Hace unos días se publicó el primer informe del proyecto Tenemos que hablar Colombia, liderado por varias universidades del país e impulsado por la Fundación Ideas para la Paz y Grupo Sura, cuyo objetivo es promover una conversación nacional para poder llegar a puntos en común sobre cómo son y qué quieren los colombianos. La Silla Vacía reseña que uno de los resultados arrojados por este proyecto es que la emoción predominante en el país es la tristeza y no la rabia como se podría asumir al ver la agresividad que median muchas de nuestras interacciones. La tristeza y el miedo son predominantes, según estos hallazgos, cuando las personas hablan de lo que es necesario cambiar en el país.
Estas emociones tienen todo el sentido si miramos la historia de violencia, exclusión y corrupción del país. Son muchas las heridas pendientes por sanar, los duelos por hacer. La tristeza tiene un lugar especial en la experiencia colombiana y, además, es una emoción que tiene dentro de sus funciones la búsqueda de estrategias de cambio. Por otro lado, el miedo también es protagonista en el duelo, porque mirar hacia adelante, al futuro, estando heridos es aterrador. El miedo alimenta la incertidumbre y así nos paraliza, pues implica perder el control de nuestra propia realidad.
Es una combinación de emociones interesante si miramos la realidad del país hoy, con campaña electoral en marcha. Todas las agrupaciones políticas, sin excepción, apelan a la necesidad de cambio (tristeza) y al miedo, pero sobre esta última no validan la incertidumbre que agobia a la gente, sino que exaltan la emoción con una certeza que es francamente arrogante.
Intentaré explicarme con dos situaciones diferentes. El pasado 25 de marzo, fallece en Bogotá Taylor Hawkins, baterista de la banda Foo Fighters. Esto desató una esperable ola de mensajes de tristeza y recuerdos conmemorativos al músico. Pero, no sé si notaron, que también empezaron a surgir un sinfín de tweets del tipo: “otro artista que matamos”, “van a decir que vienen a Colombia a morirse”, “a Gardel y Cerati se suma Hawkins entre los que se mueren en este país”, “aquí consumen cocaína más pura y se mueren”. Todos esos personalizan unas tragedias que la única relación objetiva que tienen con el país es que se dieron aquí, de forma fortuita.
Me llamó poderosamente la atención la atribución a Colombia de la muerte de Cerati, pues este artista sufrió un ACV en Caracas y murió años después en Argentina, pero encontré que aquí explican que él estuvo en fiestas llenas de excesos en Colombia unos días antes y por eso se murió. A ver, sí, él llegó en muy malas condiciones a Venezuela, pero no fue por estar en Colombia, fue porque su vida se caracterizó por los excesos y poco o nada de autocuidado.
Luego, en los Premios Oscar, Encanto se lleva la estatuilla por la mejor película animada. Algunos celebramos y otros fueron enfáticos en resaltar que no es una película colombiana, con una incapacidad absoluta para reconocer la relevancia que esa producción y ese premio tienen para Colombia, pues se trata no solo de la cultura del país, sino también de sus heridas. Pero no contentos con ello, cuando Will Smith golpea a Chris Rock, hubo personas, muchas de las que reprocharon la celebración en Colombia por el premio, diciendo que si Colombia estaba presente en la Academia no podía faltar la violencia. Sí, yo sé que eso lo dijeron en broma, pero como decía Freud, todo chiste tiene algo de verdad en el imaginario de quien lo expone y el patrón es imposible de ignorar.
Entonces viene a mi mente que cada vez que un político hace o dice una estupidez o vemos un acto de maldad que se viraliza en redes, salen varias personas, porque nunca es una, a decir “nos merecemos lo que nos pasa”, hay personas que han dicho que el país no se merece los éxitos que traen deportistas como Egan Bernal; incluso he leído ante la fascinación que produce Francia Márquez que ella le queda grande al país. Entonces concluyo que Colombia no solo está triste y con miedo, sino que además se siente culpable e indefensa y de allí, que la exaltación del miedo que se hace desde la política sea arrogante.
Este es un país maltratado y estigmatizado. Se lucha para que en el exterior no se asocie a Colombia únicamente con Pablo Escobar y la cocaína (de ahí la importancia de Encanto), pero internamente se tiene el estigma interiorizado. Por eso, cuando un famoso se muere en Colombia, la primera atribución que hacemos es a una sobredosis con énfasis en la droga colombiana, incluso sin saber si realmente esta fue la causa de la muerte. Estigma que en el caso de Hawkins fue reforzado por la Fiscalía de forma vergonzosa, pero ese es otro tema.
