Fenalco sería el gremio que más amamos odiar si no existieran Asobancaria, Asofondos (pensiones) o Acemi (las EPS). Es una competencia reñida donde se esfuerzan por convencernos de nuestro propio bienestar, que es el de ellos realmente, y más en tiempos de reformas estructurales. Sin embargo, no falta el certero trino que nos haga decantar, cortesía de la directora ejecutiva de Fenalco Antioquia:
Esta comprometida militante libertaria (ver LinkedIn) me hizo recordar un tema que me suena desde hace tiempo y son las neveras de Coca-Cola y Postobón. En serio. Lo primero que le sugiero a la lectopersona para esta ocasión es que suspenda su romance con las tiendas de barrio mentalmente mientras absorbe este discurso. Pero, ¿cómo imaginar la vida de barrio tradicional sin las tiendas?
Prácticamente, el punto de encuentro por excelencia y de construcción de tejido social barrial es la tienda. Es que es hasta intergeneracional, tan te compra un niño apenas preescolar como una bisabuela. Así lo han estudiado compañeros y colegas (Ricaurte, 2010; Morales, 2017; Henao, 2018) —sí, así somos la gente de sociología, sobrepensando la realidad inmediata—.
Sin embargo, la tienda lleva bajo amenaza al menos unas dos décadas. Primero, por las grandes superficies en los años 90 y comienzo de los 2000, cuando entraron multinacionales como Carrefour y consolidaron cadenas nacionales como Éxito y su grupo. Ahora, desde hace aproximadamente una década el asunto es con las cadenas de descuento ‘duro’ tipo tiendas D1 o Ara. Ojo, que a estas últimas les gusta llamarse así, tiendas porque son competencia directa con las tradicionales en gran parte.
En todo caso, las tiendas tradicionales siguen ahí, como siempre o hasta con más fuerza, por razones que para mi juicio de aspirante a urbanista y marxista recalcitrante tienen que ver con la economía política, además de lo social o cultural. Las tiendas son, pues, fundamentales para el proceso de producción capitalista de la manera que más les gusta a las empresa y que diré en fino paisa: gorreando (free riders en jerga de economistos).
Sin entrar una cátedra de Das Kapital, para Marx el proceso de circulación de la mercancías era parte de la unidad del proceso global de producción. Ya se puede entrar a discutir si la circulación crea plusvalor. Yo digo que sí, también que en el siglo XXI en el capitalismo globalizado es mucho o tanto más importante la circulación que la producción, el control de la circulación de mercancías como parte fundamental.
¿Y las tiendas de barrio entonces? Ah, las tiendas son la clave de la circulación para los grandes oligopolios alimentarios de ultra procesados. Y aquí es donde entran a la escena las neveras. Sí, esas que son de las empresas como Postobón o Coca-Cola y exclusivas para sus productos.
Las personas que tienen su tienda ponen todo, un local, pago de electricidad y por supuesto su fuerza de trabajo, cosas todas que cuestan y se pueden tasar monetariamente. Para empezar, no sé si ustedes estaban al tanto del concepto de ‘market place’ antes de que surgiera ese antro de Facebook, pero las grandes superficies ya estaban bien familiarizadas con el tema. Paso a explicar.
En las grandes superficies ya muchos de los productos no son directamente del inventario de los propios almacenes, es decir, mercancías compradas por la cadena para venderle a su vez a los clientes. No, es mercancía que los proveedores ubican e impulsan a veces de tiempo completo con empleados dedicados. Entonces por un pedazo de estantería, especialmente en productos con gran relación peso/precio o de altísima rotación, un almacén saca ganancias al facturar las ventas, pero no invirtió ni arriesgo —si no se vende el encarte es para el proveedor—.
Así, el sueño de toda cadena de hipermercado es rentabilizar hasta el último metro cuadrado de sus almacenes cargando toda la inversión y riesgo de la mercancía a terceros. Eso ya lo hacen en gran parte por las tiendas digitales donde comercializan productos de terceros y su aporte son los canales de servicio. Eso es exactamente lo contrario de lo que pasa con las tiendas de barrio.
