A todos nos pasa que, llegada cierta edad o apariencia, alguien en el supermercado, en el banco, en el restaurante, en la tienda, en donde sea, nos dice “gracias, señora”, “permiso, señor”, “¿qué se le ofrece, señora?” …y mientras encontramos la respuesta lógica a una simple pregunta, palidecemos pensando que la juventud se fue, que la alegría se acabó y que solo nos consumen los pagos y las responsabilidades.
La situación se complica cuando la palabra aquella, señor/señora, ya no solo la pronuncian algunos niños sino también los vecinos y personas mayores que nosotros… “¿señora? Usted es el señor ¡yo estoy en la flor de la vida!” pensamos.
Y la cosa es que sin justificación distinta a la de amar la juventud, la que ya vemos con un poco de nostalgia pese a seguir en ella, nos aferramos a la idea de lo que fuimos y despreciamos una época de la vida que tiene un encanto que viene de la experiencia, que bien dicen que no se improvisa, esa que nos permite tomar mejores decisiones (al menos la mayoría de las veces), saber cuándo algo nos gusta o no, conocer nuestros propios límites y, si acaso no sabemos qué se quiere, tener claro qué cosas ya no harán parte de nuestras vidas.
Estamos también en una época de elecciones. Podemos preferir el vino y la comida antes de la rumba (sin que eso implique que no bailemos de vez en cuando); en la cara se nos marcan las huellas del cansancio y de las sonrisas, elegimos si queremos disimularlas o no; aparecen los hilos blancos en la cabeza, optamos por lucirlos o de qué color queremos llevarlos, ojalá sin superioridad moral o estética, porque cada quién decide cómo verse.
Es entonces cuando el “señora” deja de parecerme tan aterrador para acomodarse a una época en la que ya pasamos los 20´s, estamos en los 30´s y 40´s o más, y ver hacia atrás nos muestra que estamos en muchos aspectos lejos de lo que alguna vez fuimos, los gustos han cambiado, sabemos qué nos puede alegrar y eso merece una denominación especial.
Ese señor y esa señora que se ven en el espejo han reído, han llorado, han amado y se han ganado ese reconocimiento. No ha sido fácil llegar hasta acá. Los insomnios, malestares, tusas, jornadas extendidas, fiestas, celebraciones, amores… la vida nos ha traído hasta acá y tenemos ahora un buqué, un añejamiento de buen vino que llega solo con los años.
Así que, menos miedo hay que tenerle al paso del tiempo, más disfrute de esas cosas que ahora nos hacen más felices.