En la campaña de Sergio Fajardo, casi desde el principio de esta carrera a la presidencia, tuvieron como principio que como en las grandes encuestas sobre afiliación política, indicaban que la mayoría de la gente se piensa así misma como moderada, o de centro, automáticamente esa mayoría era la base de sus votantes. Durante los primeros intentos de diálogo para estructurar la llamada Coalición Centro Esperanza Norte Quito Sur, precandidatos y precandidata, hablaron de la necesidad de construir una opción para esas mayorías que se reflejaban en dichas encuestas y que la tendencia mostraba que la gente cada vez era más de centro y menos de extremos.
Tal vez, por esa razón emprendieron una campaña que hablar mucho sobre los extremos políticos, y cómo estos eran más horribles que ponerte el tapabocas de alguien más. Una vez surtidas las consultas interpartidistas, en las que Francia Márquez sacó muchos más votos que el candidato ganador de la Coalición -esto debió ser un campanazo de lo que se vendría después-, los de la campaña siguieron confiando en que la gente tiene posiciones moderadas, talante democrático y pocas ganas de que los extremos – ese concepto tan abstracto y tan injusto con quienes se oponen radicalmente al uribismo-, llegaran al poder.
¿Entonces dónde estuvo el problema? ¿Por qué paradójicamente Sergio Fajardo aparece luchando codo a codo con el voto en blanco? En mi nunca humilde opinión, tiene que ver con la discrepancia entre lo que preguntan las encuestas y los valores democráticos reales, cotidianos en los que vivimos les colombianes. Esos valores básicos en democracia, como la justicia social, el respeto por los DDHH, entre otros, están hoy en día mejor representados por la izquierda democrática y no por un sector que siendo poder, ha hecho poco para oponerse a la aplanadora uribista.
La tecnocracia colombiana, en cabeza de Fajardo, de Claudia López, de senadoras y senadores del Partido Verde y de Compromiso Ciudadano, se ha ido alejando mucho de su origen independiente y alternativo con el que muchos votamos por sus listas, por sus candidaturas. En muchísimas ocasiones, el sector llamado centro le ha hecho el juego y el coqueteo al uribismo.
Desde Mockus haciendo ejercicios de confianza con el tipo responsable de desinstitucionalizar el ejecutivo y quien impartió, junto a generales de su confianza las órdenes para presentar inocentes asesinados, como bajas legítimas; hasta Claudia López y Angélica Lozano, que como senadoras se hicieron parcelas de Paloma Valencia, de Gabriel Santos, para sacar proyectos que, en principio, serían beneficiosos para el país, pero que la gente no entiende son lo que la gente reclama desde el campo y las ciudades.
Sin embargo, ese mismo centro conciliador con la extrema derecha y aparentemente tecnócrata, sí se ensaña en contra de la izquierda democrática de este país. Una izquierda lejana de aquellos dogmas de los 70, debilitada por el exterminio de las décadas del 80 y 90, de la hegemonía de la derecha colombiana. Una izquierda con un montón de errores en la manera de articular sus bases, a veces nepotista, machista y desordenada, cuyo líder más visible es un man hecho para liderar en el discurso, más no para consolidar movimientos fuertes y constantes en el tiempo.
En lo que están casi todos de acuerdo sobre Gustavo Petro, es en que en lo fundamental defiende ideas liberales de mitades del Siglo XX, en que su discurso promueve un cambio de paradigma en temas económicos y sociales, y en que su talón de Aquiles ha sido su personalidad. Un man a veces elocuente y claro sobre temas importantes como la economía y el cambio climático, pero a veces difuso en temas específicos, como el aborto o la transición energética, por mencionar un par. En suma, un tipo que tiene claro hacia donde es, con un panorama difuso sobre cómo llegar y a veces una torpeza comunicativa que le hace a uno sacar canas.
