¡ROBO DE PELÍCULAS! SEÑORES.

Katy Luz Millán Otero

Imagínese que cerca a usted se genera un intercambio de disparos, los protagonistas son la policía y varios ladrones que al mejor estilo de la casa de papel conquistan la paz del sector. ¿Qué haría si le toca presenciar este evento? ¿Se paraliza, se tira al piso para evitar una bala pérdida o llevado de los nervios sale corriendo? Hace unas semanas los medios de comunicación y las redes sociales se inundaron con videos sobre el asalto de una bodega de oro en el sector del Poblado en Medellín. Casualmente, el vídeo central de tan peliculesca gesta no es el que capta de forma silenciosa las cámaras de seguridad. Este vídeo fue tomado a escasos metros del escenario, desconozco el autor, pero en un minuto veintitrés segundos y bajo una narración que insiste en decir “Robo de películas, señores”, muestra una magnífica escena con personajes de la vida real que intentan defender lo robado.

Quiero poner la lupa en el camarógrafo aficionado, que a diferencia de lo que se esperaría ante un hecho como este no se resguarda, sino que desde la calle graba el asalto y mejor aún, para que no quede duda de su audacia hace una narración describiendo las armas o “palotas” como las llama, “por allá cayó uno” se oye expresar y enfoca a un herido, al final informa que “llegó la ley” y el vídeo se interrumpe. Me llama la atención que en los últimos segundos del vídeo se visualiza un hombre de enterizo y gorra azul que también hace de camarógrafo en medio de la calle, ¿será que también compartió en redes su vídeo?

Esta noticia generó varias reflexiones que quisiera compartir en este espacio. En primer lugar, las redes sociales nos han llevado a una búsqueda incesante de reconocimiento traducido en likes y Retweets, mientras mayor sea el número más atractivo, inteligentes e interesantes nos sentimos. El caso es que muchas veces no podemos ser los protagonistas, entonces como en el caso del vídeo, buscamos ser el reportero, el caza noticia que narra un evento importante poniendo en riesgo la integridad y la vida misma.

Vivimos al mejor estilo de la serie Black Mirror y su episodio “Nosedive”, el celular se volvió una extensión del cuerpo, el artículo de culto de la dominación digital, en palabras del filósofo surcoreano Byung-Chul Han. Lo paradójico es que no solo se registran robos de películas, o lo íntimo de la vida y las relaciones a través de fotos y videos. La era digital, también ha conducido a la tiranía de ser políticamente correctos. Expresar el enojo, decir una mala palabra, o un mal comportamiento se vuelve en un arma de doble filo si es captado y subido en redes.

Algunos mencionarán que gracias a los celulares se puede hace mayor control social, denunciar comentarios racistas, xenófobos o actos famosos como los “usted no sabe quién soy yo”. Efectivamente, sería incauto desconocer estas oportunidades, pero sé nos puede volver en un arma de doble filo cuando se tiene un mal día. ¿Cuántos empleos, exposiciones exageradas en redes y humillaciones les ha costado a muchas personas ser protagonista de un lente indiscreto?

La segunda reflexión se relaciona con la naturalización de la violencia y espectáculo de la misma en redes sociales. En este punto dirá que en un país como Colombia es un tema “trillado” y de lo que se ha hablado muchísimo. Sí, sin embargo, nada cambia. Pareciera que uno de los efectos de más de cincuenta años de conflicto armado interno es un goce sádico que conduce a disfrutar de hechos violentos, o por qué razón los camarógrafos aficionados expondrían su humanidad por el vídeo del robo. Quizás porque hay quién consuma dichos vídeos.

Nos hemos vuelto consumidores de todo aquello que expone la miseria y vulnerabilidad humana. punto, que no hay quién tenga reparo ni empatía en compartir por WhatsApp, Facebook o twitter imágenes o vídeos de personas fallecidas, de asesinatos, accidentes, o robos. Entre mayor sea el espectáculo de sangre y fuego mayor serán los likes.

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