El problema de la sostenibilidad, en mi opinión, debe trascender la discusión sobre escenarios apocalípticos, distopías e incluso sobre imposibilidades e irrealidades. Aunque a nivel científico tiene un alto valor el descubrimiento de las causas –Antropogénicas o no– de las amenazas que se ciernen sobre el género humano y su existencia en la tierra, hay un elemento de mayor impacto, y se basa en el principio de la aplicación de la racionalidad en la toma de decisiones y la planificación de los escenarios futuros de la humanidad.
En su origen, el hombre como un ser de la creación, que a pesar de su alto impacto en la naturaleza solo ha estado presente en una fracción mínima de la existencia del universo, ha usado la razón para entender, comprender, transformar y dominar el mundo a su antojo, aunque, en los últimos años, parece haber perdido su capacidad de dominio sobre la naturaleza en contraposición a su deseo de posesión y crecimiento individual.
Los hombres antiguos lograron descubrir en el sol a ese dios que dominaba la existencia; mediante la observación lograron transformar su entorno y su realidad convirtiéndose en seres sedentarios y sociales; descubrieron el fuego, la rueda, la agricultura, inventaron el automóvil y los alimentos para microondas –y también el microondas- y otras tantas cosas que hacen más fácil su vida y más difícil su intención de llegar a fin de mes sin deudas. En su historia y evolución, el hombre ha logrado conseguir por medio de su razón superar diferentes hitos, y sin embargo, parece que a medida que evoluciona su capacidad social de vivir mejor, se erosiona su capacidad individual para existir.
En la discusión sobre el futuro y la sostenibilidad son diversos los aspectos que guían la toma de decisiones; por una parte, la existencia o no de una amenaza del universo, la naturaleza, los dioses o los demonios. Cualquiera estaría de acuerdo conmigo en que conocer y enfrentar las amenazas, adaptarse a su impacto o prevenirlas, e incluso eliminarlas es una tarea que debe, necesariamente ocupar nuestro tiempo si queremos seguir existiendo como raza en esta tierra y no terminar extinguiéndonos como ha sucedido con otras especies (muchas de ellas por nuestra culpa). Pero además de la amenaza, hay un elemento fundamental de fondo: la causa.
Saber de dónde podría venir nuestro final parece ser un hilo conductor racional en la lucha por la existencia del hombre; sin embargo, su efecto ha sido contrario, el objetivo parece ser, en efecto, negar o afirmar, probar o descartar que nuestras decisiones sociales, económicas, productivas y políticas son el origen de esta amenaza. Pareciera incluso un dilema religioso, si tenemos la culpa, debemos confesarnos y expiar nuestros pecados, pero: ¿si no es el hombre el culpable? ¿Le echamos la culpa al Sol y rezamos para que no nos haga nada en el tiempo en que dominará nuestra existencia?
En nuestra estrategia de negación de responsabilidad podemos pensar que tal vez no destruimos el ambiente y no ponemos en riesgo la vida, y la naturaleza en su sabia existencia tendrá la capacidad de regenerarse. Pero la verdad es que como especie, como grupo y como personas, ponemos en riesgo nuestro futuro y el de nuestros semejantes en cada paso irracional que damos: personas enfermas por los efectos negativos de productos sintéticos como las drogas o el glifosato, pandemias y zoonosis, trabajadores que se suicidan por la carga laboral que supone ir cada día a una planta para ganarse la vida, empresas que cierran porque sus costos no alcanzan a ser cubiertos con el precio de sus productos, guerras y hambre en un mundo que bota comida, gobiernos que caen a consecuencia de intereses particulares, corrupción, personas que mueren por salir a exigir el derecho a la vida, familias que se rompen, niños sin futuro… enfermedades ambientales, sociales y económicas que tienen un solo origen: un sistema cimentado en la ambición y la falta de razón.
Vivimos en la era de la explotación sexual, esclavitud moderna, la era de las drogas, el dinero fácil, la era en que tener es sinónimo de ser. Y la existencia entera se nos va en acumular bienes materiales, a costa de la salud, comprando a cuotas y pagando intereses de usura que nos cuestan la vida al final. Hoy a todos, el efecto devastador de la pandemia y las decisiones gubernamentales sobre el desarrollo económico del país nos cobran factura: miles de empresas cerradas, millones de desempleados y una cifra de pobreza monetaria que roza el 50% de los colombianos, todo bajo el modelo de gestión de un gobierno que elegimos tratando de no llegar nunca a esta situación, pero advertidos de su destino.
Pienso que la base de una solución al futuro del hombre es la racionalidad, entender el entorno y la vida, pensar, descubrir, maravillarse. No se trata solo de existir, porque entonces al final no seremos superiores –como siempre nos hemos creído- a las plantas o los animales. Se trata de vivir, pero no esa vida que perseguimos irracionalmente dejando nuestra coherencia en el camino. Se trata de vivir en armonía con todo aquello cuanto nos rodea, logrando que nuestra razón guíe nuestros pasos para dejar una huella –positiva ojalá- en el mundo.