El después ausente del escrache

Desde el feminismo hace rato nos venimos preguntando ¿Qué sigue después de un escrache? ¿Qué pasa después de esa ola efervescente llena de indignación, rabia, apoyos y ataques ante una denuncia pública por violencia de género? ¿Sirven realmente para algo? Y son preguntas que nos hacemos porque la exposición de agresores de todo tipo se ha vuelto paisaje en nuestra cotidianidad sin que pase absolutamente nada trascendental que permita en últimas, resolver el problema de fondo: la violencia contra las mujeres.

El escrache nace a mediados de los años 90 con la iniciativa de la asociación H.I.J.O.S de Argentina, conformada por las familias de las personas desaparecidas durante la dictadura militar que ante la búsqueda de justicia empezaron a señalar a los protagonistas y responsables de las atrocidades vividas durante la represión militar, convirtiéndose en una forma de reivindicación social ante la impotencia de ver a los responsables de tanto dolor viviendo en total libertad y como respetados sujetos de bien.

Así, el escrache como práctica de denuncia pública ante un sistema de justicia que por patriarcal no tiene interés alguno en la justicia, aparece con fuerza en el feminismo gracias a las redes sociales con el #MeToo en el 2017, que fue tan potente que se convirtió en un movimiento internacional y que se ha ido transformando, afortunadamente no parece tener freno (porque el silencio de las mujeres ya no es opción), aunque sí requiere de mucha reflexión.

Hablamos de una práctica donde una víctima de algún tipo de violencia utiliza las redes sociales para exponer, de forma anónima o a nombre propio, a su agresor o agresores. Pero el escrache es solo la parte visible de una historia que comienza con la vulneración de los derechos humanos de una mujer por ser mujer a manos de un hombre que considera tener derechos sobre ella solo por ser hombre.

De manera que un escrache además de una denuncia es una acción política pensada, planificada, sufrida y ejecutada en la que hay reivindicación. La mujer que fue vulnerada encuentra donde alzar la voz y ser replicada con un “Yo te creo” sororo, a falta de un Estado y un sistema de justicia que cuide, así el escrache es también un recordatorio de su apatía y negligencia. Hay sororidad, pues esa mujer que denuncia les abre una ventana a otras mujeres para si quieren puedan contar su historia, sus heridas que, al nombrarlas, puede existir una posibilidad para sanarlas y con su valentía nos advierte al resto que ese sujeto es un agresor y, por tanto, un peligro para el resto de nosotras. Al mismo tiempo, hay una oportunidad de visibilizar las violencias, ya que la exposición de un agresor saca a relucir todos los prejuicios que la sociedad tiene sobre las mujeres permitiéndonos atajarlos, trabajarlos y atacarlos. Hay un llamado de atención para quienes rodeamos al sujeto señalado, un llamado a la reflexión que cada quien verá si la toma y la asume o no. Finalmente, hay un agresor expuesto con la viralización de su rostro y la palabra AGRESOR en cualquiera de sus variaciones que no sufre mayores consecuencias porque la sanción social se limita a un momento de excitación colectiva y que disminuye rápidamente con la aparición del siguiente escrache.

El escrache empieza entonces con una historia en la que un hombre se cree con el derecho de agredir a una mujer para satisfacerse. Continúa con la exposición del sujeto cuyo efecto es una lucha entre el “Yo te creo” y una serie de juicios y señalamientos que recibe la mujer que escracha por cómo hace la denuncia o, léase bien, por dejarse agredir. Finalmente, se construyen más dudas sobre ella que sobre él, y esto no es un llamado a las mujeres para que dejen de escrachar sino a quienes observan silenciosos cumpliendo juiciosos con el pacto patriarcal. Nosotras no tenemos que seguir callando para no incomodar.

Me he preguntado ¿Qué quisiera que pasara con los agresores? Sinceramente no lo sé y creo que es una pregunta que desenfoca lo importante porque el objetivo no puede ser encontrar una forma efectiva de sancionar, sino que esto no se repita más. Estos sujetos agreden porque pueden, porque hay un contexto social que se los permite en todos los ámbitos que habitan. Pero, además, no creo que la sanción punitiva, privativa de libertad resuelva el problema, las cárceles tienen una gran cantidad de violadores y feminicidas encerrados y aquí seguimos viendo escraches y contando muertas todos los días. Por eso creo que la pregunta más que dirigirse a qué hacer con los agresores, debe orientarse a quienes los rodeamos tanto a ellos como a los que son potenciales victimarios, que lamento decirles, nosotras no sabemos quiénes son, por eso hablamos de “los hombres”.

