Frustración por escucharte llorar y no poder calmarte pronto, frustración porque también tengo mis límites de paciencia y aguante, porque a veces no reconozco mis fronteras humanas… Frustración porque no todos los días amanezco con la energía que quisiera y tampoco con la fuerza física que requieres para enseñarte el mundo, pues tu llanto no me dejó dormir la noche anterior, ni la anterior a esa o la que le sigue hacia el pasado.

No quisiera aceptarlo, me cuesta, pero a veces me pregunto si serviré para esto de la maternidad. Todos los días me levanto con el firme propósito de hacerlo mejor, pero no siempre lo logro. Es difícil aceptar que a veces solo quiero dormir, no escuchar un solo ruido, no sentir brincos encima y tampoco el llanto demandante que das cada vez que me ves.

Pero desde que estás en mi vida, no la imagino sin ti, no imagino mis noches sin verte dormir, mis mañanas sin tu sonrisa y la satisfacción cuando comes con gusto lo que con amor te preparo.

Me duele el cuerpo, sí. Es una gran mentira que nuestra entrega física hacia los hijos solo dura 9 meses. Es eterna y se traduce en paciencia y fortaleza que espero me alcance para ese motor de energía que tienes. Ni hablar de la lactancia que, contrario a lo que muchos piensan, no se limita a poner la teta para ser succionada. No. La lactancia nos deja débiles, con frío, cansadas. Ese pequeñito se lleva a través de la leche lo mejor que da nuestro cuerpo y que siempre queremos dar, pero que el dolor a veces no nos deja.

Lloro amargamente cuando me veo como la mamá imperfecta que soy. Tengo unos días en los que me siento una mamá estrella. La que juega, la que ríe, la que te enseña y divierte. Otros en los que solo quisiera encerrarme a llorar hasta quedarme dormida.

Está tan romantizada la maternidad que nos hace sentir culpables por sentir este cansancio, esta frustración. Amo a mi hijo, como a nadie, claro, pero mi cuerpo a veces no da más.

Y hoy, en medio de mi pedido de perdón por las faltas de energía y paciencia, mientras te amamantaba con mis ojos llenos de lágrimas y mi pecho adolorido, paraste de comer, me miraste a los ojos, sonreíste y me susurraste “mamá”.

Abogada y con un Juan en casa. No vine a hablar de derecho.

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