En la lucha para contrarrestar las habladurías y rumores, ciertamente infundados, por los que se quiso crear la fama de las mujeres como seres débiles, incapaces, atenidas, entre otros embustes, nos hemos visto obligadas a demostrar, al mundo y a nosotras mismas, constante y permanentemente la falacia de esas invenciones, llevándonos a un permanente escrutinio, incluso interno, de nuestra autonomía e independencia.
No está mal, por supuesto, sabernos poderosas, capaces de todo, heroicas. Sabemos, también, que no hay derrota sin aprendizaje y crecimiento, que las cosas se dan a su debido tiempo y que podemos recuperarnos de las caídas. Sin embargo, en medio de esa batalla constante, pareciera que de alguna manera damos a entender que somos tan autosuficientes que no necesitamos cuidado.
A ver, puedo prepararme el café, cocinar mi comida, llevarme a un sitio que quiera conocer, comprarme el libro que quiera leer (sí, muy “Flowers” de Miley Cyrus https://www.youtube.com/watch?v=G7KNmW9a75Y)… pero si algo de esto llega vestido de detalle ¡bienvenido! Se agradece, se celebra, pues los actos de cariño y de servicio son necesarios en la construcción de las relaciones humanas, en hacerlas profundas e, incluso, duraderas.
Y esto, claro, no se trata solo de nosotras. Las personas, en general, amamos los detalles, nos demuestran lo importantes y especiales que podemos ser para los demás. Tampoco se trata constantemente de dinero. Algo que mueve el corazón de una mamá, por ejemplo, es cuando su pequeña o pequeño llega con flores del parque o de la nada salta con un abrazo y repartiendo besos.
Pero la ausencia de este tipo de mimos tiene su tinte machista, hay que decirlo, que construyó una distorsionada interpretación de las demandas feministas para desentenderse del deber de cuidado con la mujer, porque “ya no se les puede decir nada” o “ella puede sola” o “no quiero que piense que es incapaz”, entre otra cualquier cantidad de excusas. También está la muy propagada cultura del yo, en donde solo se habla de recibir, pero se olvida la necesidad que existe también de dar.
A modo de ejemplo, pensemos por un momento en los hogares de hace unas décadas, en donde los señores tenían la carga laboral y, con todo, sus parejas en casa (recargadas con las actividades del día) los atendían a diario para reconfortar cualquier afugia o agobio que cargaran, sin que por ello se los creyera más débiles o incapaces.
Esa es la labor con las personas que queremos, es algo que además nace. Reconfortar y, por supuesto, hacer notar lo especial que es para nosotros su presencia en nuestras vidas. Las relaciones humanas son lugares de trabajo, de cuidado del otro que, por más independiente e imperturbable que parezca, necesita afecto. Al final, se cuida lo que se quiere.