Lo sabía todo
Cómo dar con los milagros,
a tiempo, breve y en el momento justo,
la maestría de sus ojos
encaminaron mis agobiados pasos
y la inmensidad de su sonrisa
era la única verdad
en el pulso de mi día tras día.
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Sabía que a su lado
me era imposible dormir,
que los domingos nada bien me caían
y que por eso los iniciaba en otro mundo.
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Cómo no iba a saber de la agonía,
de la torpeza y la tristeza
de un corazón que mil veces calló
y, sin embargo, mil veces comenzaría.
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Lo que no sabía
es que no había red de apoyo
fuera de sus manos,
que no encontré un mapa de
regreso,
que el sol la última vez sí quemó la piel
y que esa tarde, hasta tarde estuve
como alguna vez pidió.
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Y me paralicé entre la tregua
y los monstruos de la noche
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En un cuartico de hotel con todas
las puertas cerradas
para siempre.