Inflacción de la buena

Recién empezó la inscripción de cédulas para el siguiente evento electoral en nuestro país. Se comenta a propósito del paro que la lucha también se da en la urnas, a lo que algunos responden con la risa de la Registraduría. Estoy con el primer grupo, tan implicado como para haber subido mi propia nude pro ‘¿Ya inscribieron la cédula?’, entonces quiero exponer por qué es importante votar desde un punto de vista pragmático, sin elevarme hasta los principios democráticos y disquisiciones de la filosofía política.

¿Por qué esfuerzan tanto por movilizar caudal electoral los llamados gamonales, barones/as y politiqueros de toda la vida?

Primero, porque así los queramos ver como ‘la misma mierda’, compiten entre ellos y más en un panorama nacional. Es un error ignorar esa realidad que incentiva un esfuerzo particular, tan particular en nuestro sistema electoral —luego puedo escribir al respecto— que no se trata tanto de coaliciones o partidos como de candidaturas o alianzas personales al mejor estilo feudal de rey(es)-duques/as, condes/as, barones/as- y señoríos, cambiando por los respectivos cargos de la democracia, maestro, presidenciable-congresista-diputado/a-concejal/a-edil/esa-.
Segundo, del resultado de esa competencia, se desprende con cierta correspondencia el cupo de mermelada de cada línea y la capacidad de manipulación institucional, ya luego, con las respectivas bancadas, dentro de las cuales se erige alguien victorioso también, como los Char dentro de Cambio Radical.

No basta con llegar, hay que llegar dentro de la plataforma adecuada con posición ventajosa.

Tercero, hay una función eminentemente ideológica. Sí, el abstencionismo es grande, pero podría ser peor, al menos se procura mantener un nivel estable en la (falta de)  participación. De lo contrario, se cae el teatro democrático en cuanto tiene de teatro. Eso también vale para lo que puede ser una más o menos onerosa Organización Electoral que se justifica como tal en la medida de su necesidad.

Por último, el sistema que se auto-reproduce. Al final de línea de marras hay una clientela. El gran elector busca repartir puestos para su electorado y aquel le busca por lo mismo. Se vuelve una relación de perverso mutualismo aunque desigual que define la persistencia de lo que se conoce como maquinaría política. Y eso que ni he mencionado dineros non santos ni corrupción en su forma de robo al erario.

 

¿Entonces si hay grupos tan movilizados e incentivados, cómo contrarrestarlos sin una única plataforma centralizada u oposición genuina y democráticamente organizada?

Eso sería lo ideal, pero ahora no quiero hablar de la acción colectiva de esa manera, sino de otra más dispersa, como le gusta a los uribistas. La manera más sencilla de enfrentar esas maquinarias y sus clientelas es devaluarlas, eclipsarlas por simple masa. Los votos valen lo que valen, por lo que se compran, porque la participación es relativamente escaza pero el interés suele ser peor. Y sí, estamos hablando de compra de votos porque es lo que ocurre.

El voto cuando se compra, como se ha visto en la costa, aumenta de valor al aumentar la competencia en el mercado, pudiendo pasar de cincuenta a cien mil pesos de una elección a otra. Pero el problema realmente no es tanto de plata como de alcance. Cada una de esas líneas políticas al final tiene un centro que por más que se tecnocratice (usando código de barras como sistemas de verificación electrónica, por ejemplo) tiene un límite.

Por algo se hace campaña también abiertamente, además del teatro, especialmente en las elecciones presidenciales, de circunscripción nacional, y de otros cargos unipersonales.

Entonces, hay esa competencia interpolitiquera, pero la ciudadanía también puede plantarle un desafío directo a la politiquería en su conjunto desvalorándola. Las campañas se hacen cómo se hacen contando sin duda con un nivel de abstencionismo aceptable y ojala estable, pero no contando con un súbito aumento de la participación libre; se tienen cuentas de con cuántos votos se pasa el umbral victorioso y de ahí se saca la parte del presupuesto.

El peor daño que se puede hacer ahí como ciudadanía es tirarse esas cuentas, aumentar la participación significativamente es hacer que esas cuentas se queden cortas y en las sucesivas elecciones hacer más insostenible e inviable la victoria de los que compran votos. Así, como imprimir dinero ilimitadamente acaba una economía por el deterioro del valor de la moneda, votar masiva y libremente deteriora el valor de la votación comprada al ver mermada su proporción frente a la general y aumenta el costo transaccional al generar escasez de ese tipo de votante sobornado.

Si todo ello no es suficiente argumento, piénsese entonces en la legión de gomertos/as y alternoperras/os que seguirán exaltando y excitando la democracia electoral, además de las parodias graciosas a esas tendencia en ‘fuiter’.

PS: Verifiquen su puesto de votación para puedan hacerlo mínimamente en su localidad de residencia y ojalá cerca de sus casas, para que no tengan problemas con tiempos de desplazamiento.

Coletilla editorial: Ya tengo pensada mi próxima columna, ‘Todos los datos que no sabes del porno’.

Flacuchento con determinación. No estoy aquí para tener a nadie contento/a. Te tuteo.

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