Escándalos, sexualidad y salud mental

Hace un par de semanas estoy en plan de “vacaciones de las redes sociales y las noticias”, descansando un poco la mente de tanta violencia electoral para concentrarme en otras cosas más placenteras. Sin embargo, la información no deja de llegar y me di cuenta de que revivieron un escándalo del mundo de la farándula de hace como 20 años: la cláusula sexual prematrimonial entre Jennifer López y Ben Affleck, en la que ella le exige a él comprometerse a tener relaciones sexuales mínimo 4 veces por semana, lo que ligado al horroroso juicio entre Johnny Depp y Amber Heard por difamación (ambos se acusan de violencia intrafamiliar y difamación), me ha confirmado lo necesario que es hablar de sexualidad y sexo pensando en la salud mental.

Históricamente la educación sexual se ha centrado en la satanización del sexo y por los laditos la prevención de problemas de salud pública como el embarazo adolescente y las enfermedades de transmisión sexual, entonces las clases de salud sexual – cuando las hay – se limitan a repartir condones (las más exóticas con un vergonzoso show que incluye un banano y una “docente” que hace una demostración de cómo poner un condón con la boca) y a decirle a niñas y adolescentes que no abran las piernas y que se envenenen con anticonceptivos, toda una contradicción. Nadie habla del deseo y el placer ligado al proyecto de vida, de las relaciones sexoafectivas y mucho menos de violencia. Y si pensamos en eso, lo mencionado arriba sobre estas reconocidas estrellas tiene todo el sentido.

Los seres humanos somos sexuados desde que nacemos hasta que morimos, desde muy pequeños empezamos a descubrir el placer y lo redescubrimos en la vejez, aunque no esté ligado a lo netamente sexual. Cualquiera que haya pasado por un proceso de ortodoncia en la niñez sabe lo placentero que era el helado después de la visita al odontólogo. Así, la sexualidad humana es transversal a nuestra existencia, se manifiesta en nuestras formas de saludar y relacionarnos con los demás incluso vestidos. Esta presente cuando cuidamos y cuando agredimos. Cuando expresamos cariño o admiración y por supuesto, cuando tenemos relaciones sexuales, con o sin compromiso, con o sin amor. En esa medida, la sexualidad está presente en nuestro proyecto y sentido de vida, pero ha sido cercenada, ultrajada y satanizada en base a creencias pendejas con el objetivo de deshumanizarnos y ponernos a cumplir unos estándares de perfección imposibles.

Confundimos el afecto con posesión y ahí aparecen no solo las violencias sino muchos problemas de salud mental, porque en esa dinámica ser y tener propiedad de y sobre alguien más, queda enredada la valía y el deseo pasa a un segundo plano. Construimos relaciones en lógicas de consumo y no del afecto.

Hace 20 años o ahora, una cláusula prematrimonial que obligue a cualquiera de los miembros de una pareja a un número determinado de encuentros sexuales es francamente violento y triste. Los medios lo explican y lo comparan con otros acuerdos de famosos que con estas estrategias buscan evitar situaciones de infidelidad y yo me pregunto ¿solo uno de los dos puede ser infiel como para semejante chambonada? Es terriblemente violento que el sexo esté mediado por un contrato burocrático que debería estar limitado a los bienes materiales que en mi opinión siempre deben ser protegidos. El sexo debe responder al deseo, punto. Y es terriblemente triste comenzar un compromiso (porque el matrimonio no es una relación en sí misma) partiendo de la desconfianza ¿cómo construyen así?

Además de que la infidelidad no se origina en la falta de sexo. Son decisiones que se van tomando en la vida por múltiples razones, en muchos casos por falta de comunicación, en otros por falta de respeto con uno mismo y con el otro. Si esa cláusula realmente tiene que ver con evitar una infidelidad, es violenta porque así se firme por voluntad propia hay una vulneración de la autonomía en la que el sexo se vuelve obligación, y eso se llama abuso sexual. Y es fantasiosa porque eso no va a evitar que una persona, en un momento dado, tome la decisión de involucrarse con otra persona. 

