La verdad, el duelo y el futuro

En un proceso de duelo por la muerte de un ser querido es fundamental la reconstrucción
de la historia de vida, para darle un sentido a la experiencia compartida que permita
transformar eso tan doloroso en un recuerdo digno y respetuoso de forma que se pueda
reorganizar la vida y continuarla concentrados en eso, la vida, y no en la muerte.

En esa reconstrucción el sufrimiento es mucho. Re-conocemos aquellos aspectos de la
vida que hacían que compartir la existencia fuera tan valioso, a veces son cosas tan
pequeñas que parecen insignificantes pero que dotan de sentido toda la experiencia.
También re-descubrimos asuntos que considerábamos olvidados pero que en lugar de ser
borrados quedaron guardados por allá en un rincón del alma o de la casa. O descubrimos
cosas que jamás habríamos imaginado de esa persona y que nos pueden causar
admiración o dolor en las mismas proporciones. Por eso, el duelo es, en gran parte, un
proceso de reconocer al otro, reconocerle en función de uno, reconocernos en función del
otro y, finalmente, reconocernos a nosotros mismos.

Así, el duelo se convierte en un camino rocoso y difícil en el que para descubrir el amor es
necesario reconocer el dolor. Y no hablo únicamente del dolor físico, sino de un
sufrimiento tan profundo que nos hace sentir que nos rompemos en pedacitos y eso,
duele, y mucho. Por eso se llama duelo.

Cuando hablamos de duelo colectivo la cosa no cambia mucho. Lo primero es comprender
porque estamos en duelo: reconocer el dolor. Eso es lo que hizo la Comisión para el
Esclarecimiento de la Verdad con un ejercicio de escucha que duro aproximadamente 3
años a lo largo y ancho del país. Reconstruir la historia es el primer paso para iniciar un
duelo que en Colombia se ha inhibido por mucho tiempo.

El segundo y quizá el más difícil, es reconocernos. Esto implica comprender que la verdad
del otro es verdad aunque sea diferente a la mía y, en esa misma medida, mi verdad es válida aunque no sea 100% compartida con la del otro. Esto es una de las tantas invitaciones que hizo el Padre Francisco de Roux en su discurso en la ceremonia de entrega del Informe Final de la Comisión de la Verdad. A reconocer al otro, reconocer su dolor, pero también reconocernos en esa historia de dolor.

Además de las preguntas propias de una reconstrucción de la historia: “¿Por qué pasó
eso? ¿Quiénes lo hicieron?, ¡cuál es su responsabilidad? y ¿cómo evitar que continúe?
¿Qué pasó con la sociedad y el Estado mientras ocurría?”
, el Padre hace una reflexión muy
dura que apela a las responsabilidades sobre el conflicto:

“No teníamos por qué haber aceptado la barbarie como natural e inevitable, continuar los
negocios, la actividad académica, el culto religioso, las ferias y el fútbol como si nada
estuviera pasando. No teníamos por qué acostumbrarnos a la ignominia de tanta violencia
como si no fuera con nosotros, cuando la dignidad propia se hacía trizas en nuestras
manos. No tenían por qué los presidentes y los congresistas gobernar y legislar serenos
sobre la inundación de sangre que anegaba el país en las décadas más duras del conflicto.
¿Por qué el país no se detuvo para exigir a las guerrillas y al Estado parar la guerra política
desde temprano y negociar una paz integral? ¿Cuál fue el Estado y las instituciones que no
impidieron y más bien promovieron el conflicto armado? ¿Dónde estaba el Congreso,
dónde los partidos políticos? ¿Hasta dónde los que tomaron las armas contra el Estado
calcularon las consecuencias brutales y macabras de su decisión? ¿Nunca entendieron que
el orden armado que imponían sobre los pueblos y comunidades que decían proteger los
destruía, y luego los abandonaba en manos de verdugos paramilitares? ¿Qué hicieron ante
esta crisis del espíritu los líderes religiosos? Y, aparte de quienes incluso pusieron la vida
para acompañar y denunciar, ¿qué hicieron la mayoría de obispos, sacerdotes, y
comunidades religiosas? ¿Qué hicieron los educadores? ¿Qué dicen los jueces y fiscales
que dejaron acumular la impunidad? ¿Qué papel jugaron los formadores de opinión y los
medios de comunicación? ¿Cómo nos atrevemos a dejar que pasara y a dejar que
continúe?” 

@FranciscoDeRoux

Al escucharlo expresar estos cuestionamientos lo primero que se vino a mi mente fue
dónde estaba yo mientras todo esto pasaba. Desresponsabilizarme de tanto horror fue
fácil, yo estaba en Venezuela. Yo llegué a Colombia hace 11 años y lo que conocía de
Colombia en ese momento era la cuadra en la que vivía.

Mientras el conflicto ocurría lo que yo sabía de Colombia es que es el lugar de origen de
mi familia materna, que es un país cafetero que tenía serios problemas con el
narcotráfico, que mi abuela salió de aquí con sus dos hijas para Venezuela después de que
mataron a mi abuelo, que a un familiar lejano lo secuestraron y murió en cautiverio, los
medios me mostraron la liberación de una señora que fue secuestrada por la guerrilla
mientras era candidata presidencial y vi a mi abuela celebrarlo y llorar con las imágenes, y
que Álvaro Uribe le dijo a Chávez “¡sea varón!”, lo que se convirtió en otra forma orgullosa
de insultarnos en Venezuela. Yo vine a aprender la diferencia entre un guerrillero y un
paramilitar cuando empecé a estudiar psicología, antes para mí eran lo mismo, a ese nivel
llegaba mi ignorancia.

