(De)- reconstruyendo una habitación propia

Liliana Ramírez Ruiz

Un amigo y antiguo estudiante colombiano me ha solicitado en diversas ocasiones que envíe mis letras mexicanas a los juanetes. He escapado unas cuantas veces de sentarme a escribir estas palabras. La primera vez que hizo la petición de mandar un escrito, me informaba vía twitter (red social que particularmente me genera ansiedad por la facilidad del conflicto) que casi todos los columnistas hasta el momento eran hombres. Yo escribo hoy desde lo personal, soy una mujer mexicana en sus treintas que escribe desde lo que ocupa gran parte de su tiempo, su mente y su miedo. Hoy recurro al conocido ensayo de Virginia Wolf “Una habitación propia”, no porque suponga que lo que quiero narrarles sea novedoso, existen innumerables referencias en la literatura feminista sobre dicho ensayo. Ella me da la posibilidad de escribir sobre mí y espero que mi experiencia pueda tener de interlocutoras un “nosotras”.           

El libro de Virginia Wolf es una geografía íntima en el que expone cómo se fabrica el espacio doméstico y enfatiza en la lucha histórica de las mujeres por poder tener independencia económica y un cuarto dónde escribir. Ella, en particular, refirió a un espacio donde escribir ficción. Aprendiendo la lección, desde hace algunos años ocupo por primera vez una habitación propia; obtuve una beca, decidí vivir sola y con esto conseguí un lugar, un espacio mental en el que me he permitido crear. El día de hoy estoy a unas semanas de obtener mi doctorado, también a semanas de quedarme desempleada. El miedo de perder lo logrado me acompaña. Lo racionalizo, lo hablo con amigas y amigos, lo trabajo en terapia.

Cuando una decide vivir sola se vuelve una especie de rareza, una extranjera y una opositora de lo que se supone deberíamos desear. Acá soltaré mi característica brutal honestidad; yo siempre he necesitado retraerme para estar conmigo y entender mis propios procesos y casi siempre me he sentido una extranjera en cada lugar en el que me ha tocado vivir. En los años que fui migrante me preguntaba: “¿dónde están mis raíces?” La mejor respuesta me la dio una mujer que tenía una formación en medicina occidental y medicina tradicional china. En su consultorio había colgado unos posters con información sobre el cuerpo, el día de mi cita ella señaló uno que mostraba venas y arterias y dijo: “ mira, las venas y las arterias son como raíces. Tú eres tu propia casa”.            

No voy a romantizar la idea de vivir sola, es un ejercicio muy demandante y hay días que quisiera emparejarme con la primer persona que pasa a mi lado y acepte apoyarme a pagar la renta o limpiar mi casa. Quizá por mi estatus de soltera en Facebook (aún teniendo pareja o parejas no lo pienso cambiar), el otro día me llegó un video de Martha Debayle en el que junto con una psicoterapeuta explicaban “lo que ellos quieren”. En el video revelaban que los verdaderos hombres no buscan a la mujer indefensa, lo que ellos desean son mujeres que generan su propio dinero y que puedan dirigir empresas como lo hacen hombres empresarios.

No voy a descartar lo que ellas intentaron explicar aunque puedo estar en desacuerdo, creo que un mensaje así sin antes pasar las gafas violetas no debe llegar a un público de forma masiva. Empezando por la visión centrada en la heterosexualidad en la búsqueda de pareja, también por una anotación que se le ha hecho a Virginia Wolf, que se le puede hacer a la conductora de radio y a la experta, ¿quién puede tener y mantener una habitación propia? Si no eres rica, heredera o si no tienes el capital social necesario, resulta una lucha personal demoledora. En estas preguntas y reconociendo mi propia vulnerabilidad es que regresa el miedo. Este no es un texto académico, pero si lo fuera insertaría cifras sobre la desigualdad histórica que han tenido las mujeres en el acceso a la educación, escribiría sobre el techo de cristal, el piso pegajoso y la brecha salarial.

Vivir sola y escribir sobre una misma requiere de mucho trabajo interno. Otras mujeres que viven como yo, nos vamos haciendo la pregunta sobre cómo queremos que otras y otros nos acompañen. Hace tres semanas mientras visitaba la playa tomé un taller sobre poliamor que dictaba una chica que ama estar desnuda. En el taller aprendí muchas cosas, por ejemplo, que existen numerosas formas de llevarlo a cabo y que la teoría es mucho más fácil que la práctica, según comentaban los asistentes. Mi propia conclusión sobre la experiencia es: antes de proponer relacionarnos con otros y otras, debemos de estar muy claros de lo que queremos y cómo lo queremos. Cuidar siempre de las emociones de otras y otros y hacernos responsables de nuestras acciones.

Esto me lleva a abrir la idea de la habitación propia. Como escribió Cristina Rivera Garza al referir a la primera persona del plural, las habitaciones están en casas y las casas se localizan en barrios. Como referencia al mantra budista, todos y todas estamos conectados, humanos y no humanos. Estamos todos enredados.

Mis redes afectivas y mis especies compañeras (utilizo la idea de Donna Haraway porque genero parentescos raros con dos perritas que viven conmigo) me aseguran que nunca estoy del todo sola, aunque así lo haya decidido. También creo que todos los días puedo cambiar de opinión y me permito establecer otros vínculos. Vienen a mi mente todas aquellas personas que han visitado mi casa a compartir mi cocina, mi comedor, mi sala y mi cama. Aquellas personas que han llenado este lugar de amor y placer. Al final, entiendo que lo que no quiero perder es la posibilidad del espacio propio y la seguridad financiera que me permite crear proyectos, escritos y afectos.

Semblanza:

Liliana Ramírez Ruiz es socióloga, maestra y aprendiz de boxeadora. Tiene estudios doctorales en la Universidad de Zeppelin, Alemania y en la Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México. Ha trabajado como profesora, investigadora y ha impartido talleres en diversas universidades e instituciones de México y Colombia.

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