Hace años, varios años, cuando estaba en el colegio y tenía unos 12 o 13 años, conocí a una gran amiga. Ella, la niña linda del salón, y yo, la ñoña, compartíamos risas y bueno, ella me contaba cómo los chicos la pretendían y le mostraban sus intenciones. En algún momento y por algún motivo que no conocía, cuando teníamos 13 años, ella empezó a aislarse y una cierta energía triste y temerosa la rodeaba. Se sentaba al lado de una pared, de la que prácticamente no quitaba la mirada. Un día, simplemente dejó de ir al colegio.
En esa época, en la que no había redes sociales, pero sí muchos chismes, supe que quedó embarazada de un sujeto mayor, que tuvo una niña, pero no la volví a ver. Luego, fue madre por segunda vez, de otra linda pequeña.
Por gracia de Facebook, volvimos a hablar y retomamos nuestra amistad, aunque siempre fui muy prudente sobre sus vivencias y evité preguntar sobre esta época, porque no me sentía con la confianza para indagar sobre los motivos que rodearon nuestro alejamiento. Pero el tema llegó gracias al papel que compartimos como madres, en el que ella me lleva una gran ventaja.
Sus hijas, lindas como ella, ya son mujeres que no imaginan todo por lo que tuvo que pasar su mamá, quien adoptó este papel desde que era una niña. La niña madre, a la que su familia le quitó el apoyo, que no contó con la paternidad activa de los progenitores y se trató, entonces, de tres niñas vulnerables a la violencia, a la falta de educación (incluso sexual), a sujetos buscando provecho propio y a un escenario con pocas manos amigas.
Muchas de nosotras hemos abordado la maternidad en etapas mucho más amables, con estabilidad en algunas áreas y la felicidad de nuestras familias al saber que venía en camino nuestro retoño. Con todo, la experiencia maternal no deja de ser retadora y es necesaria una red de apoyo que la haga más llevadera y también placentera.
Sin embargo, las niñas que se ven obligadas a ser madres no cuentan con estas posibilidades, pues son excluidas por su familia, sus amigos (porque hasta se llega a prohibir la amistad con ellas), el entorno laboral que necesitan para mantener a sus hijos y, como si fuera poco, reciben la sanción social sobre un acto que no hicieron solas, sobre el que el hombre usualmente no tiene reproche, y que seguramente quienes las critican lo han ejecutado muchas veces (¿o son vírgenes hasta el matrimonio o nunca han cometido una imprudencia, que bien podría esperarse de un adolescente?).
Mi amiga no quería ser mamá siendo una niña, como seguramente ninguna niña quiere. Seguramente quería jugar, salir con sus amigos, tener una adolescencia normal, pero afrontó esta situación con una valentía que admiro, con amor e incluso resignación, con la ilusión de brindar, con sus pocas herramientas, la mejor vida para sus pequeñas. Pero no dejo de pensar en el miedo, la desolación, la soledad y desasosiego que pudo sentir, tan pequeña e inexperta, frente a una realidad poco empática en la que se la condenó sin saber a qué se enfrentaba.
Cabe preguntarse varias cosas: ¿Cómo estamos en temas de educación sexual? En caso de quedar embarazada, ¿debe una niña de 14 años afrontar la maternidad? ¿merece ser aislada por su familia y amigos, dejándola a merced de alguien que pueda volver a lastimarla, por quedar en embarazo a una edad tan vulnerable? ¿no sería mejor rodearla, acompañarla e incluso ayudarle para que su situación sea lo más llevadera posible y pueda ejercer en debida forma sus derechos sexuales? ¿Cuál es la protección que se brinda a las niñas para que afronten mejor su maternidad? ¿es la maternidad un castigo para la mujer que no quiere ser madre?
Hoy, luego de mucho esfuerzo, trabajo y a punta de abrirse camino sola, su vida es otra. Sus hijas son amadas, tienen educación (una de ellas ya está en la universidad), tiene una pareja que la ama y la respeta, y próximamente terminará sus estudios como ingeniera industrial.
Pero no todas las niñas madres tienen la misma suerte y oportunidades y, con todo, mi amiga, quien poco a poco ha ido alcanzando sus metas, aún tiene muchas heridas que sanar por el dolor que significó su maternidad temprana. Ahora contempla volver a vivir esta etapa, como una revancha, en un escenario diferente, en el que es deseada. Esta tarea no es fácil, mucho menos en escenarios de soledad. Preparadas nunca estamos, hayamos soñado o no con tener hijos a lo largo de la vida; así, por todo lo que significa frente a nuestros hijos, para poder guiar una crianza amorosa, respecto de nuestras parejas (si las hay), familia y nosotras mismas, la maternidad debe ser deseada.