Mi mito favorito del Estado colombiano es el Estado laico. Dios y patria siempre nos acompañan. ¿Por qué?, ¿por la inercia cultural o la del poder? ¿Cuál es la importancia de ello más allá de satisfacer un idealismo?
Hace unas semanas hubo una polémica en el país opinador, tanto en radio como en Twitter, por el oratorio del aeropuerto El Dorado. Esencialmente. Se quería usar el espacio, hasta entonces exclusivo para fe católica, como uno multiconfesional. Hablamos de espacio público por ser un bien concesionado y de un aeropuerto que ocupa el segundo o tercer lugar de mayor afluencia en la región latinoamericana. Espacio y bien público pero no tan público, no tan universal, por ser solamente para una mayoría asumida. Tan asumida es que bendito sea dios y fueron a dejarlo claro en el propio aeropuerto con una protesta.
—Te están respirando los derechos de los demás en la nuca, Marce.
No se tolera la perdida de privilegio. Y eso es, privilegio. Cuando los derechos propios lo son porque otros no los tienen son privilegios; cuando tus derechos están en contra de los de los demás es una opresión del grupo que los tiene. No se puede compartir el lugar reservado, perdón quienes llegaron tarde a la repartición pero ya está hecha, hace tiempo fue decidida. Bueno, perdón no, sorry not sorry. Ese es el mensaje que aparece en tantos espacios físicos y simbólicos.
Así, si hay un espacio con minusrepresentación femenina, también llegan los que han estado siempre para decir que ahora sí hay un atropello, que la inclusión los excluye. Creo que aún 30 años luego podrían decir que la verdadera inclusión forzada es la Constitución de 1991. Compartir el espacio de un oratorio no es tener menos derechos; es que otros también tengan el mismo derecho del ejercicio del propio credo con igual dignidad.
Ahora, el problema de fondo es que no sabemos como sociedad, no hemos entendido, que los derechos son para todas las personas, tampoco que la necesaria inclusión de poblaciones o grupos es fundamental para aquella universalidad de los derechos. Luego, se cree torcidamente que dar un carril a los ciclistas para su seguridad es solo afectar a los conductores y que dar cuotas de género es quitarles puestos a los hombres, por poner ejemplos. No, se trata de inclusión y acabar privilegios y desigualdades. Pero los establecidos, los acomodados, los conformes con el statu quo, siempre encontrarán en la apertura un inconveniente, una puesta en duda de su lugar y hasta una amenaza existencial en ciernes.
En el caso del oratorio de El Dorado, finalmente, se impuso una solución que deja mal sabor de boca. La presión mediática y el acoso con manifestación incluida lograron que se conservara la exclusividad de un espacio para la fe católica, mientras en resto de religiones, cual si fueran ‘etcétera’, se acomodarán en otro lugar, ellas sí cuántas sean compartiendo espacio. ¿Qué tienen los católicos que no pueden compartir el espacio?, ¿qué tienen los no católicos que si deben compartir oratorio? Las diferencias son un privilegio terrenal, la capacidad de cabildear sus intereses y ejercer presión social para conservar su exclusividad.
Este es un problema clásico de la sociología, cómo los grupos dominantes reproducen su orden y el sentido del mismo a partir de legitimarlo, o en su defecto por la fuerza, sea coacción con coacción física, constreñimiento legal, simbolismo como demarcación de territorio o, en suma, el despliegue de todos sus recursos para asegurar el estatus de lo establecido. Eso lo estudio un brillante sociólogo, Norbert Elias, en una pequeña comunidad a partir de la diferenciación dentro de un grupo social por la temporalidad de su establecimiento.
Ya llegamos, nos quedamos. Si no quieren dar ningún paso atrás, así estuviéramos de espaldas al abismo, nos toca seguir hacia adelante en esta historia que también es nuestra y donde no queremos seguir más en el lado B, como ‘alteridad’, ya no, porque no se piden privilegios, solo el mismo derecho a ser y estar. Lo lamento por las godorreas. Bueno, no.