Lo que el paro se llevó

Vuelvo, porque sigue, a retomar el tema del Paro Nacional. Aunque cabe preguntarse primero qué tanto tiene de paro y de nacional. La agenda nacional parece regresar al principio de los años dos mil: carrobomba y atentado presidencial. Mientras tanto el llamado Comité del Paro Nacional abandonó la movilización callejera para avocarse al cabildeo legislativo, a lo cual no le veo mayor esperanza. Paro, lo que se dice paro, ya no hay, hasta en Cali que era el punto de mayor fuerza de la movilización se han removido los puntos de concentración, y la lógica nacional que hubo ahora se encuentra dispersa entre activismos por aquí y por allá. No desprecio lo que se hace ahora, se trata de reconocer el momento y cómo se ha llegado al mismo.

De antemano ni se sabe cuándo empieza un paro. Ha habido tantas convocatorias de un ‘Gran Paro Nacional’ que consisten en una rutinaria movilización de un día, más o menos numerosa, y con algunos enfrentamientos callejeros y pronunciamientos mediáticos igualmente rutinarios. El año pasado también hubo un intento de movilización, pero no se vivía un ambiente con el desbordamiento de insatisfacción. Todo sumó, el acumulado de la inadecuada asistencia social de emergencia, la impopular reforma tributaria y los desatinos propios de la ‘memepolítica’ en el gobierno del hermanazo del Ñeñe.

Tampoco hay que hacer apuestas por un fin agendado. De primerazo, en la perspectiva del tiempo transcurrido, el retiro de la reforma tributaria se tomó como una carta de respuesta a la demanda social, insuficiente. Luego reiteradamente se anunció el recurso a las máximas capacidades de la Fuerza Pública, asistencia militar incluida. Y, claro, todo el tiempo apostando por la dilación y el entorpecimiento de las negociaciones, fuera con un negociador de papel o anulando los espacios institucionales locales. Sin duda, en las cuentas siempre tan optimistas, que le ponen horas a un Maduro que ya lleva un par de años, o para reconstruir Providencia en 100 días (con un progreso insignificante un medio año luego), esas cuentas, no daban dos meses de paro.

Ahora, si el principio no fue certeza ni el fin tampoco lo es, lo que ha pasado en medio sí es evidente y vale la pena reconocerlo. De este paro nacional se puede hacer un inventario de agravios principalmente, pero lo importante radica en lo que expone en nuestra manera de desarrollar nuestra sociabilidad política y por el posicionamiento de los distintos actores sociales.

Hay un papel principal como antagonista visible por parte de la Policía y la institucionalidad que representa. Lo de Javier Ordoñez no fue un hecho aislable. No hay que irse a los supuestos, definitivamente la institución policial tiene fallas de raíz, como lo muestra la abundante documentación de los crímenes y abusos policiales. Tampoco hay que cobijarse en un garantismo extremo como lo hacen los policías en su reflexión, porque hay hechos que no tienen ni pueden tener ningún sentido de ser en el deber y actuar de los uniformados.

El oportunismo para figurar tampoco se extraña en personajes públicos, parte de su definición como tales. Lo que sí parece absurdo estriba en la usurpación de la representación y la voz de la juventud popular manifestante, especialmente por realizarlo  aclarando en sentido contrario; sí, estamos en un paro de los jóvenes y no hablo por ellos, pero acá en la representación de ellos digo que no hablo por ellos y pongo mis puntos como líder que soy ¿Era tan difícil hacer lo de la muy digna Adriana Lucia?

En lo más personal de cada cual, este paro también ha (re)movido emociones y sentimientos. Había una persona que admiraba mucho, pero en sus trinos lo único que le importaba era el supuesto sabotaje a un plan de vacunación mediocre y deficientemente ejecutado. En momentos así hay que revisar cuál valor predomina en nuestra escala de los mismos. Qué decir de las personas que sufrieron en cuerpo propio el salvajismo a manos de otros, particularmente quienes tuvieron su victimización por parte de agentes encargados de hacer cumplir la ley, sin el respeto a la vida y la dignidad humana como valores superiores.

¿Cómo olvidar a Alison y la impunidad que pende en su caso de abuso? ¿Cómo no encontrar un rostro tuerto e intuir que no fui un accidente ni una patología? ¿Cómo desestigmatizar una reunión pública de camisas blancas?

Lo único que siempre he esperado que el paro no acabe es la creencia que tengamos en el potencial de nuestras acciones como sujetos colectivos para reconstruir nuestra identidad dentro de proyectos más alineados con el buen vivir (Ser nosotros, hacer juntos). Decían que lo peor que podía pasar es que nada pasara; ya pasó que en muchas personas hay una indeleble memoria de dignidad, sea propia o inspirada, por las posiciones asumidas y con las que se simpatizó. Qué la indiferencia que el paro se llevó no vuelva.

Flacuchento con determinación. No estoy aquí para tener a nadie contento/a. Te tuteo.

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