Encanto, la nueva película de Disney inspirada y ambientada en la diversidad colombiana, ha desatado varios debates sobre si realmente representa o no la cultura colombiana y algunos análisis psicológicos y sociológicos. Y es que Encanto, una película en mi opinión encantadora, tiene mucho material para desglosar, pero me voy a centrar en un asunto que me conecto profundamente: es una película sobre un duelo inhibido.
Alma Madrigal, la Abuela y líder de la familia, ha sido señalada como la villana que exige a sobremanera a todos los miembros de la familia y a pesar de los esfuerzos nunca logran satisfacerla. Y sí, es una mujer que traslada sus miedos más profundos a sus hijos, hijas, nietos y nietas, pero también es una mujer herida sin permiso para sanar. Es la historia de cientos de mujeres colombianas.
La Abuela Madrigal es una mujer desplazada, cabeza de hogar, que perdió a su esposo en medio de una toma armada del pueblo en el que vivía y quedo sola con tres hijos y con un trauma para elaborar. Como muchas mujeres en Colombia que han vivido esto, la abuela tuvo que inhibir su duelo. Estas mujeres no pueden darle espacio al dolor porque sencillamente no hay tiempo. Tiene dos hijas y un hijo para alimentar, vestir, educar, para cuidar, no hay oportunidad para darle permiso a un dolor que puede quebrarla emocional y psíquicamente si no tiene, como ocurre, los apoyos necesarios para ello. El duelo en su caso, se viste de liderazgo, ella cuida y sostiene al pueblo y la familia representa las herramientas que utiliza para mantenerse en pie, lo que no significa que sean herramientas saludables, pero son las que hay y las que le permiten construir resiliencia.
Cuando nos enseñan la conversación con Mirabel y Antonio en las respectivas preparaciones para recibir el milagro, la Abuela siempre dice que el don se debe usar para ayudar a los demás y así “merecer el milagro que se nos concedió”. Sobrevivir a estos eventos es un milagro, especialmente cuando se ha perdido a un ser amado y ella lo pone en términos de mérito. Aparentemente ella sobrevive únicamente para servir a los demás y eso lo hereda a la familia, es lo que le permite darle un sentido a su dolor.
Los dones de la descendencia directa de la abuela dan cuenta de los esfuerzos primarios que hace una persona en duelo. Julieta es la cuidadora, ella se encarga de que nadie este enfermo y “cura” con la comida: ¿Quién no siente alivio después de una sopa de la abuela? La tía Pepa lidia con la montaña rusa emocional que se vive en el duelo y que se vuelve tan molesto e incómodo para quien lo vive, pero muy especialmente para quienes están alrededor y la representación a través del clima es maravilloso. Bruno, el chivo expiatorio de está historia, es la visión tenebrosa del futuro. Cuando se vive un duelo y especialmente en circunstancias tan violentas como esta, el futuro produce mucho miedo porque el optimismo en medio del dolor es incoherente. Hay miedo de perder a otro ser querido, hay miedo de otros dolores, hay miedo del futuro, de envejecer y morir, de ser vulnerables. Por eso, no se habla de Bruno.
Dolores, tiene el oído perfecto para mantenerse enterado de todo lo que ocurre en la Casita y además es chismosa, entonces facilita tener el control de absolutamente todas las situaciones. Cuando perdemos a un ser querido, la sensación de perdida de control es desesperante y recuperarlo nos lleva a querer manejar cada detalle de la vida propia y de los demás. Camilo es el primo chistoso, que además puede adquirir la forma de los demás y así adaptarse a todo el mundo, nadie rechaza a alguien que se adapta perfectamente a uno, siendo lo que el otro quiere que seamos evitamos el rechazo y por tanto, la pérdida. Antonio es la inocencia de un niño que empieza a conocer el mundo y recibir un montón de demandas antes de incluso poder hablar bien. Su don tiene que ver con la sensibilidad propia con la que vienen nuevas generaciones, pero lo más especial que tiene es como se siente seguro y acompañado con Mirabel, la única de la familia Madrigal que no tiene un don mágico pero que tiene una habilidad especial para comprender y validar las emociones de los demás. Antonio nos muestra como se puede sentir una persona en duelo cuando les reconocen y les validan sus emociones y les permiten expresarlas, como un niño que conoce un mundo totalmente nuevo, sin ese ser amado.
