Eso es gratis en la internet

Ayer veía en TIKTOK (por accidente, lo juro) uno de esos podcasts que no deben existir, donde nuevamente les echan la culpa a las personas de su situación, pero esta vez era porque cómo podían ser pobres, si la educación era el camino y hoy en día, cualquiera puede formarse gratis hasta en Harvard por internet. Y es que en la era de progreso tecnológico sin precedentes a la que asistimos hoy día, la tecnología se nos presenta como la gran solución a todos nuestros males y problemas. Se nos promete un mundo de oportunidades para todos, un futuro sin brechas ni dificultades, donde el conocimiento global está al alcance de quien posea la capacidad de abrir YouTube y de seguir a los canales correctos.

Sin embargo, esta visión ideal, de gurús de teclado y pantallas, choca frontalmente con la cruda realidad de una brecha digital que se ensancha cada vez más, transformando la utopía tecnológica en una distopía que nos recuerda las narrativas más apocalípticas de la ciencia ficción, donde el acceso se convierte en la fuente de discriminación de muchos por parte de unos pocos privilegiados. En el presente, a pesar de los avances en inteligencia artificial y aprendizaje automático que prometen revolucionar desde la medicina hasta la educación, millones de personas en todo el mundo permanecen aisladas de estos beneficios, y aunque parezca que esto es bueno porque no nos va a quitar el trabajo -por ahora-, la realidad es que esta brecha se expande, manteniendo las condiciones de un sistema que afecta siempre a los más vulnerables mientras los señala de ser los causantes de su destino.

Esta brecha, entendamos, no solo se manifiesta en la falta de acceso a internet —un fenómeno común en África, Asia, y América Latina— sino también en la disparidad en la posesión y uso de dispositivos tecnológicos avanzados, el acceso a redes, servicios y energía, así como en la capacidad para utilizar la tecnología de manera efectiva, siendo importante que nos demos cuenta, además, que esta desigualdad no es un subproducto accidental de la era digital; es el resultado directo de decisiones políticas y económicas que han favorecido sistemáticamente a los más privilegiados, dejando en el aire las aspiraciones de igualdad y acceso para todos que se desvanecen entre promesas y discursos, como pasó con los 70 mil millones.

Las herramientas digitales, la inteligencia artificial, la robótica y la automatización prometen eficiencia y mejoras en la calidad de vida, pero tenemos que preguntarnos: ¿para quién? Esta promesa a menudo ignora la realidad de que la educación y la formación en habilidades digitales siguen siendo privilegios de unos pocos, lo que resulta en que la tecnología no solo falle en servir a todos por igual, sino que amplifica las desigualdades preexistentes. En muchas regiones del mundo, especialmente en aquellas menos desarrolladas como Barranquilla, el acceso a internet y a dispositivos modernos es un lujo inalcanzable. La existencia de cursos gratuitos en línea, comunidades de práctica y expertos en redes, poco sirve si las barreras fundamentales como la falta de electricidad, conectividad deficiente, y la ausencia de dispositivos adecuados persisten.

La disponibilidad de recursos tecnológicos no garantiza su uso efectivo, evidenciando la falacia de la narrativa optimista que rodea a la tecnología como un agente universal de cambio.

Más allá de celebrar la innovación, es imperativo cuestionar a quién beneficia realmente y a quién deja en desventaja. La inclusión demanda políticas intencionales y bien diseñadas que reconozcan y aborden estas disparidades de frente, asegurando que el futuro tecnológico sea verdaderamente inclusivo. Mientras la tecnología tiene el potencial de transformar nuestras vidas para mejor, su papel en la perpetuación y, en algunos casos, el agravamiento de la desigualdad no debe ser ignorado.

Pero entonces ¿Cómo podemos asegurar que el futuro tecnológico sea equitativo para todos, no solo para aquellos que ya están en una posición de ventaja? Se necesita un esfuerzo colectivo entre todos los actores de este sistema que parece hacer que cada uno tome para su lado, para diseñar e implementar políticas que promuevan la equidad tecnológica. Esto incluye invertir en infraestructura accesible, programas educativos que fomenten la alfabetización digital desde edades tempranas, y regulaciones que aseguren una distribución más justa de los beneficios tecnológicos.

Solo así podemos comenzar a desmontar las estructuras que perpetúan la desigualdad tecnológica y avanzar hacia un futuro donde la promesa de la tecnología sea una realidad para todos y aún así, garantizando que todos vean a Harvard y al MIT gratis, nos quedan otros temas pendientes, porque no todo se trata de entrar a internet.

Fundador por accidente de los Juanetes. Solamente alguien que desea a ratos compartir las ideas que se agolpan en su cabeza.

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