La paradoja de la democracia deliberativa

Mario Roberto Prieto – Consentido social y Juanete de corazón

Es 11 de septiembre, es un domingo frío en Bogotá y me despierta Lola para que le dé comida. Quiero volver a dormir, pero la vejez no lo permite. Agarro el celular y lo primero que encuentro en Twitter son residuos de un escándalo con la ministra Irene Vélez. ¿Qué pasó?, me pregunto. Busco Irene Vélez y encuentro una declaración en la que da una cifra astronómica: 10 mil billones de pesos. Ni Pacheco hubiera podido decir una cifra de esas sin causar indignación. Un lapsus, me digo, seguro son 10 billones. Encuentro la respuesta de la ministra Vélez a Antonio Navarro, aceptando su error. Son cerca 10 billones. Sigo. Encuentro luego un montón de tuits, incluido el de Katherine Miranda, que más o menos dicen: Apague y vámonos. Paro. Pienso: ¿cuánto llevamos de gobierno y cuántos escándalos por tonterías hemos tenido?

Hago un recuento. 

  • El lapsus de Francia
  • Los tenis de la ministra
  • Los malentendidos de Ocampo
  • Susana Boreal cantando
  • Petro reviviendo a Pinochet

Seguro se me escapa otro. 

Recuerdo que hemos hablado mucho de la necesidad de estructurar una estrategia de comunicaciones para la bancada de gobierno y para el gabinete ministerial. Es que les falta un estratega, es que dan papaya, es que les falta experiencia, eso viene con el cargo, decíamos.

Y sí, por supuesto que es cierto, cada día me convenzo más de la necesidad de comunicar bien. Pero, con este episodio también me convenzo más de aceptar que a la izquierda democrática, a la derecha moderada y todas las apuestas alejadas del autoritarismo, les toca trabajar el doble en temas de comunicación, de gobernabilidad y de legitimidad. 

La democracia deliberativa, o las prácticas que de ella surgen, suelen tener los mismos problemas para conseguir tres cosas: cohesión en el congreso, legitimidad en los medios y credibilidad ante la opinión pública. 

Y resulta que los congresistas de la coalición quieren más poder y salen culiprontos a atacar con el primer error; los medios quieren chivas y escándalos para aumentar sus audiencias; y la opinión pública espera coherencia en el discurso, honestidad y claridad de parte de sus líderes. 

Estas pujas por el poder en gobiernos de microgerencia (o de injerencia en todo), como los gobiernos de Uribe, eran fáciles de solucionar. Una llamada del presidente eterno a un funcionario, a un ministro, a un parlamentario aparentaba la gestión efectiva ante un problema. La llamada era cuidadosamente grabada en video y se filtraba a las redes y a los medios. Todos satisfechos. 

En gobiernos como los de Samper, Santos y ahora  Petro, toca conversar, transar, ceder, comprometer y responder por todos y cada uno de los nombramientos porque cada uno de ellos representa un frente. La época en que los ministros se agarran públicamente con otros ministros ha regresado. Y eso, que para mí es un síntoma de buena salud democrática, desafortunadamente es una debilidad en estos tiempos de medios acelerados y superficiales como El Tiempo, CM&, Blu y WRadio; de medios que son un brazo del uribismo, como RCN y Semana; y de medios que relatan con saña y vendetta el día a día de un gobierno al que siguen tratando como extrema izquierda, como La Silla Vacía.

En este escenario de profunda indignación por tenis, lapsus, desautorizaciones, puyas, errores de concepto y desconocimiento -porque escribiendo esto me entero de otro escándalo con la Ministra de Minas-, creo que sería bueno reflexionar sobre si la agenda de indignación nos la van a imponer los medios tradicionales, que ven fantasmas en todos lados y son extremadamente ignorantes, o si vamos a aceptar la realidad: que este es el primer gobierno de una izquierda democrática, que no es perfecto y que ganó cediendo parte de sus principios haciendo alianzas malsanas y queriendo comenzar a cambiar la forma de hacer las cosas desde el ejecutivo y el legislativo. 

Así que, en mí nunca, humilde opinión, sería interesante que nosotros mismos, quienes de una u otra forma hicimos campaña para cambiar este país, quienes nos quejamos de esos medios tradicionales y quienes reclamamos cambios de forma y de fondo en este país, hagamos un ejercicio autónomo de control político. Nos merecemos un mejor gobierno, un mejor Congreso y un mejor control político.

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