Cuando llegue a Colombia, como buena migrante que se fue de su país por la dictadura de
Chávez (hoy de Maduro), me parecía horrible todo lo relacionado con las negociaciones de
paz con las Farc-EP. Aunque hice la tarea de leer algo de historia del país como para
ubicarme en el lugar donde pensamos establecernos, no fue sino hasta que empecé la
universidad que pude medio dimensionar lo que se ha vivido en este país, que a diferencia
de muchos que leo todos los días, no me parece horrible sino maravilloso y admirable. Si
algo no se puede negar de las y los colombianos es su capacidad de supervivencia y
resiliencia.

Con la ceremonia de entrega del informe final de la Comisión de la Verdad he recordado
una de las experiencias más valiosas que tuve en la universidad. En los primeros
semestres, en una de las clases de la línea de psicología social, nos llevaron al Centro de
Formación para la Paz y Reconciliación – CEPAR -, con el objetivo de conocer otro campo
donde podíamos pensarnos ejerciendo como profesionales. Fueron tres visitas, una para
conocer la institución, donde nos contaron lo que hacen; otra para un ejercicio de observación en alguna de las actividades que allí se desarrollan; y otra de cierre de la
experiencia.

La actividad a la que acudí era un encuentro donde los participantes acudían de forma
voluntaria y trabajaban diversos temas, muy enfocados en la convivencia y las habilidades
para la vida. Lo que me ‘tocó’ observar, fue un ejercicio de reconocimiento de virtudes y
debilidades entre los compañeros y compañeras que compartían el espacio. Eran personas
desmovilizadas de las guerrillas, de los paramilitares, de diversos combos de la ciudad y
víctimas de todas las formas de violencia, principalmente desplazamiento forzado. Todas y
todos de edades muy distintas, que venían de diferentes lugares del país, en un salón
pequeño, diciéndole a la persona que tenían al lado lo que admiran de él o ella y lo que
consideraban que podrían mejorar para convivir mejor. Todo con absoluta tranquilidad y
algo de camaradería, sin ofensas, sin odios. Observé un ejercicio de reconocimiento entre
personas que yo pensaba en mí más extrema ignorancia, eran irreconciliables y que solo
estaban tratando de sobrevivir en un medio agreste y a una realidad indolente.

No miento cuando digo que esta experiencia fue una de las que más me marcó en toda la
carrera, porque transformó de forma irreversible toda mi concepción sobre lo poco que
conocía del pasado, el presente y los futuros posibles para Colombia. Allí me reconocí
ignorante y me di cuenta de lo soberbia que había sido al poner mi experiencia como
venezolana por encima de una historia ajena. Fue incómodo, pero rompió la burbuja.

El discurso del Padre Francisco de Roux en la ceremonia realizada me devolvió a ese
momento en el que comprendí que el conflicto colombiano no se trata de mí ni de mi
historia con la dictadura venezolana, que por valiosa no puede ser comparable y mucho
menos a partir de la contraposición entre la ideología de la dictadura y la de quienes
siempre han gobernado a Colombia.

Esto me exigió asumir una postura ética y política, más allá de la ideología y de ir a votar
cada 4 años. Una postura que me permitiera reconocer al otro desde su experiencia y no
desde la mía. Que me permitiera escuchar lo que el otro dice y no lo que yo interpreto de sus palabras. De entender que la realidad y la verdad no es una sola y que el mundo va más allá de unas fronteras determinadas. Me exigió pensarme como ser humano y no solo como venezolana migrante.

No puedo pensarme en las responsabilidades compartidas del origen y mantenimiento del
conflicto, pues no estaba aquí. Pero hoy, como colombiana, profesional, mujer y docente,
sí asumo una responsabilidad con toda esa construcción de ‘verdad’: yo no estaba aquí
cuando inició el conflicto y se desarrollaron sus épocas más crudas, pero si estoy aquí para
reconocer la historia y trabajar por la ‘verdad’ del futuro, ojalá llena de disensos y
diferencias mediadas por el respeto por la dignidad, la vida y la muerte del otro. Me siento
privilegiada por poder vivir este momento tan importante que está viviendo Colombia, no
porque sea bonito todo lo que se expone en ese informe ni porque se puedan hacer
señalamientos necesarios, sino porque la construcción de historia es uno de los aspectos
más importantes del duelo para poder pensar en la transformación del futuro.


La responsabilidad y la culpa no son lo mismo. La primera nos invita a la acción y la
segunda nos deja sin opciones. Se trata de asumir lo que está a nuestro alcance para
lograr un cambio social que es responsabilidad de todas, todes y todos, no solo de una
elección presidencial.

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💚Psicóloga Feminista (Ella/She/Her) 🤍Terapia de Duelo por Fallecimiento 💜Acompañamiento en Violencia Basada en Género

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