Antonio Jaramillo
En esta época del año donde las compañías del país empiezan a cerrar sus balances y presentando los informes de resultados del año, los medios de comunicación empiezan a hacerse la misma pregunta de todos los años ¿Quién es el empresario del año?
Es una pregunta difícil de resolver a razón de la cantidad de variables que son consideradas al momento de la selección. Variables que se enfocan en resultados financieros, crecimiento en ventas, sostenibilidad, generación de empleo e impacto social entre otras. Según estos criterios serán numerosas las empresas nacionales y multinacionales que tienen presencia el país y que en diferentes regiones y perteneciendo a diversas industrias alcanzarían las más altas calificaciones, entonces ¿por qué seleccionar a un solo empresario del año?
Considero el título de “empresario del año” para un líder de alguna organización un reconocimiento quizás odioso y egoísta, o tal vez, obedece meramente a una frívola tradición de los medios de comunicación, sin embargo, y a pesar de no compartir este tipo de reconocimientos, me atreveré a responder la pregunta.
El empresario del año somos todos.
Son los emprendedores que por más que vieron sus sueños truncarse de momento por una circunstancia atípica en forma de virus, nunca dejaron de soñar y de perseguir sus sueños. Los que pivotearon sus modelos de negocios y tomaron una nueva dirección, los que vieron el problema como una oportunidad y crearon soluciones para los demás, y los que trabajaron día y noche para superar la adversidad.
Son los líderes de micro, pequeñas y medianas empresas que en un año colmado de dificultades soportaron los momentos más críticos producto de la pandemia y conservaron a flote las empresas, mantuvieron a sus empleados y colaboradores, honraron sus obligaciones y cumplieron a sus clientes.
Son los directivos de grandes empresas y corporaciones que conscientes de su rol dentro de la sociedad y la economía transformaron sus procesos, respetaron las condiciones de sus empleados, facilitaron el acceso de sus productos y servicios a sus clientes, fueron flexibles en sus términos y condiciones con proveedores, fueron oportunos con sus obligaciones y comprensivos con sus deudores.
Son también los empleados y colaboradores que, sin importar el tamaño de la empresa, sintieron como propia la responsabilidad de la subsistencia del negocio. Que trabajaron en jornadas extendidas desde sus hogares, que hicieron a un lado las excusas y le pusieron el corazón a su trabajo.
Son las personas que trabajan el campo y a los transportadores que mantuvieron abastecido al país, que jugaron un papel fundamental en las noches más oscuras y a quienes hoy debemos agradecer y reconocer como empresarios del agro y empresarios del transporte.
Son los padres de familia que transformaron sus hogares en oficinas, colegios, parques de diversiones y restaurantes, haciendo hasta lo imposible para mantener sanos a los suyos.
Son los médicos que dan la vida por sus pacientes, y los profesores y docentes que con herramientas limitadas procuran que sus alumnos tengan el mejor proceso de aprendizaje.
Somos todos los colombianos que de una u otra forma hemos sido los empresarios de nuestras vidas.