Miguel Andrés Bayona Ospina

III

— ¿Podemos recoger a ese hippie? —siempre le gusta hacer referencia a programas infantiles gringos, entre otras cosas.

— Pato, viejo; ¡déjese de maricadas! —le digo con tono serio, mientras la carretera se presenta sinuosa, a los 80 km/h que nos permite el Fiat. Nunca vi el hippie, no sé si realmente existía, ya estamos en un punto en que la realidad fornica con la fantasía.

IV

Yo quería que recogieran al hippie. Hice como para apagarme pero el Pato me zampó los 45 de chancleta en el acelerador y a punta de gasolina directo a la vena me puso a andar. Ya le conozco todas las mañas, son como quince años juntos, bueno, los tres: Pato, Lorenzo y yo, de arriba pa´bajo en juerga, ¡cosa más buena!

Acelero, freno, claxon, suena mejor pito y mejor suena chancleta; y dele. Un bache, diez baches, aunque son más huecos que baches. Baches, claxon, tanta maricada, a las cosas hay que decirles como son, como se sienten, como se siente la carretera debajo de las ruedas, las desgastadas, las vuelta-mierda, las debí-cambiar-hace-cien-mil-kilómetros. Y las llantas pueden ser llantas o ruedas, no falta el güevón que les dice neumáticos u otra pendejada de moda. Pasé de ser automóvil a carro, a nave, aunque este par no son tan gamines, sigo siendo el carro-motel-cantina-ambulante.

Pasé de ser el consentido del viejo Saúl, a ser el amante del viejo Pato, bueno, de Lorenzo también, un güevón más aguacatado. Recién cumplieron dieciocho cuando les pasaron las llaves. Conmigo aprendieron. Yo intentaba no corcovear mucho, poner flojito el embrague, poner a temblar un poquito el freno cuando veía una pared cerca. Soy una madre, pues, con lo casposo que me he vuelto. Con lo casposo que me volvieron, si era un ejemplo de vida, un testimonio de fe, de tener como 50.000 kilómetros con el viejo Saúl en treinta años, de paseítos los domingos a jugar dominó con la camionada de viejos oliendo a naftalina y formol. Ahora ya voy llegando a los 500.000 con este par, oliendo a porro, misoprostol y birra, ¡hijueputa, bien vividos!

A veces me pongo a pensar maricadas, como que soy la extensión del pie y que somos uno con pierna y muslo y de ahí una conexión directa a la torre esa que le dicen cerebro y que he releído cien veces en el libro de neurofisiología práctica que un día mal-puso el Pato. Que el impulso viaja no sé a cuántos kilómetros por hora desde aquí hasta allá y se estrella duro contra la masa, la encefálica, entrega esa encomienda, la distribuye y la organiza para que entienda; yo no entiendo, o creo que entiendo, a veces si el Pato entiende yo entiendo, y viceversa. El punto es que somos uno, soy la prolongación de él en el acero, o eso quiero creer, hasta que me dejen botado en una esquina.

Sé que no doy mucha velocidad, sé que doy hasta donde el acelerador aguanta, con un corazón-motor que se va a parar en cualquier momento, estoy llevado por el óxido y el tiempo, con pintura negra barrosa que me da carácter. Sé que ya pasaron mis mejores años, no los de antaño, no en los que no me sonaba ni una clavija; hablo de los años del trío maravilla, que nos levantábamos una vieja cada kilómetro, de los piques de borrachos a toda mierda por la autopista, de raspar el andén con las llantas para despertarlos cuando el alcohol anestesiaba, del wiki-wiki de mi suspensión en medio de tremenda orgía, del alcohol que se derramaba en los asientos, quemaduras de cigarrillos en el techo que se apagaban entonando un coro de guitarras.

Está como atardeciendo porque ya prendieron las luces, bueno, la que prende; y bajaron un poco la velocidad, bueno, de 80 a 75; y abrieron una botella de whisky, bueno, una pola; y prendieron los habanos, bueno, un par de cigarros; y empezaron a hablar temas pesados, bueno, a hablar mierda; y sacaron los violines a sonar, bueno, a usarme de batería con sus manos a totazos, y a buscar un buen lugar donde cenar, bueno, ellos no comen.

Hijuemadre, amo la carretera, cómo estas llantas desgastadas me acercan a donde el timón que no controlo me lleva, la brisa debería impulsarme, pero se opone. La carretera promiscua, las miles de veces atravesada, la que disfruta que esté sobre ella día y noche, asfixiante, metro tras metro, entre las líneas que me indica, dándole en cada curva, quiere y no quiere que me salga, acelero, freno, paro, acelero, sigo, más al fondo, ahí voy, ahí voy, acelero, freno, sigo, no me detengo, me deslizo, toma que toma, no paro, como el Pato y el wiki-wiki de las tres a.m. y la rubia sofocada en mi asiento trasero.

Kilómetros recorridos: 554.970; ciudades visitadas: 23; perros atropellados: 1; huidas de la policía: 4 (bueno, 5); conciertos asistidos: 17; polvos: 312 (307 del Pato, 2 del viejo Saúl); litros de alcohol consumidos: dato oficial no disponible (extraoficial: entre 3.000 y 5.000); niños transportados: 0; niñas transportadas: ¡uy, muchas!; llevadas a lavar: 2; fármacos en el interior en este momento: 34 (de diferentes tipos); peajes no pagados: 7; accidentes en los que me he visto envuelto: 74; multas: 117, pagadas: 7; idas a los patios: 7; veces que me he creído avión: 3 (pobres amortiguadores); veces que me he creído lancha: 1; partos atendidos: 1; sangre recorriendo los cojines: 8 (no pregunten cómo ni por qué); novenas asistidas: 0; misas asistidas: 1 (descanse en paz el viejo Saúl), canciones escuchadas: 214 (¿cuándo me van a mandar a arreglar el radio?); intentos de suicidio: … (…).

Y siempre estoy pensando así, de todo y de nada; y oigo este par de locos; y me río como se ríen los carros y no voy a entrar en detalles. Y como que lo que pienso debería ser más estructurado, como dijo una vez Lorenzo, y esa palabra me parece como chévere. Y ya son muchos años y estoy mamado; y ya oí que ellos también están mamados y que pronto la carretera se acaba cuando el tanque no dé más. Y fue mucho y fue poco; y hay días en que uno quisiera algo diferente, quisiera ser rojo y andar a mil por hora y ver todo casi sin poder verlo. Y ser mucho más lento; y tener tiempo de que los perros orinen sin tener que parquear; y que la brisa no golpee de frente sino de espalda y te impulse y te lleve muy lejos. Y quisieras dejar de ser aunque ya dejaste de ser hace rato. Y también está el apego; y los llevo a este par tan adentro hace ya tanto tiempo que el óxido y la brisa y el agua y las plantas que van a crecer dentro de mí, como que no van a hacer que olvide. Y se acaba la gasolina; y son los últimos metros; y voy muy despacio; y me apago; y los carros no son como la gente: dejamos de ser cuando queremos dejar de serlo.

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