Un tendero ubica una nevera de las susodichas, otro tendero lo hace, mil lo hacen. ¿Cuántos metros cuadrados, cuántos miles de metros cuadrados, están puestos a disposición de esos grandes fabricantes para que sus productos circulen en el mercado de manera adecuada (refrigerados)?¿Cuánto dinero se están ahorrando locativamente, en pago de servicios y personal?
Las tiendas de completo autoservicio ya existen en centros comerciales y estaciones de transporte público, y tienen que pagar todo eso, incluyendo la mano de obra para recargar las máquinas expendedoras de productos, mantenerlas y repararlas. Claro que pagan arriendo por metro cuadrado y en algunos casos pueden tener contador de energía independiente por local. Pero, a los tenderos no se les reconoce directamente eso, porque son distribuidores finales que trabajan por pequeños márgenes de ganancias impuestos.
Ya podemos entender porque el modelo de tienda barrial es tan imbatible. Es, por demás, pura autoexplotación, que no es reconocida. Es un gana-gana, donde lo que gana la tienda es lo mínimo y menos de lo que debería ser reconocido. Y al ser oligopolio el mercado pues poca alternativa queda, mientras aquellas empresas juegan con toda la ventaja para imponerse.
También, podemos entender la ventaja de las alimentarias y de bebidas como poder de negociación, y eso explica en gran parte su incompatibilidad con las tiendas de descuento duro. Estas podrían decir: vamos a negociar el precio al distribuidor que me ofreces para mis mil tiendas. Ahí sí habría negociación fuerte, entre grandes de lado y lado.
Viéndolo todo de esa manera, ya no parecen tan romantizables las tiendas de barrio, y eso que falta considerar el factor laboral. Por la alta informalidad —aquí es donde enlazamos con Fenalca (sic)— los y las tenderas no tienen ningún tipo de seguridad social, porque su negocio está diseñado para ser de subsistencia. Tiendas que abren a las cinco de la mañana y cierran a las diez de la noche. ¿Incapacidades?¿Vacaciones?¿Primas de servicio? Nada.
Al final hasta podríamos caer en el tema de las tiendas de barrio como trabajo de cuidado vecinal no remunerado que recae en las familias administradoras de las mismas, porque son demasiadas las horas que el resto nos podemos ahorrar aprovisionandonos en la esquina de nuestra cuadra sin pagar nada adicional. Para pensarlo.
De ello, a veces he considerado que sería hasta positivo que las cadenas de descuento duro desplacen por completo a las tiendas. Ningún cajero se hará rico, pero al menos en esos puestos deben tener o pueden exigir sus derechos laborales, separan su trabajo —la mayoría de tiendas barriales están en vivienda familiar— y tienen unas mayores opciones de movilidad, sea que puedan cambiar de lugar de trabajo dentro o en otra cadena, o posibilidad de ascenso.
Para terminar con una nota optimista-mamerta, mejor sería que las personas se organizaran en cooperativas o sindicatos para mejorar sus condiciones laborales y ganar poder de negociación, cosa que nunca hará Fenalco, aunque debería interesarle. A veces simplemente se trata de solucionar las cosas a putazos políticos, sobretodo cuando somos los de abajo. Me incluyo, por supuesto, soy del populacho. Sí, la economía popular de Petro adelanta o promueve iniciativas en el sentido de dignificarla, hará bien.
PS: recomiendo ver en los anexos de Morales (2017) las entrevistas a tenderos/as.
Santiago Acevedo Monsalve @A_Son_De_Que
Referencias
Henao, D. (2018). La tienda de Doña Magally como un espacio de encuentro. Kalibán. Revista de Estudiantes de Sociología, (5), 54-63. En línea.
Morales, J. (2017). Una mirada sociológica a la tienda de barrio : factores sociales, económicos y culturales, que fortalecen su permanencia en el mercado y su resistencia al poder capitalista. Caso tienda “El Profe”, barrio Laureles, Medellín [Trabajo de Grado, Universidad de Antioquia]. https://hdl.handle.net/10495/14068
Ricaurte, J. (2010). Barrios, tiendas y tenderos e imaginario urbano en la ciudad de Medellín (Trabajo de Grado). Universidad de Antioquia, Medellín.