Cuando Mirabel presenta a sus hermanas Luisa e Isabella dice “la belleza y la fuerza nunca se equivocan”, una frase que sostiene gran parte de nuestros pesares. Luisa, uno de mis personajes favoritos, tiene esa imposición del duelo: “tienes que ser fuerte”. Refleja de una forma muy especial lo agotador que resulta esa fuerza que compensa el dolor, su canción tiene unas frases/preguntas muy potentes: “¿Quién soy si no puedo con todo?” “Si pudiera deshacerme de las asfixiantes expectativas ¿Podría sentir alegría en lugar de presión constante?”. Isabella, la belleza y perfección, lo contrario a la desastrosa tristeza, se pregunta por lo que haría si fuera fiel a sus emociones en lugar de buscar la perfección constante ¿Qué tipo de bellezas podría crear si se permite ser sincera y vulnerable? Son preguntas por la identidad que se hacen personas en duelo cuando empiezan a reconocer la vulnerabilidad en medio de una sociedad que les exige ser fuertes y alegres.
Mirabel, a la que una de las niñas le dice “a lo mejor tu don es negar la realidad”, tiene el don a mi parecer más poderoso y autentico de esa familia: la vulnerabilidad. Tanto es así que lucha para no sentirse menos que los demás, quiere salvar el milagro para que la familia se sienta orgullosa de ella a pesar de que representa aquello que la abuela identifica al hablar de las grietas de la casa en esa conversación con Pedro pero que no se atreve a nombrar en público: somos vulnerables.
Cuando se vive la perdida de un ser querido no siempre es fácil reconocerse en duelo. En el momento que ese reconocimiento se logra se siente como un quiebre, tal como ocurre con Casita cuando Mirabel confronta a la abuela. Es como un terremoto que destruye todo a nuestro alrededor y nos deja en absoluta zozobra con la incertidumbre reinando. “El encanto se ha roto” dicen en la película y sí, con las palabras de Mirabel hacia su abuela se rompe ese hechizo que mantenía el dolor más profundo a raya. Tan es así, que cuando Alma encuentra a su nieta en el río reconoce que no había podido volver a ese lugar, el punto exacto donde vivió su pérdida y que ella nombra como el lugar donde le otorgaron el milagro. El milagro de sobrevivir, de una segunda oportunidad que tanto miedo ha tenido de perder, ese es el milagro que ella protege. “Estamos rotos por mi culpa”, sentencia.
El verdadero villano de la película es la guerra, ese conflicto que ha arrasado con la vida y la tranquilidad de tanta gente y ha dejado a este país en el dolor más profundo, tratando de sobrevivir de una forma o de otra. Pero también es la negación de lo humano, de nuestros miedos, tristezas y rabias, de reconocer esa vulnerabilidad que hace parte de nosotros y que es lo que permite la resiliencia, allí las palabras de Mirabel a su abuela que da pie al desenlace de la película:
Abuela, por fin lo veo.
Perdiste tu hogar,
Lo perdiste todo.
Sufriste muchísimo, sola, para que no se repitiera jamás.
Nos salvamos gracias a ti.
Recibimos un milagro gracias a ti.
Somos una familia gracias a ti.
Y nada se rompe tanto que no podamos arreglar juntos.
Cuando perdemos a un ser querido, cuando se viven tragedias como las que vive este país a diario, se necesitan nuevos cimientos para poder sanar y continuar, necesitamos reconstruirnos por pedacitos. Eso es hacer el duelo y requiere reconocerse vulnerable, imperfecto y necesitado de ayuda en muchos momentos. “No tenemos dones, pero somos muchos”, son las palabras del pueblo que llega a ayudar a la familia Madrigal a reconstruir su Casita en la que ahora se permite ser vulnerable, dejando un mensaje potente.