Porque después de un escrache también quedamos nosotros, los que estamos vinculados de una forma u otra a esa mujer que comparte su historia o a ese hombre que origina el escrache. Esto tiene que hacer que nos cuestionemos sobre nuestro rol en la sociedad, cómo validamos por acción u omisión las violencias de género tan normalizadas. Tenemos que examinar con pinzas las preguntas que nos hacemos cuando nos toca cerca una situación de este tipo ¿a quién señalamos? ¿cómo lo hacemos? ¿qué nos preguntamos? ¿las respuestas a esas preguntas que hacemos o nos hacemos cambiarían en algo la gravedad de esa realidad que se nos presenta? ¿Qué haremos al respecto? Nosotros, los que observamos desde afuera tenemos una responsabilidad.

Como lo punitivo no sirve para transformar estas realidades, pensamos en las víctimas y nos inclinamos hacia las dinámicas de verdad, justicia y reparación. Eso que llamamos “verdad” no es otra cosa que el reconocimiento por parte del agresor y la sociedad de los hechos, que lo nombre sin adornarlo, sin minimizarlo, sin “peros” porque, por un lado, cuando las mujeres somos vulneradas, además de la agresión en sí, se intenta manipularnos diciéndonos que estamos confundidas, equivocadas, que las cosas no pasaron como las decimos, que estamos locas, etc. Merecemos un reconocimiento de lo que nos hicieron. Y por otro lado, ningún “pero” o adorno que le pongan al relato va a suavizar la gravedad de los hechos.

La justicia, honestamente ya no sé ni que significa esa palabra, la han denigrado tanto que una ya no sabe que pensar al respecto, pues, para empezar, es injusto que las mujeres tengamos que vivir con miedo solo por ser mujeres. 

Finalmente, no sé si sea posible reparar una herida de este tipo. Creo que el reconocimiento de los hechos por parte del agresor y la sociedad es un inicio, ojalá eso se diera y ojalá viniera acompañado no solo de una disculpa, sino con un compromiso a educarse y a no repetirlo, pero no soy tan optimista, me cuesta pensar que una persona que hace daño a sabiendas de que lo hace pueda comprometerse a no volverlo a hacer sin un proceso reflexivo muy profundo de sus maneras de ser, estar y hacer en el mundo que habita. Y las acciones de la sociedad son fundamentales en esa intención de reparar, que haya consecuencias y compromiso de no tolerancia.

No hablo de dejar al agresor solo, estoy convencida de que así como la víctima debe tener una sólida de red de apoyo antes, durante y después del escrache, el agresor también debe tener quien lo acompañe, pero no desde la victimización y validación de sus actos, sino desde el cuestionamiento sincero, pero para eso, quienes están con él también deben entender la dimensión del daño y para eso debe haber apertura a escuchar lo importante y no los juicios de valor que son la salida fácil. Las instituciones (El Estado, empresas, instituciones educativas, etc.) deben actuar, no solo para apoyar a la víctima sino para decirnos a todas las mujeres que sus espacios son seguros para nosotras, el pacto patriarcal del silencio que busca no incomodar nos indica que nos puede pasar cualquier cosa y a nadie le importa, se debe sancionar y así advertir al resto que deben tener cuidado con sus acciones. El reconocimiento y el compromiso para trabajar por la no repetición son en sí mismas acciones reparadoras. La responsabilidad es principalmente del agresor, pero también es colectiva y debemos asumirla.

Y mientras termino estas líneas, escucho en mi cabeza a los hombres que pelean por las denuncias falsas, confusas o incompletas y les pregunto ¿esa es una preocupación por la realidad que afrontamos las mujeres o por cómo son ustedes mismos con las mujeres? Si la respuesta es la primera, sin utilizarnos en su argumento, podemos debatirlo. Si es la segunda, me parece que deben revisar como se están relacionando con nosotras. La sistematicidad de las agresiones ya no es posible negarla, nosotras conocemos demasiadas víctimas y ustedes muy pocos agresores, las cuentas no cuadran.

💚Psicóloga Feminista (Ella/She/Her) 🤍Terapia de Duelo por Fallecimiento 💜Acompañamiento en Violencia Basada en Género

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