Esta reflexión me surge de una conversación con una amiga. La llamaremos a ella ‘A’ por ser la inicial de ‘amiga’, no es que su nombre necesariamente comience con esa letra. Conversando, surgió el tema de la congestión en la ciudad, por el caos de la movilidad. Hablamos y hablamos, cada uno inamovible en su conclusión. Aunque eso me permitió entender sus motivaciones y conciencia del problema, aprovecho este espacio para reiterar mis puntos. Ya A me dirá si soy leal con la fidelidad de las posiciones expuestas y sus respectivos argumentos. La verdad sería más divertido representar todo con el @aceCourtBot que enseñó Andrés Trece.
Creo que todo comenzó por un comentario mío sobre un sector de la ciudad colindante con un corregimiento (ruralidad) donde ya rozan los edificios de treinta pisos. Mi amiga dijo que ella vivía en uno de esos. Esa zona es de estratos 4-5. Como comentaba ella que se estaba tardando mucho en sus desplazamientos habituales, anoté que por allá construían y construían manteniendo la misma infraestructura vial —no hay calle para tanta gente— y le decía que la solución era el transporte público. A me refutó que ese transporte tenía un gran problema de calidad. Le contesté que la manera de mejorar la calidad del transporte era subsidiando o financiándolo mejor.
El problema con este segmento de la población es que su capacidad de elección individual dada por sus opciones contradice o entra en conflicto con el bien común y de cada uno de los otros individuos en consecuencia. A ver, si una persona tiene poder adquisitivo —léase capacidad de endeudamiento—, soluciona por su lado el transporte con un carro particular propio. Cada carro genera más congestión y la idea de agilidad individual de cada persona se pierde en la congestión que producen todas las personas con la misma idea. La gente tiene derecho a tener su propiedad, pero cuando el problema es la congestión vehicular creada por esa propiedad masiva ya se exige una solución colectiva sufraga al cargo del erario.
Aquí aparece el primero de los círculos viciosos, clásico. Se piden vías más amplias que terminan incentivando mayor uso del carro particular, congestionando nuevamente y haciendo necesaria más malla vial. La panza que se amplía y hace control aflojando el cinturón. Esto tiene muchos problemas, porque la mayoría de la población no usa transporte particular ¿tiene sentido dedicar recursos que benefician más a una parte de la población privilegiada debido a sus pautas de consumo? Aquí el recurso más importante lo constituye el espacio, ¿en ciudades con serio déficit de espacio público para peatones es viable ampliar los usos del suelo menos eficientes y excluyentes de la escala humana? Yendo al caso de A eso no es viable tampoco: fue un carreteable veredal que pavimentaron y para ampliar tendrían que sustraer franjas privadas y hacer demoliciones parciales, o directamente eliminar los andenes.
El otro círculo vicioso: la gente no usa transporte público masivo por ser de mala calidad y la mala calidad se debe a la baja demanda. Lo fácil ahí consiste en decir que el gobierno ponga plata, para subsidiar la oferta, como se hace en la mayor parte del mundo, pero hay casos donde el problema se localiza mucho y tampoco los usuarios deberían recibir ese tipo de ayuda cuando pueden pagarla. En un caso como el entorno de mi amiga, donde básicamente hay una única ruta de transporte público en el área de influencia y con personas con poder adquisitivo, se podría considerar un cobro fijo a cambio de una mejora garantizada de la calidad del transporte en el aspecto de la frecuencia, es decir, obligar a los residentes a pagar para que pasen buses mucho más seguido y tengan un incentivo para aprovechar o usar ese servicio que se les está cargando para que sea mejor.
Ese reto de invertir el círculo vicioso, en uno virtuoso, tiene que definir acciones y mecanismo claros, desde soluciones puntuales, bien estructuradas, transparentes para todos los participantes y con alineación al bien común. En este tema nunca se trata de una prohibición del carro particular, sino de poner todo en su justa proporción y alinear los incentivos adecuados para lograr un bienestar colectivo.
Mi amiga se indignó con mi idea. Le parecía inconcebible que además pensara que había que cargar a la gente con otro cobro. Yo lo veo como una inversión de un servicio como puede ser el alumbrado público, un bien (el transporte) que no puede excluir a las personas selectivamente: el bus pasaría con más frecuencia por toda esa loma, para que lo use quien quiera y, obviamente, pague el pasaje. Ella, en cambio, para no ir apretada en el transporte público, cree que la mejor solución en sus manos es comprar, en cuanto pueda, su carro, para pasar horas atrapada en el trancón pero regiamente cómoda; así lo afirmó y anunció mi estimada A. Solamente espero que en unos años no vea comentarios suyos pidiendo obras de descongestión o quejándose por algún cobro de valorización cargado por ese concepto.
Para concluir, la movilidad como una expresión del derecho a la ciudad, requiere mucha inteligencia colectiva y el encuentro más armónico de las voluntades particulares; la acción sobre la conciencia de que nos podemos autosabotear en nuestra burbuja chocando con las otras burbujas. Y eso que no hablé de la faceta medioambiental del abuso del carro particular, en recursos y contaminación. Pero igual el plan sería ir con A en el futuro a dar una vueltica para comer buenos postres en carretera.
P.S: Leí a un doctor en psicología hablando de las consecuencias adversas para salud que genera el estrés de la congestión vehicular, un estrés a mi parecer comprado con nuestro modelo individualistas de ‘bienestar’ reflejado en este caso en el uso de carro particular.
Coletilla: perdón por mi desorden en el calendario de publicación, gracias siempre por leerme aquí y en otros partes. Les dejo una columna sobre la importancia (falta) que tiene la estadística del país en el deporte, en La Línea del Medio. Enlace.