Derecho a la vida Vs. Derecho a ¿la muerte? – Parte 2.

¿Por qué nadie se ríe?

Recuerdo una campaña sobre la muerte digna que invitaba a hablar de la muerte con la familia en la mesa del comedor. Raro ¿cierto? Pues sí, sobre todo en un contexto cultural donde la muerte es un tema tabú, sin embargo, es importante.

Cuando mi mamá utilizó la palabra eutanasia por primera vez en la casa, lo que sucedió fue eso, nos sentamos en familia en la mesa del comedor a hablar del tema. ¿Qué significa eso? ¿Cómo se hace? ¿A quién le preguntamos? ¿Es correcto hacerlo? ¿Es un pecado?* ¿Realmente quieres que llegue la muerte? ¿Estamos dispuestos a acompañarte en ese proceso? ¿Somos capaces de ayudarte? Fueron algunas de las preguntas que nos hicimos ese día, algunas las resolvimos entre todos, otras mi mamá decidió hablar con cada uno de forma individual. Porque esto, no es una decisión que se tome deportivamente, como sugieren los mal llamados “pro-vida”.

Mi mamá nos pidió a mi hermano y a mí localizar al médico que la atendía por el servicio de hospitalización en casa para responder la pregunta de ¿cómo se hace? Cuando le dijimos lo que doña Olga quería abrió los ojos, sorprendido, pero nos explicó que había que hacer una carta firmada por ella donde se hiciera la solicitud formal y llevársela a él para que la gestionara. Sonaba muy fácil, tanto que, aunque mi mamá me dijo exactamente lo que quería que dijera su carta, pase toda la noche escribiendo un párrafo que ya tenía en borrador. La pregunta ¿Somos capaces de ayudarte?, fue resuelta para mi en ese momento y si bien fui capaz, no fue nada fácil.

Llevar la carta le tocó a mi hermano. No puedo contar esa historia por él, pero le dijeron que en los siguientes 10 días debíamos tener las citas de valoración por el comité técnico científico y la respuesta a su solicitud. Con eso descubrí la dualidad del tiempo, que en la película Belleza Inesperada nombran como una de las abstracciones que más conflictos le causa al ser humano junto al amor y la muerte. 10 días era nada pensando en que lo que se venía era perder a mi mamá y al mismo tiempo era una eternidad esperando esa respuesta. Empezó a correr el tiempo, en los primeros 5 días nos visitó una trabajadora social a realizar psicoterapia familiar no solicitada buscando falencias en la red de apoyo, fueron dos psicólogas a preguntarle a mi mamá si estaba segura y que por qué la solicitud, profesionales que estaban conectadas con la impresión que les causaba la solicitud y lo burocrático, pero totalmente desconectadas de nuestra experiencia que al final, era lo único que debía importar.

En esa misma semana nos hicieron ir con su neurólogo tratante a que diera su concepto sobre el estado de su enfermedad y a otra IPS a que la viera psiquiatría y medicina paliativa para la valoración de los médicos que nos dijeron eran del comité técnico científico que debía evaluar su solicitud. Todos los profesionales dieron su visto bueno a su solicitud y ella estaba dichosa.

Después de eso, no volvimos a saber absolutamente nada de la EPS ni de nadie. Empezamos a hablar con un abogado para que nos asesorara para poner una tutela, a presionar por teléfono, mi hermano iba todos los días a las oficinas a preguntar por el trámite. Los días que nos quedaban con mi mamá no nos permitieron disfrutarlos con ella, sino que nos toco volcarnos en una pelea burocrática sin sentido, porque o nadie sabia nada de su trámite o el abogado que lo debía gestionar se había ido de vacaciones y dejo el caso entre los pendientes para cuando volviera. Se dedicaron a ignorar y dilatar el proceso y nos obligaron a pelear por algo que para nosotros como familia era profundamente doloroso, aunque fuera lo que ella quería.

En el día 15 nos citó la misma trabajadora social que nos había visitado antes y sin vergüenza alguna nos dijo: “quienes han solicitado la eutanasia mueren antes de que se apruebe el trámite”. Recuerdan que estamos hablando de muerte digna ¿cierto? Realmente no era un trámite complicado, al contrario, el protocolo del ministerio establece un ABC con plastilina, ellos deliberadamente decidieron ignorar la solicitud de mi mamá. Los profesionales que veían a mi mamá se dedicaron a pasarse la pelota entre ellos y fue hasta que dejamos de consultarles, pero mi hermano siguió yendo todos los días a las oficinas de la EPS a preguntar para cuando iban a dejar morir a mi mamá en paz. Espantó a muchas personas en esas oficinas con la pregunta, pero aquí lo único que importaba era que mi mamá nos había pedido una última ayuda, después entendí que la más importante.

