Cuando empezaron las cuarentenas, las primeras reacciones en muchas redes sociales se relacionaron con lo desagradecida que es la cocina. Iba uno por un sánduche y un vaso de jugo y quedaban sucios dos platos, un cuchillo, una cuchara, la licuadora, el colador, una jarra, un vaso y listo… lleno el lavaplatos. Entonces, cada vez que había un acercamiento a la cocina ya se sabía que quedarían sucios un montón de implementos, al punto que varios adoptamos la rutina de lavar apenas se usaban (cuando hay ganas) y nos volvimos muy eficientes al cocinar todo en la misma olla. Pero esto no era nuevo para las personas que trabajan en el cuidado de la casa, quienes mayoritariamente son nuestras madres. Ellas ya saben, desde hace mucho, que la cocina se ensucia con mirarla y que hay que estar encima para que no se caiga del mugre.
Y estos cuidados hogareños, que muchos dan por sentados, a fuerza de las circunstancias, fueron vistos por todos nosotros como una tarea aburrida, de necesaria ejecución y, lo peor, frecuentemente despreciada. Por alguna razón la sociedad piensa que quienes se dedican a las labores de cuidado son ciudadanos de otra categoría que, en el caso de ser las madres en el hogar, no merecen remuneración.
Algunos, incluso, de manera abiertamente descarada, se atreven a decir que las madres que están en casa “no hacen nada en todo el día”. Sí, según ellos “NO HACEN NADA”. Pero sí encuentran su comida caliente, la casa limpia, la ropa organizada, las camas tendidas sin siquiera tener un pensamiento de gratitud. Al contrario, muchas veces se les critica la comida que preparan, sin pensar que se hace lo mejor que se puede; la organización de la casa; que por qué no me lavó, no me planchó; si dicen que están cansadas la mayoría de las veces son ignoradas; si piden ayuda son cantaletosas, en fin, se les exige perfección, y así resultan ser los familiares los peores jefes.
Eso sí, el día de la madre, como si fuera el día de la secretaría regañada de la empresa, las llenamos de flores, de detalles y reconocimientos, muy merecidos todos, pero que bien podrían tenerse con mayor frecuencia, pues no hay trabajo más lleno de amor que el que ellas ejercen para educar personas en el mejor entorno posible. Esa mamá -o cuidador- también necesita atención, cuidado y, por supuesto, descanso, porque solo así podrá dar lo mejor de sí misma para su familia y, seguramente, eso redundará en que sonría más, en que se sienta comprendida y quiera dar lo mejor de sí, porque eso de comprender a los demás no es solo su tarea.
Por un momento, traten de imaginar que todas las madres en el mundo -y aquellos que ejecutan labores de cuidado- entran en huelga por 24 horas. Solo 24 horas. Ya no van a levantarse a hacer el desayuno, menos el almuerzo, no van a darle teta a sus hijos, a cambiar pañales o a lavar un plato, tampoco a alistar los niños para ir al colegio o sus onces, lavar la ropa, limpiar la casa… y un largo etcétera ¿Pueden imaginarlo? ¿Pueden ver el alcance de la falta que harían sus actos para que el mundo funcione?
De ahí la importancia de no sobrecargar a una persona con las labores de cuidado del hogar, de repartir las tareas de la casa, de hablar con la persona que usualmente se encarga de ello, preguntarle cómo está, qué necesita, cómo y cuándo le gustaría descansar, porque si usted añora el fin de semana para descansar, la madre de ese hogar no cuenta con esa posibilidad, no puede pensar en dejar de hacer lo que hace a diario y que es para todos, pero nadie piensa en que es un ser humano que también lo necesita.
Hay que replantear la visión que se tiene de estos trabajos, incluso, desde el lenguaje. El menosprecio por las tareas del cuidado no nos permite pensar en términos de igualdad, sino que sugiere una pretendida superioridad, incluso por parte de otras madres que no se encuentran dedicadas exclusivamente al hogar, tema sobre el que, como mujeres, en clave de sororidad, igualdad y feminismo, nos falta reflexionar. Todas tenemos una forma distinta de asumir la maternidad, por lo que pensar que una es mejor que otra o pretender su uniformidad es desconocer nuestras diferencias como individuos y las necesidades que tienen nuestros hijos.