El cuidado y la justicia

Cuidar es una palabra que nos puede llevar a muchas discusiones, todas muy variadas. El trabajo no remunerado, que son labores del cuidado y que ejercen principalmente las mujeres, representa casi el 20% del PIB. Al mismo tiempo, el cuidar se configura como una de las principales barreras para el desarrollo personal y profesional de las mujeres. Cuidar como un trabajo disfrazado de amor.

El cuidado es también la base de las teorías psicológicas orientadas a la crianza. Cuidar como sinónimo de satisfacer necesidades básicas, de manera que se garantice el desarrollo saludable de las infancias. Responsabilidad que está, principalmente, en cabeza de las mujeres. En esto también aparece el amor, ahora en la figura materna tiene la tarea de crear un vínculo con su bebé y que implica, casi siempre, la pérdida de la identidad subjetiva de esa mujer al ubicarse en el rol de mamá.

Aparece también en las relaciones de pareja. Se ha viralizado el término responsabilidad afectiva en el que se invoca un amor responsable en dos vías: con une misme y con la otra persona. Y a juzgar por lo que se lee en redes sociales, se escucha de les amigues y se encuentra en el consultorio psicológico, en las relaciones heterosexuales los hombres se centran más en la primera vía y las mujeres en la segunda. Ellas suelen cuidar los vínculos y demandan ser cuidadas, porque a diferencia de ellos, no solo tienen que pedir ser cuidadas, sino que tienen que enseñarles como cuidarlas.  

La responsabilidad con une misme aparece bajo el término de amor propio y se viste de autocuidado. Se establecen una serie de prácticas y rutinas para cuidar mente y cuerpo y a eso se le llama amor propio. Algunas veces, si me preguntan, parece un amor muy coercitivo, si pienso en quienes por ‘amor propio’ se cohíben de comerse esa hamburguesa de la que tienen antojo hace media vida, pero engorda. Pareciera que el placer se sale de la ecuación del amor. Y de nuevo, son conceptos que surgen especialmente para las mujeres.

Otro contexto clave en el que el cuidado es un eje fundamental, es aquel donde se vela por el bienestar y la supervivencia de personas con alguna discapacidad, con o sin enfermedad. Al necesitar cuidados, no es gratuito que se les trate y retrate como niñes sin agencia. Cómo si necesitar cuidados restara calidad de ciudadanía. Aquí aparece la figura de el cuidador, que más bien debería ser la cuidadora, pues de nuevo, en su mayoría son mujeres,y encontramos un montón de programas de cuidado al cuidadorque no son realmente para cuidar a quien cuida sino para enseñarle pautas para cuidar a la persona que necesita de esos cuidados. ¿Quién cuida al cuidador/la cuidadora? Es una pregunta que la gran mayoría de veces se queda sin respuesta. Lo que muestra que necesitar cuidados y cuidar resta calidad de ciudadanía.

Solo con esos ejemplos vamos dando cuenta de que, como bien se sabe, cuidar es un verbo feminizado, y paradójicamente es por el cuidado que perdemos. Podemos verlo así, las profesiones orientadas a cuidar como la enfermería, la psicología y la educación son campos tan feminizados como precarizados.

Pero también podemos verlo en las rutas de atención del Estado y las instituciones para la violencia basada en género. Se presentan como mecanismos para cuidar a las mujeres, pero solo funcionan después de que han sido vulneradas de alguna forma. Es decir, mientras las mujeres cuidan, para poder ser cuidadas primero deben ser violentadas, no existe la prevención. Pero el asunto no queda ahí, para cuidar a las mujeres (las que cuidan) de las violencias, ellas deben: ser violentadas, denunciar, probar que fueron violentadas, buscar testigos, otras víctimas, invertir tiempo, energía y dinero en rogarle al sistema que les crea y les conceda un poquito de protección y justicia. En resumen, otro trabalenguas: para las mujeres ser cuidadas es necesario el descuido, y ante la ausencia del cuidado rogar para ser cuidadas.

Todo esto lo vimos en el Festival Estéreo Picnic que se vivió en Bogotá hace unas semanas y que, a partir de dos casos puntuales, se debatió en redes sociales, alcanzando unos niveles de crueldad bastante temerarios.

El primer caso fue de una chica con una discapacidad severa que compró su entrada para el festival. Una discapacidad severa implica que depende en gran medida o en todo de la asistencia de otra persona, lo que significa que el disfrute asociado a la entrada que compró está necesariamente ligado a la presencia de otra persona. Lo interesante aquí es que las cuidadoras no existen para el sistema. Partamos de lo que comento arriba de que los cursos de cuidado al cuidador son para aprender a cuidar, no para cuidar a quien cuida.

La cuidadora o el cuidador es, en estos casos, una extensión de la persona con la discapacidad, ante los ojos de la sociedad no es entendida como una persona en sí misma. Así como las mamás en los colegios no tienen nombre propio, todas se llaman mamá.

