Desde el 2014 me hice de algunos enemigos en Twitter, por mi insistencia en que había que votar por Santos para atajar al uribismo. Me gané varios regaños y hasta me bloqueó Claudia Julieta Duque por insistirle. Por supuesto, mi estrategia no era una estrategia de conquista de votos, sino una queja a veces agresiva por lo que consideraba, una decisión desacertada. Me di cuenta en ese momento que hay cosas que me alejan de algunas personas de izquierda, más no de la izquierda en su conjunto.

Para ellos, y no estoy diciendo que sea absurdo o equivocado, era preferible no ceder los principios ideológicos, y seguir firmes en que la llegada de un candidato que hiciera cambios de verdad e inmediatamente, es la única forma de que este país avance. Es decir, nada de pañitos de agua tibia, de priorizar algunas cosas y las otras aplazarlas, de cambios a largo plazo, de tragarse algunos sapos, o de aliarse con los no uribistas para propiciar un entorno favorable al cambio. Cualquier cosa que no sea un cambio fuerte, un cambio real para el país, no vale la pena apoyarlo, así gane la ultraderecha.

Y este es el otro punto que nos distancia. Varias veces leí la frase de que es preferible un facho frentero, que un centrista. Para ellas y ellos, una persona de derecha moderada, o de centro, es un facho enclosetado. Y no les critico ese hecho, hay muchos ejemplos de políticos que se presentan como moderados y terminan ejerciendo el poder con formas y fondo arbitrarios y algunas veces con formas muy fachas.

Está el ejemplo de Mockus durante sus dos alcaldías, y el extraño caso de Claudia López Button que comenzó su alcaldía como la esperanza de la defensa de los DDHH, a acusar a las organizaciones sociales de aumentar los contagios, a los venezolanos de ser hampones y a su contrincante de tejer una suerte de caos para no dejarla gobernar. Y me distancia porque también en la izquierda puede pasar eso, porque el poder puede devenir en acciones y actitudes que, en nombre del pueblo, puedan minar aún más la escasa democracia que nos queda. Ha pasado con Correa en Ecuador, que pasó por encima de los indígenas para que se conviertan en unos arbitrarios y autoritarios, y ha pasado en México donde López Obrador ha tomado decisiones contrarias al talante que se le conoce a la izquierda en temas de salud, en temas de género, e incluso en su relación con los militares. Y ojo, no estoy hablando de extremismos.

Lo que pienso es que al final la única forma de lograr cambios reales y que perduren en el tiempo, es estar dispuesto a escoger las batallas y ceder cuando haya que ceder; hay que aliarse con fuerzas de centro, de derecha democrática y de izquierda. Creo que eso también lo piensa Petro y por eso a veces la caga y lo critican muy fuerte. Son apuestas, se pierde y se gana. Pero para eso, tenemos que identificar los aprendizajes de la izquierda democrática en Colombia y hacer balances. Los referentes son las administraciones de Samuel Moreno y Gustavo Petro.

La primera, comenzó cambiando un montón de cosas necesarias para vivir en una mejor ciudad, en salud, en educación, pero terminó en escándalos de corrupción enormes junto a los partidos de derecha y de extrema derecha. Eso no puede volver a pasar, le costó y le sigue restando credibilidad al Polo Democrático esa decisión; no podemos darnos el lujo de hacer las cosas como los burócratas de siempre. La segunda, comenzó con un programa de gobierno que es de enmarcar. Una presentación de intenciones que reflejaba el ideario progresista y que muchos vimos como positivo para lo que necesita, aún hoy en día, la ciudad y por ahí derecho el país. Pero, del papel a la realidad se perdieron muchas cosas. Debido al arrojo y el afán de cambiar mucho, se terminó ejecutando poco.

La presión ejercida por el alcalde a su círculo más cercano, sumado a peleas internas por el poder, surtió un efecto de desconfianza y de agotamiento en quienes debían ejecutar ese programa. Claro, también los medios y el establecimiento en pleno hicieron su parte. La pobre ejecución también se debió en gran medida a que el Concejo de Bogotá bloqueó un montón de cosas. A veces con razón, porque los proyectos llegaban sobre el tiempo, con fallas, o no estaban debidamente soportados, pero muchas veces por capricho y retaliación política en contra de la alcaldía. En ese maremagnum de acusaciones, señalamientos, quejas, mentiras, shows mediáticos y amenazas de arrebatarle el poder al alcalde, tampoco ayudaron mucho las decisiones que él tomó. Particularmente, en hacer la pelea mucho más grande y en subir aún más los riesgos de las apuestas que hacía. Por ejemplo, pedirles a sus funcionarios tomar riesgos altísimos (algunos aún siguen investigados), o cosas absurdas como darle TM a un uribista. Pero, bueno, ese es otro tema.

