferación de voces que claman la guerra y empresas criminales que basan su riqueza en la explotación de las personas y los recursos. Y, en fin, nuestra indiferencia, que invisibiliza las causas y los impactos, llevándonos a olvidar que nuestra existencia y nuestro bienestar están vinculados de manera estrecha con el bienestar de la sociedad en conjunto, donde todos más allá de condiciones, estrato o nivel de ingresos, tenemos un papel clave.

Fundador por accidente de los Juanetes. Solamente alguien que desea a ratos compartir las ideas que se agolpan en su cabeza.

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