Y esto no lo digo por los libros que he estudiado, sino desde la experiencia. Por 17 años fui las piernas y brazos de mi mamá. Y tal como pasó con la chica en el FEP y su hermana, solo se me reconoció como persona ante las gafas del consumo. Una no existe hasta que aparece el horrible riesgo de que podamos disfrutar algo por cuidar. Parece inconcebible que una persona con una discapacidad que la hace dependiente de otra, pueda disfrutar de un evento musical. “No es un asunto vital”, decían. Pero más inconcebible aún, que otra persona pudiera acompañar ese disfrute y osara de medio ver un show mientras está cumpliendo labores de cuidado. “Es que son dos personas, tiene que pagar su entrada como hacemos todos”, decían, como si la cuidadora fuera un parcero más con el que voy a ir a bailar y consumir hasta perder la consciencia.

El cuidado y la justicia son valores que deberían ir de la mano, pero el patriarcado y el capitalismo los ha ubicado en contravía. Quien necesita cuidados y quien cuida es ciudadane de segunda categoría, y la justicia se mide en las entradas vendidas a un concierto. El FEP no tiene la culpa de que una persona necesite asistencia, pero esa persona y su cuidadora ni buscaron ni disfrutan de la necesidad de asistencia. La discapacidad esta muy alejada del placer, no por la condición en sí, sino por el cruel orden social que la configura como otredad. Y la crueldad la vemos en la exigencia de pagar por una entrada el doble de lo que paga cualquiera para poder disfrutar de lo mismo y el violento castigo social por pedir los ajustes razonables a los que se tienen derecho.

Sin excepción, todes les que atacaron a estas dos mujeres, se imaginaron aprovechándose de una persona con discapacidad para entrar gratis a un concierto. Porque solo pueden imaginar el abuso, no la experiencia de necesitar cuidados y de cuidar. Y ahí está la contradicción tan absurda que se presenta cuando ponemos el cuidado frente a la justicia.

El otro caso es cortesía de un acosador sexual en el FEP y de la organización Échele Cabeza. Estos últimos trabajan el consumo de sustancias psicoactivas desde el enfoque de gestión del riesgo y los placeres. No lo van a creer, pero este es un modelo cuyo eje articulador es precisamente el cuidado. El caso se desarrolla con un sujeto que se excede en su consumo, se desnuda, persigue a las mujeres mientras se está tocando los genitales e intenta orinarse en ellas. A su vez, según la denuncia que hicieron, ellas le piden ayuda al personal de logística para controlar al sujeto, los amigos piden que no lo saquen y la gente del FEP decide dejarlo ahí y escoltarlo. Lo siguiente que se supo es que Échele Cabeza lo encontró tirado en el suelo, desnudo e inconsciente por la intoxicación, por lo que proceden a hacer un comunicado cuestionando la acción de grabarlo y subirlo a redes.

Cuando hablamos de consumo de sustancias psicoactivas en mujeres, casi todas las recomendaciones van dirigidas al autocuidado para no ser agredidas. Como si la violencia basada en género se diera porque ellas consumen. Las mujeres, de nuevo, no tenemos derecho a los placeres. En los hombres, las recomendaciones se orientan a cuidarse de un mal viaje. El asunto es que los hombres no tienen el cuidado interiorizado, porque no es un asunto de la masculinidad y este caso lo ejemplifica muy bien.

Este sujeto no se midió en su consumo. Le puede pasar a cualquiera, aunque es un llamado de atención sobre el autocuidado. Pero cuando empezó a hacer su show no hubo nadie que lo detuviera, ni siquiera con la intención de cuidarlo. Cuando las mujeres se ven agredidas, es decir, cuando ya se dio el descuido, el personal de logística y los amigos deciden no cuidarlo ni cuidarlas a ellas. Se hace pública la denuncia, a lo que tienen derecho las víctimas, y la respuesta que reciben desde quien se supone que hace gestión del riesgo y los placeres es que debieron tener empatía y no grabarlo para cuidar la dignidad del sujeto intoxicado. De nuevo, el cuidado de quien las agredió recae sobre las mujeres que fueron, a su vez, descuidadas por todo el mundo y ese cuidado depende, según el comunicado emitido, de que ellas no registren y publiquen la falta de cuidado que hubo con ellas ¿Si ven la paradoja?

Es insostenible que solo las mujeres cuiden, se cuiden y se vean obligadas a exigir cuidados para ellas. Los hombres son las principales víctimas de muertes violentas porque no se cuidan y se matan entre ellos. Pero, además, matan a las mujeres que son quienes los cuidan. Construir una sociedad justa y más saludable no depende de tener millones de leyes, de ver menos redes sociales, comer bien y hacer ejercicio. Depende de que empecemos todas, todes y todos a entender el cuidado como una forma de justicia. Y si los valores masculinos están tan ligados al derecho y a la justicia como seres racionales que dicen ser (aunque se maten por una camiseta de fútbol) entonces necesariamente tienen que empezar a pensar en cuidar de sí mismos y cuidar a les demás.

💚Psicóloga Feminista (Ella/She/Her) 🤍Terapia de Duelo por Fallecimiento 💜Acompañamiento en Violencia Basada en Género

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