El tema es que aprendimos que, para hacer cambios en la ciudad, no basta con ganar. Hay que mantener lejos la corrupción (lección Samuel) y hay que generar consensos mínimos (lección Petro). Y que para eso se necesita voluntad, estrategia, inteligencia y paciencia. Entiendo que hay una molestia absolutamente justificada del petrismo y de muchos de nosotros con hacer alianzas con el centro y con los que nos dejaron colgados de la brocha en 2018. Ese episodio es y seguirá siendo un elemento de división y de desencuentros. Y es justo, lo que hicieron, más allá de la aritmética electoral, fue mostrarnos que no están dispuestos a ceder y a conversar soluciones en conjunto. Y es que a la izquierda siempre le toca ceder para que llegue alguien que no los vaya a asesinar, que no los vaya a perseguir, que no los vaya a judicializar y estigmatizar. Pedirle a la izquierda que ceda otra vez y permita que lidere alguien que “no polarice”, es para mí, casi un insulto. Especialmente viendo cómo ha sido el gobierno de Duque y los otros gobiernos uribistas, para sus líderes y sus militantes.

Ese ha sido para muchos de nosotros el trasegar electoral de nuestras vidas: Elegir al menos facho. Para el centro no ha sido así. El centro convive relativamente bien con el establecimiento, presenta proyectos de ley con ellos, toma cafecito, hace ejercicios de confianza, nombra sin sonrojarse a funcionarios del gobierno Santos, les entrega trozos enteros de su gobierno a ellos. Es decir, como bien lo dijo el exconcejal eterno, Juan Carlos Flores, el ánimo de generar consensos, gobernar y detentar el poder por parte del centro, desdibuja sus propios principios. La vida es sagrada, pero hacemos poco para defender los DDHH, creamos programas como Talento, no palanca, pero al final los contratos se hacen con la venia de la pareja sentimental de la alcaldesa, promovemos consultas anticorrupción, pero damos cuotas a grupos políticos y benefactores de campaña, y así.

Pero, para la izquierda y para el centro, llegar divididos es una derrota fija.

Entonces, volvemos a mi distancia. Para muchas y muchos, es inconcebible un gobierno de centro, así este les permita ejercer en democracia sus derechos políticos y hacer oposición sin recibir la estigmatización y la violencia política de la extrema derecha*. Argumentan que es lo mismo, que es preferible un Uribe que un Fajardo; que con Uribe al menos se sabe qué va a hacer porque es frentero, pero que un Fajardo puede hacer más daño con su pose de independiente y verde; que luego de la tempestad, viene la calma, que la gente se cansará de su facherío y luego vendrá un gobierno de izquierda.

Y yo pienso que no. Que no es cierto que sea mejor un gobierno uribista frentero y violento. Y lo pienso ahora mucho más que en 2018. En 3 años de gobierno uribista no queda mucho por salvar. El gobierno de Duque, que sí es un imbécil, pero uno muy peligroso, ha logrado disminuir la precaria democracia que teníamos, a una dictadura de facto. Hemos llegado ya al final del camino, al punto del que hablan mis amigues distantes. Un escenario peor, sería una dictadura mucho más sangrienta, mucho más cruel y seguramente muchos regresarían otra vez a las armas.

Lo que se juega en el 2022 y en las elecciones de congreso, ya no es poder hacer las reformas del proceso de paz, recuperar el campo, combatir la corrupción endémica, atacar la desigualdad; lo que se juega es proteger el pedacito de democracia que nos queda. Sin ese mínimo, no hay instrumentos democráticos que nos permitan hacer cambios. Pero si no se encuentran la derecha moderada, el centro y la izquierda, va a ser muy difícil ganar. Hay que asumir la derrota casi total de la democracia y tratar de salvar los muebles. No son los mejores muebles, los han vuelto mierda, pero no hay más. O sí hay, podemos hacer una constituyente, como lo han propuesto, y ver qué pasa.

Regreso a mi distancia para que se entienda: Yo creo que es injusto que la izquierda siempre tenga que aplazar sus luchas y tengan que ceder, pero hay que hacer lo humanamente posible para ganarle a la extrema derecha. Creo también que es imperativo que el centro se baje de la nube del poder en que anda, y fiel a sus principios, busque alternativas de poder con la izquierda. Creo que la derecha moderada debe entender que es el último chance de salvar un sistema democrático que ha exprimido durante décadas y que no da más, y que eso solo se logra cediendo y dialogando con el centro y la izquierda. A todos nos toca ceder, a todos nos toca tragar sapos, a todos nos aterra otro gobierno uribista.

Adenda futbolera:

La decisión es difícil. Es como ir perdiendo 2-0, pero tener posibilidades de clasificar en el próximo partido. Para mí, hay que aguantar el 2-0, defenderse con todos los jugadores, meterse en el arco si es necesario y competir la siguiente fecha.

Para mis contradictoras y contradictores en la izquierda, hay que quemar todos los cartuchos, perder 9-0, perder la clasificación, echar al técnico, a los jugadores y esperar el siguiente campeonato, si es que clasificamos.

Ojalá yo me equivoque y ellos tengan razón, porque lo que necesitamos son cambios.

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