Mariale nunca antes había tratado de escribir en un diario, de casualidad y hacía la tarea para la escuela. A ella la vida le parecía una cosa simple y hasta aburrida, por eso cuando su prima Rosa le regaló un cuadernito de lomo rosado con la palabra Diario escrita en escarcha, su primer pensamiento fue “Rosa no me conoce”. En efecto, Rosa no la conocía, era familia distante que nunca veía, además el regalo lo escogió su tía Aurora.
Un día cuando llegó del colegio, por primera vez en sus nueve años de vida, sintió la necesidad urgente de convertir en palabras todo lo que estaba sintiendo, quería que de alguna manera nunca se le olvidara lo que le había pasado.
Estaba realmente indignada pero no sabía cómo decirlo, ni siquiera conocía esa palabra. Fabiola, su mejor amiga desde primer grado, besó en el cachete a Gerardo, el niño más bonito del salón. A ella le encantaba y Fabi lo sabía, era su confidente y la única persona a quien se lo había dicho en todo el mundo, no entendía que motivo la llevó a cometer ese acto de traición; de pronto la vida no era tan simple, conoció la decepción.
No se había sentido tan triste desde que se enteró que el Niño Jesús eran su mamá y su papá. – pero, ¿Quién se comía las galletas? – preguntó angustiada, para ella la magia y las cosas fantásticas existieron hasta ese momento, de pronto Harry Potter y Narnia no le causaban la misma emoción.
Si el Niño Jesús era un triste engaño, seguramente todo lo demás también. De ese mismo modo su amistad con Fabiola era algo cuya autenticidad cuestionaba, entonces, se dispuso a relatar todo lo acontecido en su diario, la pequeña Mariale no sería la misma desde ahora, a una semana de su décimo cumpleaños, ya se sentía una adulta.