Entonces, cuando tenemos la fortuna de tener una clase llamada educación sexual, se nos enseña que con condones los hombres pueden tener relaciones sexuales con todas las que sean lo suficientemente malas mujeres como para abrir las piernas; y las mujeres lo contrarrestamos con mucho sexo aunque no queramos o con contratos prematrimoniales fundamentados en un patrimonio que es nuestro pero que les debe doler a ellos, y por eso, los obligamos a tener sexo una cantidad de veces que nosotras consideramos suficientes para que no se vayan con otra. Nos deshumanizamos para establecer relaciones afectivas y al final no se logra ni afecto ni placer. Absurdo, por decir lo menos.

Lo mismo ocurre con las violencias. Si limitamos la sexualidad al sexo, no podemos pensar en factores protectores y de riesgo en las relaciones que establecemos, además de que se crean, mantienen y reproducen estereotipos ligados al género: ellos el sexo fuerte, que no llora, que no se queja, que no puede ser violentado porque es quien posee el poder, y ellas el sexo débil, que hay que proteger y cuidar porque si pueden ser (y por tanto son) violentadas. No sabemos identificar violencias, sabemos poner un condón con la boca, pero no sabemos cuáles son los límites entre el cuidado y la agresión en las relaciones interpersonales, lo único, a mi parecer, que ha quedado demostrado en el bochornoso juicio que ocupan los titulares estos días.

Tan es así que nos han llevado a pensar que reconocer que él, con su “humor británico”, clasifica como potencial feminicida, es igual a defenderla a ella y pues no. Esa es una relación que claramente ha estado mediada por la violencia en sus diferentes formas y presentaciones, ninguno tiene defensa alguna, por mucho que guste Jack Sparrow o Mera. Una de las tantas reflexiones que nos tiene que quedar de este caso es que los hombres, como seres vulnerables que son, también son víctimas de violencia y tienen todo el derecho a denunciar y salir de esas relaciones sin que eso atente contra la expresión de su sexualidad y al mismo tiempo, esa dimensión sexual les confiere un poder con el que pueden hacer daños profundos y salir impunes. Después de todo, verdad o no, cuando ella denunció no tuvo la misma cobertura mediática que tiene ahora que él se puso en el centro y hay plata de por medio, eso tiene que decirnos algo sobre toda la violencia pública y privada que atraviesa a este caso para ambos.

Si queremos tener relaciones sanas y atravesadas por el afecto no podemos ignorar la importancia del sexo mediado por el deseo. Y el deseo debemos reconocerlo primero nosotros para poder comunicarlo y así saber sí estamos en sintonía y no solo en el sexo. Cada uno debe tener claro que desea para su vida, en lo personal, afectivo y profesional ¿cuáles son los no negociables de cada uno? ¿Cómo conversan esos no negociables con los de la otra persona?

Y también tenemos que educarnos en prácticas de cuidado y violencia, aprender a reconocer los límites que llevan a la agresión. Sí mi pareja no quiere tener sexo esta noche, no significa que no me desee o que tenga a otra, significa que no quiere tener sexo, asumir algo distinto o forzar ese deseo es violencia. Y sí el caso realmente es que ya no me desea o que tiene a otra y no me lo dice, también es violencia. Pensar por los demás y jugar con los demás es violento. La clave está en poder comunicar nuestras necesidades, deseos y el displacer con confianza. Si yo no puedo decirle a mi pareja lo que quiero, lo que me gusta, lo que necesito y también lo que no quiero o no me gusta, y sí él no me lo puede decir a mí ¿Entonces para qué desgastarnos en una relación que solo lleva a sacrificar la salud mental?

💚Psicóloga Feminista (Ella/She/Her) 🤍Terapia de Duelo por Fallecimiento 💜Acompañamiento en Violencia Basada en Género

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