En tiempos de incertidumbre nos aferramos a la creencia irracional de un evento improbable y repentino que asegure nuestra salvación; podríamos decir que, ante la duda, vivimos esperando un milagro. Y esta fe no está relacionada tanto con una profesión religiosa o un credo más que con hechos aprendidos en nuestros procesos, individuales y sociales, de crecimiento como especie; estamos convencidos que el conocimiento, en sus diferentes manifestaciones, será la clave para resolver esta crisis, y otras tantas por venir.

De manera concreta, podríamos decir que tenemos absoluta confianza en la ciencia y la tecnología como motores para la superación de los problemas que suponen las crisis que atravesamos; la literatura, el cine, las redes sociales, la política, la economía, la salud y cuanto escenario cubra nuestro desarrollo están permeados de manera tácita y explícita por la existencia de un conjunto de saberes, prácticas y conocimiento que fundamentan no solo la manera como entendemos los fenómenos que nos rodean, sino también el cómo enfrentamos la incertidumbre y la visión del futuro que nos espera.

Esta creencia irracional, sin embargo, es la causa también de aquello que llamo: el ocaso. Me explico. A pesar de tener absoluta confianza en que el avance del saber y la técnica nos conducirán a un futuro mejor, elegimos en qué creer basados en argumentos y posiciones subjetivos que nada tienen que ver, en ocasiones, con la ciencia y su método: el desorbitado avance de las pseudociencias no tiene un asidero lógico en el contexto de un mundo hiperconectado, dónde datos e información se encuentran al alcance de la mano, y aún así, son cada día más los adeptos a teorías infundadas disfrazadas de saberes ancestrales o modernos que claman superar las barreras impuestas de un sistema que conspira para esconder la verdad.

Creyentes de una tierra plana que explican sus postulados usando al mismo tiempo la física y la psicología de un grupo dominante que quiere esconder la verdad con imágenes falsas de satélite, negacionistas del cambio climático que usan la química y el termómetro para debatir la necesidad de cuidar el planeta mientras acusan a un imaginario comunismo de querer frenar el desarrollo, gremios antivacunas que se excusan en hechos anecdóticos y opiniones no probadas con argumentos que no llegan más allá de hipótesis sin contraste, teóricos de la conspiración que atacan antenas de comunicaciones como la causa de un intento global de dominación, aunque bien podrían estarle tirando piedras al sol, homeópatas que diluyen en agua y azúcar un elixir capaz de convertir la enfermedad en dinero efectivo usando la fe y la desconfianza en la misma proporción y muchos otros tantos charlatanes que apuntan a los astros o disfrazan con adjetivos cuánticos, energéticos y ancestrales.

En un mundo de charlatanes, la sabiduría divina no necesita más pruebas que la fe ni más explicaciones que la iluminación, la tradición y la anécdota. El primer argumento de la salvación se hace manifiesto al entender que todo aquello que enseñan y profesan lo quieren acallar en el nombre del capital y el poder: “ellos te engañan, pero nuestra verdad revelada es más barata” pero sobre todo “más sencilla de entender”.

El desprecio a la ciencia, más no al saber que se oculta en códices místicos, cábalas y tradiciones antiguas, marca la primera hora del ocaso. Sombras de duda se acercan peligrosamente avisando una tormenta que amenaza con destruir la credibilidad en las leyes conocidas de las ciencias básicas, aunque usando como soporte las matemáticas, la física, la química y la biología; discursos políticos, vendedores de elíxires, solucionadores holísticos de problemas complejos y líderes de opinión que lanzan frases al aire y preguntas que se disfrazan de argumentos y buenas intenciones, que buscan derruir las ciencias sociales, cimentando la confianza en el culto a los hombres y sus ideas por encima de toda lógica o razón; ismos que se apoderan del discurso y la verdad aunque nada de lo que digan sea cierto; dinámicas probadas de poder y estafa con miles de seguidores que ante la crisis atesoran piedras mágicas y amuletos mientras esperan que un milagro los salve. Los charlatanes nos enseñan a desconfiar, para llenarnos de certezas.

Fundador por accidente de los Juanetes. Solamente alguien que desea a ratos compartir las ideas que se agolpan en su cabeza.

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