La cara dolorosa de la vacunación

Con la llegada de las vacunas los temas de conversación (y eterna discusión) han sido infinitos. La marca, el fabricante, la nacionalidad, la eficacia, las teorías conspirativas, la posibilidad de volvernos inmortales versus el hecho de llevarnos a vivir una vida aburridoramente finita como siempre, entre muchas otras, como mi favorita que dice que nos ponen un chip para que Bill Gates tome decisiones por nosotros. Pero algo de lo que no hemos hablado, o al menos yo no he visto el tema en redes, es lo que sienten los dolientes de los fallecidos por covid-19 cuando les toca vacunarse.

Por allá a principios de marzo, una señora que estaba atendiendo por duelo me cuenta que está discutiendo mucho con su hijo porque ella no se quería vacunar y él no quería entenderlo. Antes de preguntarle la razón, respire profundo y me prepare mentalmente para intervenir sobre cualquiera de las teorías conspirativas que fundamentan esta negativa, pero su respuesta nos llevó un silencio doloroso: “es que mi esposo soñaba con que nos vacunáramos juntos, tenía elegido con que íbamos a brindar ese día, yo no puedo traicionarlo yendo a vacunarme sola”.

En ese momento entendí que las vacunas no son solo alegría, seguridad y teorías conspirativas, también traen más sufrimiento a quienes ya han vivido la peor cara de esta pandemia. El hijo de esta señora le refutaba con una gran verdad “no vacunarse no iba a revivir a su papá”, pero ese no era el problema, ella no esperaba que al no vacunarse su esposo volviera, simplemente no quería exponerse a la dolorosa situación de hacer algo que se supone era un motivo para celebrar sin poder compartirlo con él, porque no solo duelen los recuerdos, también duele lo que no se pudo hacer. Y es que cuando perdemos a un ser querido, quedamos con una triste sensación de que nos faltó tiempo de vida y experiencias compartidas con esa persona y la vacuna es un cruel recordatorio de que a ese ser amado no le alcanzo el tiempo para estar medianamente seguro ante la amenaza actual.

Ella fue la primera de muchas personas que he escuchado manifestar el intenso malestar emocional que les produce las vacunas. Culpa por tener una opción que el ser amado no tuvo, rabia por lo tarde que llegaron para ellos, tristeza profunda por una perdida que llego sin chistar, intolerancia hacia la alegría de los otros porque sus seres queridos se vacunan y una desesperanza enorme por no poder sentir el bienestar que el mundo les dice que deberían estar sintiendo.

La señora al final se vacunó, con su esquema completo. Fue un proceso muy duro para ella, en el que se sintió completamente incomprendida mientras lloraba desconsoladamente en un puesto de vacunación y todo el mundo le decía que se relajará, que el pinchazo no le iba a doler, pero si que le dolió, le dolió bastante, solo que no el brazo y los demás no pudieron entenderlo, excepto su hijo que en ese momento logró comprender lo que significaba la vacuna para su mamá y tristemente para él.

Cuando mi papá se puso su primera dosis experimenté un torbellino de emociones, lloré mucho ese día. Por un lado, una felicidad infinita de tener el privilegio de que él tenga protección frente a este virus, porque tengo claro que es imposible evitar la muerte, pero he entendido que vacunarse es un privilegio de vida que no tiene que ver con oportunidades de crecimiento personal o profesional, ni de tener un techo o comida, sino con el simple hecho de tenerlo vivo en un momento que la muerte nos ha respirado en la nuca. Al mismo tiempo, ser consciente de ese privilegio me hizo pensar en todas las personas que han fallecido, son demasiadas muy rápido en muy poco tiempo y en sus familias, para quienes la vacuna no tiene el mismo significado que para mí, y es imposible para mí, que me he conectado todo el año con el dolor de estas personas, que la alegría sea completa, no puedo celebrar a pesar del dolor de otros, pero si puedo ser consciente de lo afortunada que soy y tengo derecho a sentirme bien por eso, por eso lo publique en mis redes, pero al mismo tiempo, esto es un poderoso motivo para seguir cuidándome y cuidando a otros, para seguir acompañando en medio de mis posibilidades.

Cuento esto como una invitación al cuidado. Cuidar significa que si vemos a alguien mal en un centro de vacunación comprendamos que puede estar sufriendo por una pérdida y no lo invalidemos, regalemos si podemos una mirada compasiva ante la imposibilidad de un cálido abrazo. Cuidar significa, continuar usando las medidas de bioseguridad mientras todos alcanzamos a vacunarnos, no porque yo este protegido no significa que esto dejo de ser un acto de supervivencia colectiva. Cuidar significa también vacunarse, aunque duela el corazón, porque necesitamos detener esta tragedia para tratar, en lo posible, no seguir perdiendo.

💚Psicóloga Feminista (Ella/She/Her) 🤍Terapia de Duelo por Fallecimiento 💜Acompañamiento en Violencia Basada en Género

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