Nunca me imaginé que el tema de conseguir jardín y colegio fuera tan dispendioso y demandante. Conozco mamás muy juiciosas que se ingenian cuadros en Excel en los que comparan con gráficas las ventajas de uno y otro sitio. Algunas quieren cámaras de vigilancia, otras prefieren evitarlas y existimos las que esperamos que nuestros hijos hablen y puedan contarnos qué hicieron en el día o que nos den quejas, esperando que la elección del lugar para que empiecen su vida escolar hay sido la mejor.
Hace unos días, la pequeña hija de una gran amiga empezó su vida escolar. Como va al jardín, tiene uniforme, ruta y se emociona cuando llega la hora de ir a jugar y aprender con otros niños. Esta etapa, corriente en la vida y que tendría que asimilarse como cualquiera otra, me trajo lágrimas de nostalgia por lo que viene con mi hijo, porque se despide el bebé y llega el niño.
Entonces decimos las frases que hasta cierto punto y de tanto escucharlas eran incómodas cuando éramos niños: “cóoooomo está de grande!!!” “es que crecen muy rápido…” o la lapidaria “aproveche, que esa es la época más bonita, ya después es diferente” (frases verdaderas que nunca me imaginé diciendo).
Y no voy a decir mentiras. Así como algunas cosas de la maternidad me han causado menos resistencia, ver crecer tan rápido a mi hijo, saber que ya no estará solo bajo mi cuidado, me da duro.
No quisiera perderme momentos que me ayudan a conocerlo. Por ejemplo, sé cuál es su juguete y objeto favorito, entiendo con una mirada cómo se siente, sé cuándo está feliz, incómodo, cansado o tratando de hacerme reír, pero desde temprano debemos entender que los hijos son prestados, que la vida nos deja disfrutarlos por corto tiempo antes de que salgan al mundo sin necesitar nuestra presencia continua, o al menos es lo que nos han dicho.
Pero no conozco a la primera persona que no sienta esa ausencia. No sé de alguien que pueda hablar pacíficamente de la ausencia de su padre, su madre. Al final, nos cuentan, viven con el dolor. Un dolor que nunca se va, un dolor que duele antes de llegar.
La idea, aunque dolorosa, me invitó a reflexionar sobre este papel que con el paso del tiempo también evoluciona, incluso a veces más rápido de lo que podemos adaptarnos y, a veces, solo podemos ser espectadores.
Entonces, como espectadora, empiezo a ver cómo mi bebé, o mejor, mi niño tiene cada vez más independencia, juega con otros niños, vendrá esa época en la que ya no estará solo bajo mi cuidado, que tendrá que socializar, lo que será lindo y otras veces no, y mi papel será explicarle que la vida tiene momentos de todos los sabores y colores. Llegarán nuevas cosas, alegrías por sus logros, esos que también tuve, y le brindaré la sonrisa atemporal, llena de amor, llena de orgullo y admiración que nuestros padres nos brindaron alguna vez (ojalá muchas).
Por ahora quedan algunos meses antes de verlo estrenar el uniforme, la dinámica escolar y nuevos amigos, por supuesto, esto será después de leer alguno de los cuadros Excel que mis amigas hicieron y de compartir sobre esta etapa que también es nueva en nuestras vidas.