El caso es que el problema de estigmatizar conflictos sociales y la salud mental es que esas falsas creencias pueden terminar siendo parte de la identidad de quienes encarnan esas problemáticas, no porque quieran sino porque no encuentran otra forma de ser y estar en sociedad. Así, al asociar la depresión con debilidad e insuficiencia, una persona con este diagnóstico puede sentirse débil e insuficiente y, por tanto, no busca atención porque no la considera meritoria. Decirle ‘vándalo’ a un joven que protesta le va a cerrar (más) las posibilidades de supervivencia y desarrollo hasta que se le fuerce, de una forma u otra, a buscar estrategias para sobrevivir por fuera de lo socialmente aceptado, que no es otra cosa sino aceptar aquellas condiciones invivibles por las cuales protesta, confirmando así esa condición impuesta de ‘vándalo’. La estigmatización es entonces una forma de violencia que genera un estado de indefensión, un callejón sin salida.
De esta manera, el colombiano parece que ha internalizado como parte de su identidad ese imaginario de que es de un país narcotraficante y violento. Y, ojo, que no estoy diciendo que lo sea, estoy diciendo que hay una apropiación inconsciente del estigma que se la ha impuesto. Por eso, es más fácil explicar situaciones inciertas como la muerte del músico al consumo de sustancias propias del país, antes de pensar en cualquier otra causa, que existen miles. Lo mismo con la violencia ¿Qué tiene que ver la presencia de la cultura colombiana en el evento de la Academia con lo sucedido con Smith y Rock como para que salieran esos comentarios incluso en chiste? ¿Cuál es la relación que se hace ahí? De nuevo, el estigma interiorizado.
Lo que quiero decir es que el colombiano se da muy duro y lo hace, me parece, porque se siente culpable gracias a ese estigma internalizado. Esto podría ayudar a explicar la tristeza que encontraron en esas conversaciones mencionadas al principio. El problema de la culpa es que su lógica punitiva nos lleva solo a castigarnos sin responsabilizarnos por lograr los cambios necesarios para generar la reparación del daño que pudiéramos realmente causar, nos deja indefensos ante los problemas y el sufrimiento.
La culpa y la responsabilidad son cosas muy diferentes. La primera es punitiva y deja al sujeto en posición pasiva frente a los hechos —a un asesino se le declara culpable y se le encierra para cumplir una pena definida por diversos criterios, es una justicia pasiva y sin reparación—. Por el contrario, asumir la responsabilidad de algo implica tomar una posición activa frente a los hechos. Si ofendo a alguien me responsabilizo y me disculpo. Si descubrimos que un niño a nuestro cuidado roba, le enseñamos a responsabilizarse y le hacemos devolver lo robado. Y así podemos dar muchos ejemplos.
Asumir la responsabilidad, como país, de la vida de excesos de un artista como Cerati o de un accidente fortuito como en el que murió Gardel, o de la reacción de Will Smith ante una agresión hacía su compañera, habla de un sentimiento de culpa irracional y paralizante, una emoción permeada por un miedo que no promueve ni facilita ningún cambio.
Colombia con su gente es un país compasivo. Aquí hay muchas carencias, pero solo se requiere que alguien cuente una historia de un alumno, conocido o desconocido que necesita apoyo para que se mueva mucha gente a aportar de forma solidaria. Aquí las personas se conectan con el dolor y actúan en consecuencia, de forma asertiva o no, el hecho es que se hace. Lo vimos en el inicio de la pandemia, en el Paro Nacional y todos los días con perros y gatos rescatados. Es un país compasivo, pero hace falta autocompasión, ser más cariñosos y tiernos con nosotros mismos, reconocer nuestras limitaciones y responsabilidades reales.
No podemos ser responsables del horrible espectáculo en los Oscar, pero sí del racismo y el machismo que nos atraviesa, de cómo cuidamos nuestro contexto directo pensando en el medio ambiente. De exigirle a quienes elegimos – y elegiremos- para gobernar que cumplan con sus funciones, recordando que ellos y ellas son funcionarios públicos contratados por nosotros, pues que un político vaya haciendo y diciendo lo que quiere sin que nadie lo cuestione “porque cuestionar es polarizar y queremos un cambio” es irresponsable. Podemos hacernos responsable de los círculos que elegimos habitar y las acciones que llevamos a cabo, somos responsables, para empezar, de nosotros mismos no de los demás.
Si queremos un cambio, independientemente de la ideología que nos haga sentir más cómodos, tenemos que mirar hacia adentro y ver con que nos estamos cargando que no nos pertenece y que tenemos que si podemos realmente modificar para aportar a ese cambio y al mismo tiempo ser compasivos con nosotros mismos reconociendo que nuestro desarrollo se ha dado en medio de conflictos que nos han obligado a vivir y que eso nos ha herido profundamente, a unos de forma más directa que otros que han gozado de unos privilegios (que deben ser también reconocidos). Al final, Colombia es una sociedad herida y el primer paso para sanar es darle un justo reconocimiento a esa herida, porque el miedo en el fondo no es a ‘volverse Venezuela’ o ‘seguir en lo mismo’, el miedo es a que esa posibilidad de ‘vivir’ y envejecer bonito sea una fantasía y estemos realmente condenados a seguir sobreviviendo.
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