¿Sorprende entonces que Petro esté liderando un proyecto tan grande como para llegar a ser presidente? La respuesta corta es no. La respuesta larga es obviamente que no. Desde el mismo día que el uribismo llegó a desatrasarse en masacres, en reclamar lo que Santos les había arrebatado, muchos vislumbramos que estos 4 años iban a tener consecuencias nefastas para la democracia, para los opositores y para la gente menos favorecida. Un gobierno que continuó con el desmonte del proceso de paz a punta de inacción y omisión, que siguió en la idea extractivista, pero que sobre todo, atacó de frente el equilibrio de poderes, la burocracia técnica que había dejado Santos y minó la transición de las FFMM hacia el respeto por los DDHH y el abandono de la doctrina del enemigo interno; y lo hizo además, mostrándonos como un trofeo sus decisiones, reaccionando agresivamente, como respondiendo con la frase “¿Y qué van a hacer hijueputas?”.
Esa manera revanchista de recuperar el control del ejecutivo, sumado al amiguismo y candidez de Duque, llegó a su punto más álgido el 9 de septiembre de 2019. Allí el el gobierno uribista se sintió atacado y salió a mostrar su lado más autoritario, arbitrario, violento y descarado. El inconformismo y la rabia por la impunidad con que la Policía pasa por encima de la gente, convirtió al 9S y el 10S en un punto de no retorno para ese gobierno. Luego vino la pandemia y aunque el gobierno De Duque quiso hacer la tarea bien, ya el daño institucional estaba hecho; y con el cierre de programas en gobiernos anteriores, el resultado fue un manejo reactivo, a veces absurdo y por momentos autoritario e irreflexivo; sumémosle las medidas de emergencia que ampliaron los tiempos de respuesta del gobierno y el famoso programa en vivo de Duque y tenemos la receta perfecta para que el gobierno se sintiera con más autoridad para mentir y esconder lo que pasaba en los territorios: la masacre continua de líderes sociales, el regreso de la guerra.
Asimismo, para entender el fenómeno actual, recojo las palabras de los directores del CNC, e Invamer sobre la gestión de Claudia López. Según ambos expertos, Claudia dinamitó las bases del centro en Bogotá y se alejó de ese centro que pretendía ser alternativa de poder, para convertirse en lo que tanto criticaron: un gobierno autoritario, revanchista, corrupto y arbitrario. Fajardo, además de reunirse con Duque después de la elección, no tuvo mayor protagonismo, no fue contundente con las graves violaciones en contra de la población civil, contra los líderes sociales, ni con la toma de todos los entes de control, por parte de un solo sector político. Ni siquiera cuando fue requerido por la Fiscalía, supo responder de forma aguerrida, usando el comodín de la institucionalidad colombiana. Ese comodín se acabó en estos casi 4 años.
Bogotá es un ejemplo de lo que hizo el centro en estos años de Duque y en la mayoría de los años del uribismo: Darle el beneficio de la duda a un movimiento reaccionario, antidemocrático, corrupto, violento, antiderechos y absolutamente clasista. No sé si pensaron que eso les iba a permitir arrebatarles votantes, para tener gobernabilidad, si creían que realmente se podía construir algo con ellos;. pero estuvieron la mayoría del tiempo viendo cómo destrozaban el país, las instituciones, la paz del campo, la democracia. Y no digo que desde el Congreso no hubo voces fuertes en contra de este gobierno; las hubo. Pero desde los gobiernos regionales y locales, poco y nada.
La debacle del centro comenzó desde que Fajardo, De la Calle y otros, se marginaran de lo que para muchos de nosotres era crucial para no volver a la guerra, a las matanzas, a los asesinatos extrajudiciales. Como dice el meme, “todo comenzó contigo”. Y esa debacle se fortaleció con la inacción que ya mencionamos. Regresando a la campaña, el centro creyó que sus votantes eran aquellos que se alejaban de los extremos y eran mayoría. Lo que no pensaron es que este gobierno llevó tanto el espectro hacia la extrema derecha hacia el el cinismo, el descaro, la violencia, el abuso de poder, que nos arrojó a todos hacia la izquierda. Pero el centro, tan preocupado por no quedar cerca de los extremos, se quedó inmóvil; no supieron defender los valores democráticos más básicos. La lección es que si la extrema derecha se vuelve cada vez más extrema y la izquierda democrática se queda donde está, ellos estarán cada vez más hacia la derecha. Es cuestión de enfoque.