Muchas veces le he cantado a tu cara
y a tus ojos, cual soles soberanos,
más poco he dicho sobre tu piel clara
y de cómo la sientes en mis manos.
Pero yo en la distancia soy tus dedos,
y soy también la espina de la rosa
que dulce besa y daña como un credo
la humedad de tu centro, mariposa.
Mis manos —que son tuyas— te acarician,
olas entre tu cuerpo -laberinto-
y son la chispa que el incendio inicia
placer conocido, siempre distinto.
Tus mías manos gozan las delicias,
tacto, puerta a la fragua de tu instinto.