¿Qué es lo primero que se le viene a la mente cuando escucha ‘salud mental’?
¿Depresión? ¿ansiedad? ¿bipolar? ¿esquizofrenia? ¿suicidio? ¿adicción?
Si pensó en una de esas palabras o en alguna otra que hable de problemas y sufrimiento, entonces no está pensando en salud mental sino en enfermedad mental. La salud mental – en palabras de Alejandro Gallón, psicólogo de quien tuve el honor de aprender – tiene que ver con poder tomar decisiones y estar tranquilos con los resultados de esas decisiones, así no sean los que esperábamos.
La OMS por su parte, dice que la salud mental es “un estado de bienestar en el cual cada individuo desarrolla su potencial, puede afrontar las tensiones de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera, y puede aportar algo a su comunidad”. Es decir, este asunto va mucho más allá de la ausencia de trastornos mentales.
Hablamos de contextos y circunstancias que permitan potenciar nuestras capacidades para poder gestionar recursos psicológicos, sociales, comunitarios, económicos, políticos, ambientales, etc., que nos permitan resolver problemas, disfrutar la vida y así, potenciar nuestro desarrollo y aportarles a nuestros entornos directos.
El presidente Petro en el discurso que dio en la ONU se acercó a esta idea al nombrar las adicciones como “la enfermedad de la soledad”. No estoy muy segura de usar la palabra “soledad” allí, pues es un término que puede abordarse desde muchos frentes, incluso como un privilegio. Lo cierto es que las adicciones, el consumo problemático de sustancias, así como el suicidio y en gran medida, todos los diagnósticos psiquiátricos, son problemas de salud mental que tienen una base relacional. Se configuran en lógicas de conflictos, de exclusión y de la necesidad de adormecer el alma porque el contexto no proporciona otros recursos que permitan gestionar las dificultades de una forma saludable.
Por eso, aunque es necesario fortalecer las medidas sanitarias en salud mental – que es urgente – para tener mayor acceso a servicios como psiquiatría y psicología, son medidas que se quedarán cortas, suponiendo que se tenga la intención de hacerlo. Y serán insuficientes porque atacan el problema y no sus causas. Con esa lógica se está pensando en la enfermedad y no en la salud.
Si queremos trabajar por la salud mental, tenemos que empezar a hacerle frente a las condiciones de vida, a los determinantes sociales. Allí hablamos de seguridad alimentaria, de acceso a servicios públicos, al agua potable, vivienda, vestido, salud, educación, trabajo, espacios de ocio, descanso y disfrute, de relaciones saludables, etc.
A una persona con hambre, la psicoterapia y la atención psiquiátrica no le va a servir si no se resuelve la alimentación. Los tratamientos para la depresión no van a ser efectivos si cada día tenemos que dormir menos por el caos del tráfico en las ciudades. Nunca podremos darles manejo a cuadros ansiosos severos si las condiciones laborales y educativas se olvidan de la humanidad de las personas.
Y no hablemos solo del hambre y la pobreza extrema. Yo reconozco mis privilegios, tengo techo, trabajo y comida en la nevera. Pero si me pregunto todos los días por la salud mental de las personas cuando cada semana tengo que salir de mi casa 10 minutos antes y desde las 5:30 am estoy viendo trancones en las calles y el metro lleno. Y al volver a casa hay que decidir entre sacrificar entre 2 y 3 horas de descanso en un taco o aguantar golpes, empujones y agredir a otros para poder sobrevivir al metro.
¿Qué tipo de ofertas relacionales podemos hacer y recibir si todo el día estamos teniendo que pasar por encima de otros para poder llegar a nuestros destinos?
¿Cómo vamos a esperar relaciones familiares sanas si cuando la familia se encuentra al final del día están todos agotados y agredidos?
La salud mental se trata de cuidar de uno mismo, pero también de cuidar de los otros. Aportarle a la comunidad, como dice la OMS, se trata de llevar a cabo acciones que la cuiden, llámese desarrollo económico o programas sociales.
¿Cómo está la salud mental de una persona que prefiere gravar y burlarse de una persona con una clara crisis psicológica como paso con los del transito que gravaron y expusieron al muchacho que le quitaron la moto? Nadie puede decir que ese chico tenga una patología, una crisis la tiene cualquiera que tiene que enfrentar retos absurdos en el día a día. No sabemos qué le pasó que el perder su moto – por lo que sea, pues los papeles cuestan plata que hoy la mayoría no tiene – fue el limite de sus estrategias de afrontamiento. Yo sí me pregunto más por el estado mental de los oficiales que no vieron en él sufrimiento, tanto, que puso en riesgo su vida.
¿Cómo está la salud mental de un sujeto que se sube al metro a estorbar en las puertas cuando va de un extremo a otro? He hecho el ejercicio de preguntarles a los que se quedan en las puertas hasta donde van, y créanme, entre la Estrella y Hospital hay un recorrido que no amerita estorbar. ¿Qué pasa con las personas que necesitan darse el gusto de hacerle la vida más difícil los demás?
¿Y la del vecino que saca a su perro y no recoge sus desechos? ¿Qué sabiendo que el perro es agresivo no toma las medidas para evitar que agreda a otros? ¿O el que tiene que poner la música a todo volumen a cualquier hora del día o la noche sin importar que afecte a los demás?
Hablamos mucho de la salud mental de las victimas de las diferentes violencias que nos atraviesan en el país, pero nadie se pregunta por la salud mental de quienes violentan, e incluso ¿qué les lleva a violentar? Y esto no quiere decir que los actores del conflicto o los agresores sexuales sean enfermos, no estoy diciendo eso. Pueden no tener ninguna enfermedad, pero claramente salud mental no tienen, pues no son capaces de pensar en el otro, de aportar al desarrollo, de cuidar.
Si queremos pensar en la salud mental, necesitamos la posibilidad de soñar. Y eso es cada vez más difícil en ciudades sucias, llenas de huecos, intransitables, con accidentes viales graves diarios, inseguras y sin estrategias de contención y atención a los problemas del clima.
Necesitamos que la justicia sea eficiente, para que cuando enfrentemos problemas como las violencias, nos podamos empezar a sentir cuidados, cuidadas, rápidamente y así reponernos. Necesitamos que las instituciones tengan políticas cuidadoras, para prevenir, intervenir y reparar.
Y no, no se trata de empatía. Puede no sentir empatía por nadie, pero si puede comprender que los demás también tienen una cotidianidad en la que encuentran retos y complejidades como todos. Si empezamos a movernos en lógicas del cuidado de sí y el cuidado del otro, podremos realmente hablar de SALUD mental.
Piense en su cotidianidad… ¿Cómo está su salud mental?