EDUCAR PARA EDUCAR (III).

¡Ser un bárbaro y no poder vivir fuera de un invernadero!

E. M.  Cioran.

Esta historia tiene leves modificaciones para que a partir de ella no se señale con el dedo ningún lugar en que los hechos que presenta sean terriblemente reales. Esta trilogía de cinco (!) está llegando a su fin.  Lo que empezó con mi total indignación por enfrentar un asunto que tenía la misma autoría dudosa que metió en problemas al Ministro de Ciencia –así fueran sólo virtuales, porque en la realidad nada le pasó- llegó tan sólo a la anécdota y hoy nada pasa con ella.  Impunidad.  Un día les actualizo el chisme y les cuento cómo decidieron volver a empezar para no tener que darme crédito en lo que hacen, confirmando que el proyecto era más mío que de ellos y por lo tanto no merecían ser considerados como coautores.  Era un engaño puro y duro.

Sin embargo, y para dar puntada al tema del plagio por medio de la atribución falsa de un proceso de co-autoría a un directivo universitario, quiero contarles un poco del drama de los docentes, no sólo de los que investigan sino de los docentes universitarios en general. 

TWITTERLAND.

Hace algunos años trinaba de la precariedad salarial que implica ser docente en Colombia, lo que afecta directamente la producción que se realiza en las universidades –obvio a todas las escalas, pero el caso que tengo más cerca es ese- y un tuitero que obviamente era de Los Andes me trataba de mentiroso por presentar la realidad del contrato como docente en universidades que no son de ese ‘top’ de la educación en Colombia, las que llamaríamos como al college gringo si las reformas en camino pasan de agache en el Congreso.  

Y sí, es que en últimas la historia es de no creer y es la razón por la que el término de lumpenburgués-investigador o lumpenburgués docente me suena tanto: existe una precarización del trabajo que obviamente guarda una distancia enorme con la precarización laboral en el campo o en otras industrias, pero que representa una disminución de la felicidad sobre la tierra para el trabajador, una esclavitud ‘dulce’.  Para no irme tan lejos les contaré dos historias –y una ñapa-  breves, sobre cómo funciona esto de dar clases en la universidad privada ‘no top’ y un par de comentarios adicionales que espero sean de su interés.

UN SISTEMA DE MAFIA COMO ESCALAFÓN.

La primera tiene que ver con un docente que llevaba 35 años –o más- dando una materia que es fundamental para la arquitectura: la representación, es decir, el dibujo a mano alzada y algunas técnicas adicionales pero relacionadas que cada vez son más escazas por la presión del dibujo asistido por computador; esa escases también implica que es una materia con pocos docentes y en la que cada vez es más difícil conseguir arquitectos con las destrezas necesarias para enseñarlas.  Como nota: a los arquitectos rara vez nos enseñan a enseñar nuestra profesión.

Dada esa ‘comodidad’ de enseñar una disciplina en extinción, él nunca tuvo que realizar estudios adicionales como la maestría o el doctorado y vivía más o menos tranquilo en su salón de clases.  Sin embargo, y como en toda historia de terror, eso estaba por terminar.

El fin de la vida tranquila tiene que ver con la llegada al país de las acreditaciones y sus criterios de calidad y una pequeña, diminuta, microscópica exigencia que se hace a las instituciones que aspiren a tales emblemas: todo docente universitario debe contar al menos con un título de maestría, eso sin ningún tipo de contemplación o exoneración a una persona que como ese docente llevaba media vida –o quizás un poco más- dedicado a aprender cómo enseñar y perfeccionando su técnica.

Y ahí es donde el asunto me parece injusto y se toca con el tema del plagio: para promover los estudios de maestría las universidades optan por poner en sus escalafones incentivos mediante asignaciones salariales diferenciadas, usando tanto los posgrados como las investigaciones para esa diferenciación.

