En salud mental tenemos un debate interesante cada vez que alguien utiliza las palabras “normal” o “anormal”, porque son términos que tienen que ver con un concepto estadístico que intenta establecer generalidades y eso en lo subjetivo del ser humano es de una complejidad muy profunda, especialmente cuando se viven situaciones de por si anormales que se consideran normales (enredado ¿cierto?).
Por ejemplo, la muerte es algo normal en la vida, hace parte del ciclo vital, lo que no solo significa que todos nos vamos a morir, sino que todos hemos vivido o vamos a vivir un duelo en algún momento de nuestra existencia. Pero, a pesar de esa normalidad, perder a un ser querido no es algo cotidiano, por lo que es una experiencia que nos saca completamente de la normalidad y se viven unas cosas que cualquiera que no mire el contexto del duelo, puede considerar como patológicos o anormales sin que lo sea, por eso, la salud mental siempre debe verse en el contexto de esa persona, en su propia realidad, aunque existan algunos criterios generales.
El tiempo de un duelo es lo primero que genera debate ¿cuánto tiempo dura la tristeza? La respuesta es un enorme y molesto “DEPENDE”, pues el tiempo será determinado por sus recursos psicológicos, la relación que tenia con la persona fallecida, la forma de morir, la posibilidad de despedirse, entre otros factores que van a influir en eso. Sin embargo, en salud tenemos un plazo que permite la generalidad, de 6 meses a 1 año decimos, que es lo que dura el malestar emocional intenso para la gran mayoría de personas que atraviesan un duelo en condiciones normales, que no son las mismas condiciones de vivir un duelo en pandemia, aquí se nos puede extender un poco más de un año porque existen varios factores que rodean esos duelos que pueden complicarlos y luego derivar, ahora sí, en problemas de salud mental, patologías, por eso es importante hablar del tema, pero de eso especifico les hablo luego a profundidad.
En esta ocasión quiero dedicar este espacio para contarles de algunos pensamientos y sentimientos que en medio de este caos que significa perder a un ser querido en pandemia son normales, aunque nos parezcan incorrectos o, mejor dicho, moralmente inadecuados que nos hacen sentir peor porque además de lidiar con el dolor de la pérdida nos empezamos a sentir como malas personas y no, somos humanos y no somos racionales todo el tiempo.
Cuando estamos en duelo es normal que la alegría e incluso el bienestar del otro nos incomode, nos de rabia, a fin de cuentas, si mi mundo es oscuro y doloroso en este momento ¿por qué la gente a mi alrededor tiene que estar tan feliz?, no quiero escuchar su música, no quiero escucharlos reír. Cuando se pierde un ser querido nuestro mundo interno se detiene mientras el externo sigue girando y uno está como dice Mafalda: “Paren el mundo que me quiero bajar”.
Es normal también sentir rabia porque otras personas tienen lo que yo perdí. Ver o escuchar a otros hablar de su mamá, su papá, sus hijos, cuando yo los perdí produce una rabia profunda que algunos llaman envidia, lo que socialmente está muy mal visto, pero estando en duelo es normal. La rabia es una de las emociones predominantes en el duelo y es más que esperable estar enojado con el mundo, incluso con otros que nada tienen que ver conmigo, pero tienen a esa persona que yo no, entonces no es envidia, es dolor.
Desear que todos los demás vivan lo mismo que estoy viviendo, que sientan mi dolor. Así uno se sentiría menos solo en una experiencia compleja, incluso serviría para que dejen de decirme que deje de llorar y sea fuerte. Esto no significa que una persona en duelo les desee la muerte a los seres queridos de los demás, solo significa que esta experiencia es tan dolorosa como solitaria y quisiéramos no estar tan solos en el proceso.
El duelo es un proceso de adaptación a una realidad en la que una persona significa ya no está, el mundo cambia radicalmente y por lo tanto, para poder ajustarnos hay que hacer algunos cambios en nosotros y en nuestro contexto. Esto a veces significa cambiar de casa, o pintarla, cambiar los muebles de lugar, cambiar de ciudad, de país, terminar una relación de pareja, alejarse de ciertos conocidos e incluso amistades, cualquier cosa que sirva para que el doliente pueda reiniciar su vida. Cuando las personas ven al doliente hacer estas modificaciones en la vida asumen que no lo superó, que se “volvió loc@” y nada más alejado de la realidad. El duelo nos obliga a centrarnos en nosotros mismos, a ponernos en primer plano de nuestro escenario y ver qué necesitamos y qué es lo importante en nuestras vidas y a veces, priman nuestros deseos sobre los demás y eso está bien si nos ayuda a adaptarnos.
Muchas personas creyentes cuestionan a Dios y entran en un conflicto tremendo por dudar de su fe que siempre los ha acompañado o, por el contrario, aferrarse a él después de no ser el más practicante o creyente. Eso es lo que llamamos manifestaciones espirituales, pues todo en nuestra vida se pone en duda después de una perdida y nuestras estrategias de afrontamiento están a prueba. Estos cambios son normales.
Es normal querer salir corriendo, desear desaparecer o no levantarse de la cama, no tener que responsabilizarse por nada. Incluso, en muchos casos, es normal querer morir para volver a estar con la persona fallecida y aunque debe ser un pensamiento valorado por un profesional para diferenciarlo de un pensamiento de suicidio, es algo que ronda la mente de los dolientes con mucha frecuencia y genera mucha angustia. Después de la muerte de una persona amada todo es un caos, lo anormal sería no sentirlo como tal.
Cuando me preguntan ¿cómo superar un duelo? Siempre digo dos cosas: primero, comprenda que esta viviendo una situación anormal, que duele profundamente, que será señalada y juzgada por el resto que buscan evitar un sufrimiento que es inevitable y que dentro de ella la mayoría de los pensamientos, sentimientos y sensaciones van a ser normales y, segundo, este atendo a lo que necesita para estar en lo posible, tranquilo, hablar, callar, gritar, un abrazo, pegarle a algo, escribir, pintar, dormir, etc., ¿qué necesita? Ahí va a estar la clave para transitar el duelo y adaptarse a su nueva realidad.
A quienes acompañan a una persona en duelo les digo que no se incomoden con el sufrimiento, todas sus manifestaciones son necesarias para hacer los cambios pertinentes para adaptarse a la nueva realidad. Nuestro reto está en aprender a acompañar el dolor, incluso en silencio, con todos sus eventos confusos e incomodos que trae.
Año y medio de pandemia que ha traído muchas muertes y por lo tanto, ha dejado muchas personas viviendo un duelo al mismo tiempo, tenemos el deber de ser un poco más compasivos y tolerantes con el sufrimiento, que es inherente e inevitable en la vida, por más que nos esforcemos en anularlo, siempre saldrá de alguna manera, por eso es mejor transitarlo que evitarlo.