Un humanista en el consultorio

Muchas veces, con una alta dosis de curiosidad y otro tanto de asombro, me han preguntado “¿Y qué hace un sociólogo ejerciendo la Medicina?”. La misma pregunta debieron hacerse hace muchos años mis amigos de sociología, carrera que culminábamos por entonces, y muchos otros conocidos, el día que les anuncié que iba a estudiar Medicina, y aún más, que ya había pasado a la Facultad. Y la única que pareció alegrarse, decidida a apoyarme hasta el final, fue mi mamá.

El interrogante parece apenas lógico en una sociedad que se ha acostumbrado al ejercicio tradicional e inercial de la vida profesional, sin mayores desviaciones que alteren el “curso” normal de las cosas: los médicos son médicos, los ingenieros son ingenieros, y los filósofos son filósofos, pero los sociólogos no son Médicos.

Durante muchos años, una queja repetitiva y ensordecedora de todos los usuarios del sistema de salud, ha demandado atenciones más humanizadas por parte del personal que le asiste cuando va a un hospital. No son pocos los pacientes que denuncian “es que ni me miró”, “es que no me escuchó”, “es que no me entendió”.

Posiblemente la principal razón de la falta de empatía de muchos profesionales en ejercicio, radique en el ajetreo que implica la rutina de una praxis estresante, demandante, sacrificada y psicológicamente agotadora; pero también en una falencia de las academias para proveer de herramientas humanísticas adecuadas para enfrentarse a realidades sociales complejas y tragedias espirituales inaguantables. O al poco interés que dichos componentes despiertan en unos discípulos ávidos de conocimientos técnicos y precisos, habilidades, competencias y reconocimiento social; frente a discursos que suenan vacíos, innecesarios, “carretudos” o en el peor de los casos, de “relleno”.

La moda de las series de médicos en las diferentes plataformas, ha transformado la elección profesional en una suerte de tendencia esnobista de pocas inclinaciones vocacionales o de apostolado. Y si bien el oficio no debería considerarse en términos puramente compasivos o de sacrificio; porque también conlleva componentes relacionados con la estabilidad laboral, las condiciones del ejercicio, el reconocimiento académico, las inquietudes científicas y de investigación; si debería estar en el primer plano del interés, porque el objeto de nuestra labor es aquella persona que se encuentra en condición de vulnerabilidad física y emocional, y es lábil en todos los sentidos.

Con el paso del tiempo, en el ejercicio de mi profesión médica, y siendo consciente de todo esto que acabo de decir, he ido valorando cada vez más la importancia de mi formación en humanidades, en relación con la práctica diaria de esa unidad constitutiva de toda la estructura en salud que es el ACTO MÉDICO. ¿Quién mejor que alguien que ha estudiado al ser humano, sus complejas relaciones, su cultura, su entramado y contexto, sus realidades, su sistema social; para comprenderlo y tomar su lugar en un consultorio?

Durante el interrogatorio a mis pacientes en la consulta he podido indagar sobre sus angustias, sus quejas, sus esperanzas, su demanda de atención, su inconformidad con los servicios; he podido hacerme una imagen mental de su vida y las circunstancias que lo han conducido hasta dicha consulta; he intentado imaginar por un momento la situación en la que debió encontrarse para acudir a un lugar que de por si es agresivo, frío, impersonal, burocratizado, costoso, inhumano, y hasta peligroso biológicamente, como es una institución de salud.

A través de mis palabras he intentado transmitirle la tranquilidad de la que se carece, la confianza que se ha perdido, la esperanza casi extinta, la serenidad que se desvanece. Con mis recomendaciones he cumplido con la misión de educar en salud; en hábitos de vida, en vigilancia epidemiológica, en disciplina medicamentosa, en responsabilidad con la integridad personal y comunitaria, en la toma de decisiones pertinentes, oportunas y razonables a la hora de enfrentarse a situaciones que requieran de acudir y buscar ayuda en alguna entidad hospitalaria o de atención en salud.

Muchas veces he hablado en redes sociales sobre lo dramático que es trabajar en un servicio de urgencias: por estos pasillos, junto con la sangre y cualquier cantidad de fluidos corporales, corren la deseperanza, el dolor, los abusos, la violencia, las miserias, la rabia, la altanería, el abandono y el agradecimiento, de una sociedad que parece haberse habituado a la exclusión. Detrás de los traumas, los heridos, la violencia, los intentos suicidas, los dolores crónicos, las demandas de incapacidad, las consultas sin sentido; hay miles de historias personales llenas de matices que solo el médico adiestrado en hacerlo sabrá entender.

https://www.instagram.com/trianatejidos/

Tal vez sea una gran falla de nuestras prácticas consuetudinarias centrar nuestro foco de interés y atención en la condición aguda y emergente que trae al paciente hasta nosotros, y con base en esa impresión primera podríamos hasta juzgarle, increparle, reprenderle, mostrarnos inquisitivos, o apelar a señalamientos y juicios sin asidero. Las pesquisas relacionadas con la condición de vida, con la red de apoyo, con los estados emocionales, con las afujías económicas, con la falta de cubrimiento o aseguramiento en salud, las dejamos para otro personal que suponemos es a quien debe importarle.  

Hoy, a diferencia de muchos años atrás, ya no me avergüenza decir que soy sociólogo, al contrario, es la profesión que nombro por delante. Y creo que encuentro reflejada la importancia de haber elegido esa profesión como antesala a la que ahora ejerzo, en la cara de agradecimiento de mis pacientes por haberlos escuchado, en sus expresiones de satisfacción por haberles brindado un trato amable e igualitario, en sus palabras de felicitación por ofrecerles la confianza necesaria para manifestar su padecimiento, en su reconocimiento al simple hecho de haber entendido su situación.

Es posible que todavía estemos a tiempo de remediarlo, de hacer los correctivos necesarios a esta situación de la que adolecen nuestros sistemas de salud sempiternamente. Tal vez sea el momento para hacer que las estructuras cambien, que los pacientes no encuentren solamente técnicos con reconocida experticia y renombrada suficiencia en el desempeño de un oficio que demanda amplios conocimientos y actualización permanente. Sino que adicionalmente los acojan personas que han entendido que los padecimientos de ese usuario podrían también ser los suyos porque afuera de la institución nos igualan las condiciones, la vulnerabilidad, el azar y la necesidad.

Más allá de haberles compartido una experiencia personal, quisiera que cosas así pudieran multiplicarse, sé muy bien que casos hay bastantes de médicos, enfermeros, y de otros profesionales de la atención en salud que han complementado su formación con estudios humanísticos; pero pienso que deberían ser muchos más quienes consideren esta posibilidad. Estamos trabajando con seres humanos, no con moléculas, ni con células, ni siquiera con órganos o con cuerpos; estamos atendiendo a alguien que sufre, que está inmerso en unas realidades muy complejas, y valdría la pena considerarlo en conjunto.

Hoy solo puedo decir, GRACIAS MAMÁ

Nuestro espacio está abierto para todas y todos

También puedes leer