Explico: este arquitecto ganaba dos salarios mínimos de la época, tras 35 años de experiencia; yo, que conté con el privilegio de poder hacer mi maestría con todo el apoyo de mi familia y pocos meses después de graduado del pregrado, ganaba cuatro salarios mínimos.  Literalmente el doble… y no sólo en dinero, tener maestría también me hacía candidato a horas de investigación que se descuentan de las horas de clase y a otros privilegios como viajes fuera del país subvencionados por la universidad para exponer lo que investigara, también horas de oficina y el poder de administrar todo ello a mi albedrío, mientras el docente mencionado estaba regido por 36 horas de clase asignadas por la universidad en un horario determinado y cuatro horas de preparación de clase, libres.

Algún día tuve que sentarme a decirle: ‘estimado señor, lo van a echar de la universidad si no hace un estudio de maestría’… pucha, no imaginan la cara, la desilusión, 35 años para que el sitio que debía ser su hogar le diera semejante patada en el trasero.  Con todo el orgullo y los modales que lo caracterizan me dijo: ‘yo ya no estoy para estudiar. Gracias pero prefiero renunciar’.  Cuando ví la reacción decidí estudiar el caso más a fondo, encontré un vericueto por donde nos pudimos meter y no sólo logré que continuara vinculado sino que le subieron el sueldo, porque, como lección de ésta columna: si llegan a ser docentes léanse completico el estatuto docente de su universidad y el reglamento estudiantil.

El segundo caso es más jodido, pero va a lo mismo: los docentes deben tener maestría y entender el sistema de escalafón de Colciencias –no sólo el de su propia universidad- para poder acceder a alguna condición de dignidad, pues es ese el que mide quién es investigador y quién no, y eso se refleja en privilegios como el sueldo y las horas de clase, explica el por qué del plagio en el que se querían meter –y lo lograron- estos dos corruptos que eran mis ‘co-investigadores’.

Dependiendo de la universidad un docente con doctorado y publicaciones de investigación gana casi 11 salarios mínimos; uno con maestría y publicaciones  gana seis salarios mínimos.  Un docente que no tiene estudios de maestría y por ello no tiene cómo vincularse a investigaciones gana 3.5. Y eso puede sonar bien, o aceptable por las condiciones económicas del país pero resulta que… no son por un contrato a doce meses, los de aquella corruptela: sí.

Antes de la pandemia era usual que las universidades contrataran a ocho o diez meses, teniendo en cuenta que la oferta académica va por el mismo tiempo; con la pandemia el contrato se redujo a cuatro meses, con un periodo de dos meses entre semestres.  Esto significa que un docente sin importar si tiene maestría o no tiene que administrar su dinero con tal eficiencia que lo que le pagan durante ocho meses le dure doce, es decir: estaría  ganando un poco más de dos salarios mínimos mensuales al tener que dividir sus ocho sueldos en los doce meses del año.  Mediten eso: siete años de estudio y dos tesis para ganar dos salarios mínimos mensuales.

¿Dónde está la diferencia en esos casos? En acceder a la investigación y a los escalafones relacionados.

Un tercer caso en el que no me voy a extender es el de los docentes que conozco que sin mediar palabra vieron afectadas sus condiciones laborales por la pandemia, vieron sus contratos reducidos a cuatro meses y el bienestar de sus familias afectadas con un: ‘si le sirve así, sigamos, de lo contrario la puerta está abierta…’. Sólo conozco uno que decidió irse, y no creo que lo haya hecho por dignidad sino por desajustes emocionales que no vienen al caso.

Bárbaros de invernadero.

Acá es donde este relato encaja y explica el plagio aquel: hacerse meter con maniobras poco éticas en un artículo de investigación es una forma de acceder no sólo al goodwill del investigador (si es que tal cosa existe en el hoy del país) sino de acceder a mejores condiciones laborales que van desde un reconocimiento en sueldo hasta un menor número de horas de clase, menor vigilancia (mayor libertad) y hasta la posibilidad de tener otros trabajos si logra coordinar sus horas destinadas a la docencia.

Muchos docentes que conozco dan clases en dos o tres universidades para poder adquirir esas condiciones, burgueses, sí, pero como una especie de lumpen que está ahí, para que lo manipule la mano del mercado.

¿Y los plagiarios? Bárbaros, pero que no pueden vivir fuera de su invernadero.

Bogotano. 50 años. elarteylaarquitectura.wordpress.com

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