¿Se imaginan un mundo sin lenguaje? ¿Cómo sabríamos que una silla es una silla si nadie la nombra y la carga de significado? ¿Usted cómo sabe que el amor es amor y no otra cosa? ¿Cómo podríamos reclamar nuestros derechos si no somos capaces de nombrarlos? ¿Cómo lograríamos asociaciones o divergencias? ¿Sería posible polemizar y discutir sin lenguaje?

El lenguaje es el punto de partida para la construcción de la realidad y por tanto para relacionarnos en la cotidianidad, lo que es fundamental para ser, estar y hacer durante nuestra existencia. Por eso, las discusiones sobre la inclusión y la exclusión a partir del lenguaje no hacen parte de una “cultura del delique” como se sugirió hace poco, sino un esfuerzo para nombrar lo que muchos quisieran que no existiera o peor, que no se reconociera, porque de hacerlo les quitamos el privilegio de la exclusividad en el punto de partida para la construcción social y subjetiva del ser humano.

Hablar de machismo, sexismo, racismo y diversidad sexual y de género, implica necesariamente hacer un señalamiento critico al histórico privilegio del hombre blanco, cisgénero y heterosexual que ha construido el mundo a su imagen y beneficio a partir de la forma de nombrarse y nombrarnos, en la que “hombre” es sinónimo de “persona” siempre y cuando la persona no contradiga la norma social establecida por el hombre (blanco, cisgénero y heterosexual) porque si lo hace, se le despoja de su humanidad, desde el lenguaje en primer lugar, para luego pasar a todas las dinámicas violentas que conocemos, pero muchos se niegan a reconocer.

Es por eso por lo que la existencia humana no puede estar ligada exclusivamente a lenguaje masculino porque, aunque digan que nos incluyen, la norma social diseñada e impuesta por el hombre nos excluye. Por lo tanto, si queremos construir un mundo que realmente respete los derechos humanos y le de cabida a todas las realidades que existen, tenemos que empezar por reconocer y nombrar dichas realidades.

Sin embargo, este no es un ejercicio automático, por el contrario, viene cargado de reflexiones y discusiones continuas, unas más profundas y serias que otras que nos permiten irnos ubicando en una forma de concebir al mundo y a la sociedad de la que hacemos parte. Nombrarse feminista, por ejemplo, no ocurre solo por ser mujer. En mi opinión es una decisión que se toma después de hacer consciente que nos hemos formado en una cultura que nos considera objetos de uso, consumo y abuso y a la vez hemos sido víctimas de ella, reconocimiento que permite la emergencia de un intenso deseo de ocupar un lugar diferente en el mundo; y es tan satisfactorio como problemático porque nos lleva a un aprendizaje continuo pero a partir de un cuestionamiento constante y a veces agotador de absolutamente todo, incluso de nosotras mismas.

Y aquí hago una confesión. Cuando Santiago me invitó a Los Juanetes dudé en aceptar porque me cuestioné fuertemente el aportar a una idea construida por hombres, con nombre de hombres, en el que no tenía claro si previamente se pensaron compartiendo con mujeres, al mismo tiempo que se estaban estrenando dos proyectos comunicacionales-políticos (Los Danieles y Los Gustavos) creados por machos que comparten nombre y se juntaron para crear otra ventana de difusión para sus ideas. De hecho, de un chiste sobre ese auge de proyectos masculinos con nombres comunes surge la idea de Los Juanetes, que después dejo de ser chiste es otra cosa.

El caso es que me cuestioné, pero también lo vi como una oportunidad tranquila de hacer algo que disfruto: escribir. Entonces acepté y no me arrepiento porque he conocido a personas muy interesantes de las que aprendo de temas que ni me imaginaba que podrían interesarme y he encontrado un espacio valioso para hablar de diferentes temas de mi interés, por lo que al final agradezco mucho la invitación.

Sin embargo, volví a cuestionarme hace unos días cuando 3 manes prestaron sus nombres en versión femenina para hacer el favorcito y “darle voz” a las mujeres. Fue una forma condescendiente de intentar convencernos de que no son machistas y de que lo sucedido en domingos anteriores no sucedió, algo así como cuando se descubre una infidelidad en plena acción y la respuesta del infiel es “no es lo que crees”, tal y como ocurre con los otros declarados creadores o aprendices del feminismo sin una pizca previa de reflexión sobre su rol patriarcal.

En eso, apareció un tweet de Andrés Trece sugiriendo cambiar de Los Juanetes a Les Juanetes y aunque mi postura es que se debe nombrar a todas y todes de forma diferenciada, especialmente del “todos”, para darle un justo reconocimiento a cada grupo poblacional, me pareció una propuesta que realmente nos arropa a todas, todes y todos.

Y es que “juanete” es una protuberancia en el dedo gordo del pie que incomoda terriblemente y el slogan es “Pisando callos”, entonces reconocernos desde el Les nos permite continuar opinando como personas “normales” que continuamente cuestionan lo normativo, lo cual genera incomodidad, incluso con una audiencia en construcción, como la sociedad a la que le queremos dar cabida desde un uso flexible y diverso del lenguaje. Por eso, ahora nos llamamos Les Juanetes, donde realmente cabemos todas, todes y todos para escribir, debatir, opinar, incomodar, aprender y sobre todo construir, deconstruir y reconstruir las múltiples realidades que habitamos y compartimos.

💚Psicóloga Feminista (Ella/She/Her) 🤍Terapia de Duelo por Fallecimiento 💜Acompañamiento en Violencia Basada en Género

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