Para el día 26 ya nos habíamos comunicado con periodistas y con la presión de mi hermano, nos llamaron de un hospital de la ciudad para que la viera el comité técnico científico. Se suponía que ya habíamos pasado por eso, pero ajá. La vio una psiquiatra, un internista y finalmente un medico paliativista, que fue el que más habló con ella, le hizo muchas preguntas y finalmente le dijo que si quería se podía quedar de una vez, a lo que ella dijo que no porque quería despedirse del perro, que volvía al día siguiente a las 8 de la mañana. El médico la despidió con un “que la muerte te acompañe”. Mi mamá fue absolutamente feliz, le preguntó si él la ayudaría a morir y él dijo que no porque es objetor de consciencia, ninguno tuvo problema y cada uno siguió su camino. El significado de respeto en su máximo esplendor.

Esa noche en casa, los dolores desaparecieron, podía mover los brazos, pudo comer sin problema y hasta tomarse un aguardiente con mi abuela. Podía respirar, reírse a carcajadas y llorar sin ahogarse. Era muy extraño porque nos estábamos despidiendo y sus síntomas desapareciendo. Le hicimos un video-memorial con fotos de momentos bonitos y divertidos y una linda canción de fondo llamada “Mi mayor orgullo”, se lo mostramos y lloramos juntos. Le dijimos cuanto la amamos, la admiramos y lo mucho que la íbamos a extrañar. Nos dijo cuanto nos amaba, lo orgullosa que estaba de nosotros y nos agradeció por cuidarla. Nos despedimos a su manera.

Al día siguiente, a las 8 en punto estábamos en el hospital. El trato que nos dieron fue realmente digno, la internaron ese día y programaron el procedimiento de eutanasia para el día siguiente a las 7 a.m. Nos permitieron estar todos con ella en la habitación, entrar la comida que quisiéramos y que la fuera a visitar quien ella quisiera sin horarios limitados. Le ofrecieron acompañamiento espiritual y psicológico sin forzarla a ninguno de los dos, le presentaron anticipadamente todo el equipo que iba a llevar a cabo el procedimiento y nos explicaron el paso a paso. Su plenitud amortiguaba el miedo de nosotros.

Esa noche durmió como no había dormido en por lo menos 10 años. Todos pasamos la noche despiertos esperando que nos necesitara para algo, pero nada, ella estaba descansando. Se despertó a las 5 a.m., pidió un tinto y un cigarrillo, le permitieron salir a tomarse su tinto y fumarse su cigarrillo y volvió a la habitación a las 6:30, vio al internista que iba a hacer el procedimiento y le dijo que lo esperaba ansiosa. En la habitación, cuando el equipo médico llegó, pidió conectar a su hermana en video llamada, pues vive en el exterior y que le pusieran la canción de Celia Cruz, La Vida es un Carnaval y le dieron el primer medicamento para relajarla.

Estábamos molestando, riendo, cantando y de pronto dijo “que pena con ustedes, pero me está dando sueño, voy a cerrar los ojos”. Para nosotros fue evidente que era el principio del fin, hicimos silencio y nos tensionamos. Cuando le empezaron a administrar el resto de los medicamentos, de la nada dijo “¿por qué nadie se ríe?”, soltamos una carcajada y a los minutos mi mamá había fallecido.

Para mi mamá, esta muerte significaba ganarle, de una vez por todas y después de 17 años luchando, a la enfermedad que la fue acabando poco a poco. No la mató la esclerosis como estaba predestinado y como intentaron que ocurriera, con dolor y sufrimiento, sino que ella mató a la enfermedad, ese es el único “matar” que cabe aquí y lo hizo con una sonrisa enorme y música alegre. En ese momento entendí que existen cosas peores que la muerte en sí misma. Comprendí el significado de autonomía más allá de lo que dice el diccionario, pues ella decidió cómo, dónde, a qué hora y con quién morir. Decidió también lo que teníamos que hacer con su cuerpo luego. Dejo todo completamente organizado. Y así, aprendí que la dignidad se puede vulnerar, pero, aunque insistan no se puede quitar porque hace parte del ser y estar de cada persona.

Mi mamá murió como vivió, riendo y disfrutando la vida, rodeada de las personas que quería. Hizo lo que le dio la gana en la vida y en la muerte. Si eso no es coherencia en la existencia, honestamente no sé que será. Por eso la eutanasia es un derecho no una obligación, podemos morir tal y como vivimos y esa idea, a mí me parece maravillosa.

*Del tema de la religión, la fe, la espiritualidad en nuestro caso y mi opinión al respecto, les hablaré en una cuarta columna, porque si Andrés puede hacer una trilogía de 5 yo puedo hacer una de 4.

💚Psicóloga Feminista (Ella/She/Her) 🤍Terapia de Duelo por Fallecimiento 💜Acompañamiento en Violencia Basada en Género

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